<>
Índice

La Naturaleza del Ego y la Erradicación del Ego. Parte II El Ego Como Afirmación de la Existencia Dual

La Naturaleza del Ego y la Erradicación del Ego. Parte II El Ego Como Afirmación de la Existencia Dual

La Naturaleza del Ego y la Erradicación del Ego

Parte II
El Ego Como Afirmación de la Existencia Dual

El ego es un obstáculo para la liberación espiritual

El ego afirma la separación, y toma muchas formas. Puede tomar la forma de un recuerdo continuo y personalmente consciente que se expresa en rememoraciones como : “Yo hice esto, yo hice aquello”, “Yo sentí esto y sentí aquello otro ”, o “Yo pensé esto y pensé aquello otro”. El ego también toma la forma de esperanzas basadas en el ego, esperanzas  egocéntricas para el futuro, que se expresan por medio de planes tales  como: “Yo haré esto, yo haré aquello”, “Yo sentiré esto o sentiré aquello”, o “Yo pensaré esto o pensaré aquella otra cosa”. Además, en el presente el ego se manifiesta como un fuerte sentimiento de ser alguien en particular y afirma sus diferencias, afirma su separatividad con todas las otras personas, con  todos los demás centros de la consciencia. Si bien el ego sirve provisoriamente a un propósito útil como centro de la consciencia, al afirmar la separación constituye el principal obstáculo para la liberación,  para la emancipación e iluminación espiritual de la consciencia.

El ego se nutre con sentimientos exclusivos

El ego afirma su separación por medio de deseos, deseos  vehementes como el  odio, la ira, el temor, la envidia. Cuando una persona desea la compañía de otras, es vivamente consciente de que está separada de ellas, por lo tanto, siente intensamente su propia existencia separada. El sentimiento de estar separada de los demás es muy fuerte, es muy agudo en el caso en el que existe un deseo grande, un deseo no mitigado, un deseo insatisfecho. También cuando hay odio e ira, la otra persona es, por así decirlo, expulsada de nuestro propio ser, y considerada no sólo como una extraña sino también claramente hostil para el propio ego. El temor es también una forma sutil de afirmar la separatividad y existe en el caso en el que la consciencia de la dualidad no ha todavía disminuido, no ha menguado. El temor actúa como una gruesa cortina entre el yo y el tú. Y no sólo alimenta una profunda desconfianza del otro, sino que inevitablemente produce una retracción, un retiro de la consciencia para excluir el ser de la otra persona del contexto de nuestra propia vida. Por lo tanto, no debemos temer sino amar no sólo a las demás almas sino también a Dios. Temer a Dios o a las manifestaciones de Dios da fuerza a la dualidad; amar a Dios y a las manifestaciones de Dios debilita la dualidad.

Los celos fortalecen al ego

El sentimiento de separación se expresa más fuertemente en los celos. Existe en el alma humana una profunda e imperiosa necesidad de amar y una imperiosa necesidad de  identificarse con otras almas. Esta necesidad no se satisface en los casos en los que hay deseos intensos como el  odio, la  ira o el temor, el miedo. Cuando hay celos, además de no satisfacerse esta profunda e imperiosa necesidad de identificarnos con otras personas, existe la creencia que alguna otra alma se ha identificado exitosamente con la persona a la cual nosotros pretendíamos querer, amar. Esto crea una actitud de reprobación permanente e irreconciliable contra ambos individuos por desarrollar una relación que realmente deseábamos reservar para nosotros mismos. Todo sentimiento exclusivo, como, por ejemplo, los deseos intensos, el odio, la ira o los celos, producen un desmedro de la vida, y contribuyen a limitar y restringir la consciencia e instrumentan directamente la afirmación del ego que se siente separado.

Debilitar al ego mediante el amor

Todo pensamiento, todo sentimiento, toda acción que brote de la idea de una existencia exclusiva, una existencia separada necesariamente  es una atadura, una cárcel. Todas las experiencias, tanto pequeñas como grandes, y todas las aspiraciones, buenas o malas, crean una carga de impresiones, de sanskaras y nutren el sentido del yo. La única experiencia que propende, que desarrolla el debilitamiento del ego es la experiencia del amor, y la única aspiración que propicia una mitigación, un descenso, una merma de esta sensación de  la separación es el anhelo de llegar a ser uno con el Amado. Los deseos intensos tales como el odio, la ira, el temor, los celos y la envidia son actitudes excluyentes que crean un abismo entre uno mismo y el resto de la existencia. Sólo el amor es una actitud inclusiva que ayuda a unir este abismo artificial que nosotros mismos creamos, y tiende a abrirse paso a través de esta barrera que propicia la separación, la diferencia, esa barrera de  lo falso que imaginamos. En el amor verdadero el amante también anhela, pero anhela la unión con el Amado. Cuando busca o experimenta la unión con el Amado, el sentido del yo, del ego,  se debilita. Cuando ama, el yo no piensa en su propia conservación, de la misma manera que una polilla  no tiene miedo de quemarse en la llama. El ego es la afirmación de estar separado del otro, mientras que el amor es la afirmación de ser uno con el otro, es esa sensación de fusión con el otro. De ahí que el ego sólo pueda disolverse por medio del amor, del amor real y verdadero.

