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La Naturaleza del Ego y la Erradicación del Ego. Parte III Las Formas del Ego y Su Disolución

La Naturaleza del Ego y la Erradicación del Ego. Parte III Las Formas del Ego y Su Disolución

La Naturaleza del Ego y la Erradicación del Ego

Parte III
Las Formas del Ego y Su Disolución

El ego vive mediante la idea de “lo mío”, de lo propio

El ego subsiste poseyendo cosas mundanas, como, por ejemplo el poder, la  fama, la riqueza, todas las habilidades, los logros y las proezas. Crea y reconoce lo “tuyo” para diferenciarlo claramente de lo “mío”. Lo “ tuyo” versus lo “mio”. Sin embargo, a pesar de todo lo mundano que él reclama como “mío”,  como propio, se siente constantemente vacío y se siente  incompleto. A fin de compensar esta profunda inquietud existente en su propio ser, procura fortalecerse adquiriendo más cosas. Y se consuela mostrando toda su imponente y variada colección de cosas comparándolas con otras que serían inferiores a las denominadas “mías”. Lo “mío” es más importante que lo “tuyo”.  A menudo usa estas posesiones por capricho y exhibicionismo fuera de lugar, incluso en detrimento de los demás. El ego no se siente satisfecho a pesar de lo que posee, y aun así en lugar de procurar desapegarse de eso, busca satisfacerse con una posesividad más intensa que lo diferencie de las otras personas cada vez más. El ego, como afirmación separada, vive con la idea de lo propio, de lo  “mío”.

Las formas del ego

El ego quiere sentirse separado, el ego quiere sentirse  único, y procura expresarse en el papel de alguien indudablemente mejor que todos  los demás, que todo el entorno, o de una manera diferente  en el de alguien indudablemente distinto, pero  inferior. La dualidad está implícita mientras exista el ego,  mientras haya un trasfondo de dualidad la actividad mental de la comparación y el contraste no podrá aquietarse efectivamente y permanecerá así largo tiempo. Por ello, aunque una persona se sienta aparentemente igual a otra, este sentimiento carece de bases firmes, es falso. Esto señala más bien un punto de transición entre dos actitudes del ego más  que de haberse librado permanentemente de esta distinción entre el yo y el tú.

La idea de igualdad

El pseudo sentido de igualdad, si existiese, se podría expresar con esta fórmula: “De ningún modo yo soy inferior o superior al otro”. De inmediato se ve que esto es una aseveración negativa del ego. El equilibrio entre el yo y el tú es perturbado constantemente por el predominio de un complejo de superioridad o de inferioridad. Entonces surge la idea de igualdad para restablecer este equilibrio, este equilibrio perdido. Sin embargo, la aseveración negativa del ego en forma de igualdad es totalmente diferente del sentido de unidad,de armonía, de unión que caracteriza a la vida de libertad espiritual. Aunque esta idea de igualdad constituye la base de muchas ideas sociales y políticas, las condiciones reales de una vida rica en cooperación sólo se cumplen cuando la realización de la unidad de toda la vida reemplaza a esta falsa idea de igualdad, esta corta idea de igualdad.

Los dos complejos

Los sentimientos de superioridad y de inferioridad son reacciones recíprocas, y este sentimiento de igualdad, que está inducido artificialmente, falsamente, podría ser considerado como una reacción, una reacción ante  ambos. El ego logra afirmar su separatividad en todas estas tres modalidades. El complejo de superioridad y el complejo de inferioridad permanecen en su mayoría desconectados el  uno del otro. Ambos procuran expresarse separada y alternadamente mediante los objetos adecuados, como por ejemplo  cuando una persona domina a quienes considera inferiores y se somete a quienes considera superiores. Pero esta expresión alternada mediante un comportamiento contrario sólo acentúa estos complejos opuestos en lugar de inducir su disolución.

El complejo de superioridad

El complejo de superioridad se pone en movimiento cuando una persona se encuentra con alguien que de algún modo es notablemente inferior en lo que se refiere por ejemplo  a posesiones mundanas. A pesar de lo mucho que posee, el ego se enfrenta constantemente con el espectáculo de su propio vacío. Es por eso que se aferra, como consuelo, a  merecimientos engañosos, a ganancias engañosas demostrando cuán grandes son sus posesiones. Este contraste no se reduce a una comparación teórica, sino que a menudo se muestra como un choque real con los demás. De manera que la agresividad es una consecuencia natural de esta necesidad de compensar la pobreza de la vida que el ego tiene.