El ego está compuesto por deseos

Estos deseos  son de diversas clases y constituyen al ego. Cuando se frustra la satisfacción de estos deseos, es el ego mismo el que se frustra. Cuando se tiene éxito en alcanzar los objetos deseados, es el ego el que tiene éxito. El ego cobra mayor fuerza tanto satisfaciendo como no satisfaciendo los deseos. El ego puede incluso nutrirse de una relativa calma,  adormecimiento del surgir de los deseos y  de esa manera afirmar su  tendencia separada, dual  al sentir que ya no tiene deseos. Sin embargo, cuando todos los deseos cesan realmente, finalizan,  el deseo de afirmar de cualquier forma de separatividad, también finaliza, termina. Por lo tanto, la libertad real respecto de todo deseo produce la finalización del ego individual. El ego está compuesto por una gran variedad y diversidad de deseos,  la destrucción de éstos equivale a la destrucción del ego.

Las raíces del ego se hallan en la mente inconsciente, en la mente subconsciente

Sin embargo, es muy complicado el problema de borrar al ego de la consciencia porque las raíces del ego se hallan en la mente inconsciente en forma de tendencias latentes, las cuales no siempre son accesibles a la consciencia explícita, a la mente consciente. El ego limitado de la consciencia explícita es sólo un pequeño fragmento del ego total. Ya que el ego se asemeja a  un témpano que flota en el mar. Una séptima parte del témpano permanece sobre la superficie del agua y esa superficie  es la que  es visible para el observador, pero la porción principal permanece sumergida e invisible. Del mismo modo, sólo una pequeña porción del ego se pone de manifiesto en la consciencia en forma de yo explícito, y la porción principal del ego real permanece sumergida en los oscuros e inexpresados santuarios de la mente subconsciente.

La composición del ego es heterogénea

El ego explícito, la mente consciente, que se pone de manifiesto en la consciencia, de ninguna manera es una totalidad armoniosa, unida, puede llegar a ser y realmente es un conjunto de muchísimos conflictos de tendencias opuestas. Sin embargo, tiene limitada capacidad para permitir que surjan simultáneamente estas tendencias que están en oposición. Dos personas, por ejemplo, para poder discutir verbalmente tienen que hablarse, pues si no se hablan, es imposible encontrar un terreno común para la disputa. De la misma manera, para que dos tendencias puedan entrar conscientemente en conflicto deberán tener una base común. Si son demasiado desiguales, no podrán ser admitidas en el foco  de la consciencia –ni siquiera como tendencias conflictivas– por lo tanto van a tener que permanecer sumergidas en la mente subconsciente hasta que ambas se modifiquen mediante la tensión ejercida por las diversas actividades conectadas con la mente consciente.

El ego explícito y el ego implícito

Aunque el ego en su totalidad es esencialmente de constitución heterogénea, el ego explícito de la consciencia es menos heterogéneo que el ego implícito que subyace en  la mente subconsciente. El ego explícito opera como un todo formidable si se lo compara con las aisladas tendencias subconscientes las cuales  buscan constantemente emerger a la consciencia. El ego organizado de la consciencia explícita se convierte pues así en una barrera restrictiva que impide definidamente que los diversos componentes del ego implícito, no expresado, subconsciente,  tengan acceso a la consciencia. Todos los problemas del ego sólo pueden ser resueltos con una acción inteligente, con una acción consciente. Por lo tanto, la completa aniquilación del ego sólo es posible cuando todos los componentes del ego pasan por el fuego, por el ojo de la consciencia inteligente.

La intensificación del conflicto finaliza cuando se alcanza el equilibrio y la armonía 

La acción de la consciencia inteligente sobre los componentes del ego explícito es importante, pero en sí misma no es suficiente para los resultados deseados. Todos los elementos que componen este ego implícito de la mente subconsciente tienen que ser traídos de alguna manera a la superficie de la consciencia y convertirse en partes del ego explícito, y luego someterse a la acción de la consciencia inteligente. Para lograr esto el ego explícito deberá necesariamente debilitarse de tal manera que permitirá que surjan en la consciencia aquellos deseos o aquellas  tendencias que no eran permitidos en el foco de  la consciencia. Sin embargo, cuando se pone en  circulación todo el conjunto de estas tendencias que estaban inhibidas, que eran inconscientes, estas  producen más confusión y generan un  conflicto mayor  en el ego explícito. Por lo tanto, la desaparición del ego viene  acompañado por un conjunto intensificado de conflictos que surgen justamente en el foco  de la mente consciente antes que la calma, el  aquietamiento de los mismos suceda. Sin embargo, al final de la lucha encarnizada, dura  y aguda se halla el estado de verdadero equilibrio de armonía profunda, el cual sobreviene después de que todo el témpano del ego se ha derretido.

El ego vive por medio de los opuestos de la experiencia

Una parte importante del proceso por el cual se aniquila al ego consiste en extraer de los más profundos estratos del inconsciente las raíces del ego que están sepultadas, y  traerlas a la luz de la consciencia. La parte importante consiste en manejar inteligentemente los deseos después de que éstos logran entrar en la palestra de la consciencia. El proceso por el cual se tratan los componentes de la consciencia explícita de ninguna manera es claro y sencillo, pues el ego explícito tiene la tendencia a vivir por medio de cualquiera de los opuestos de la experiencia. Si el intenso accionar de la consciencia inteligente lo expulsa de un opuesto, tiende a desplazarse hacia el otro extremo y vivir por medio de éste. Mediante una repetida alternancia entre los opuestos de la experiencia, el ego elude el ataque de la consciencia inteligente para perpetuarse.

El ego es una hidra de muchas cabezas

El ego es una hidra de muchas cabezas y se expresa de innumerables modos. Vive de cualquier clase de ignorancia. El orgullo es el sentimiento específico con el que el egoísmo se manifiesta. Una persona puede ufanarse de las cosas más superficiales, más pueriles y tontas. Hay casos conocidos de esto, por ejemplo, personas que se dejan crecer anormalmente las uñas y las conservan así a pesar de las muchas molestias que les causan, por ninguna otra razón que la de afirmar su separatividad respecto de los demás. Si el ego ha de vivir en sus logros, deberá magnificarlos de manera grotesca. Es muy común que el ego se afirme directamente en la sociedad exhibiéndose, pero hay normas de conducta que le prohíben esa afirmación; entonces el ego tiende a buscar el mismo resultado denigrando a los demás. Representar a los demás como malos es glorificarse proponiendo una comparación: una comparación que el ego efectuaría con gusto, aunque a menudo se abstenga de hacerlo por alguna otra razón.

Las tretas del ego

El principio de la perpetuación personal de la vida separada, de la diferencia con el otro, activa al ego, el cual tiende a vivir y crecer por todos aquellos medios que le son permitidos. Si descubre que lo restringen en una dirección, entonces procura compensarse y expandirse en la otra. Si es abrumado por un torrente de conceptos y acciones espirituales, incluso tiende a aferrarse a esta fuerza misma que originalmente entró en acción para expulsarlo. Si una persona intenta cultivar la humildad a fin de mitigar el monstruoso peso del ego y de esta manera logra hacerlo, el ego puede transferirse con sorprendente prontitud a este atributo de la humildad. El ego se alimenta mediante repetidas afirmaciones, como por ejemplo: “Yo soy espiritual”, tal como en las primeras etapas realizó la misma tarea afirmando: “La espiritualidad no me interesa”. Va de un lado a otro. Así surge lo que podría llamarse un ego espiritual, o un ego que siente su separatividad, su afirmación en la dualidad,  en el logro de cosas que él considera buenas y obviamente  espirituales. Desde el punto de vista verdaderamente espiritual, este tipo de ego espiritual constituye una atadura tal como lo es el ego primario, tosco y burdo, el cual no formula estas pretensiones.

La guerra de guerrillas

De hecho, en las etapas más avanzadas del sendero, el ego no procura mantenerse con métodos francos, explícitos, directos, sino que se refugia en aquellas cosas cuyo objetivo es debilitarlo. Estas tácticas del ego se parecen muchísimo a la guerra de guerrillas y son muy difíciles de contrarrestar. Expulsar al ego de la consciencia es necesariamente un proceso intrincado, complejo, difícil que no puede realizarse mediante un enfoque constante y uniforme. Puesto que la naturaleza del ego es muy complicada, igualmente complicado es el tratamiento que se necesita para liberarse del ego.  Como el ego tiene posibilidades casi infinitas de asegurar su existencia y crear el autoengaño, el aspirante encuentra casi imposible hacer frente a las nuevas formas que  el ego utiliza para surgir una y otra vez  en forma interminable. El aspirante sólo puede lidiar exitosamente con las tretas engañosas del ego con la ayuda y la gracia de un Maestro Perfecto.

El Maestro como último recurso

En la mayoría de los casos, el buscador de conocimiento se acerca al Maestro solamente cuando se ve forzado a comprender cuán inútiles son todos sus esfuerzos individuales. No puede avanzar por sí solo hacia la meta que él divisa, que  busca difusamente. La terca persistencia del ego lo exaspera, y al percibir claramente el desamparo, se entrega al Maestro el último y único recurso. La entrega personal equivale a admitir francamente que el aspirante renunció ya a toda esperanza de confrontar por sí solo los problemas del ego y que confía solamente en el Maestro. Es como si dijera: “Soy incapaz de poner fin a la miserable existencia de este ego. Por lo tanto, acudo a ti, Maestro, para que intervengas y lo liquides”. Sin embargo, este paso resulta más fructífero que todas las demás medidas que podrían haberse intentado para debilitar y subsiguientemente aniquilar a este  ego. Cuando la ignorancia que constituye el ego se disipa mediante la gracia del Maestro, entonces la Verdad despierta, y es la meta, esta Verdad,  de toda la creación.