El complejo de inferioridad

El complejo de inferioridad se activa cuando una persona se encuentra con alguien que de algún modo es notablemente superior en lo que se refiere a posesiones del mundo. Pero su sumisión al otro se basa en el temor o en el egoísmo. Nunca puede ser incondicional o espontánea porque siente una envidia indefinible, o incluso odio, hacia el otro porque éste posee algo que al ego le gustaría tener y no tiene. Toda sumisión forzada, toda sumisión  externa es solo el efecto de un complejo de inferioridad, y sólo puede hacer que el ego se destaque en una de sus peores formas. Así, el ego atribuye su sensación de vacío a las posesiones aparentemente inferiores que dice ser “suyas”, en lugar de atribuirle a su muy arraigado y cruel empeño de buscar  alegría a través de esas mismas posesiones. El hecho de saberse inferior es sólo otro estímulo para que realice desesperados esfuerzos a fin de poseer más que los medios de que dispone. De manera que mientras perpetúa la pobreza interior del alma, el complejo de inferioridad, como el complejo de superioridad, constituyen  agentes del egoísmo y del caos social, y de acumulación de la clase de ignorancia que justamente caracteriza al ego.

La entrega difiere del complejo de inferioridad

Cuando una persona entra en contacto con un Maestro Perfecto y reconoce que éste tiene el estado de Perfección y esta Perfección carece de  ego, se entrega voluntariamente al Maestro. El discípulo percibe que el ego es una fuente, una fuente  de ignorancia, de  inquietud, de desarmonía, de  conflictos perpetuos, y también reconoce su propia incapacidad para terminar con el ego. Pero esta entrega personal debe diferenciarse cuidadosamente del complejo de inferioridad, porque esta entrega se acompaña con la convicción de que el Maestro es el ideal, es la Meta  y, como tal, es fundamentalmente uno con el discípulo. Esta entrega personal de ninguna manera expresa pérdida de confianza. Por el contrario, expresa confianza en que todos los obstáculos serán superados con la ayuda del  Maestro. Apreciar la divinidad del Maestro es la manera con la que el Ser superior del discípulo expresa la dignidad que realmente siente.

La intervención del Maestro

A fin de producir una rápida disolución de estas dos formas principales del ego, el Maestro puede despertar deliberada y alternativamente estos dos complejos. Si el discípulo está a punto de desanimarse y renunciar a su búsqueda, el Maestro podría despertar en él una profunda confianza en sí mismo. Si está a punto de volverse egoísta, podría remover este nuevo obstáculo creando situaciones en las que el discípulo tuviera que aceptar y reconocer su propia incapacidad y  su propia vacuidad. Así el Maestro ejerce su influencia sobre el discípulo a fin de acelerar las etapas que el ego en disolución atraviesa antes de su desaparición final, de su aniquilación final.

Ajustarse al Maestro es resultado de la disolución de los complejos

A los complejos de superioridad e inferioridad se los tiene que relacionar inteligentemente, mutuamente, si han de contrarrestarse el uno con el otro. Esto requiere una situación en la que a ambos se les permita actuar al mismo tiempo, sin necesidad de reprimir a uno a fin de expresar al otro. Cuando el alma establece una relación dinámica, una relación vital con el Maestro, estos complejos relacionados con los sentidos de inferioridad y con la concepción de  superioridad se los pone en acción, y se trabajan, se funden  y se contrarrestan mutuamente. Entonces el discípulo siente que en sí mismo no es nada, pero en su Maestro y a través de él se vivifica ante la perspectiva de poder ser Todo.

De manera que, de un golpe, los dos complejos experimentan mutua tensión y tienden a aniquilarse el uno al otro en el intento que el discípulo hace para ajustarse al Maestro. Con la disolución de estos complejos opuestos, las barreras de separación del ego son derribadas en todas sus formas. El amor divino surge, surge  al ser abatidas las barreras de la separación, las barreras de la dualidad. Con el surgimiento del amor divino, el sentimiento separado del yo, en contraposición con el tú, se agota en la sensación de unión, de  unidad.

La analogía del conductor

Se necesita un chofer para que un auto se mueva hacia su destino, hacia su meta. Sin embargo, el conductor puede sentirse fuertemente atraído por las cosas que encuentre en el camino, y no sólo podría detenerse en sitios intermedios por tiempo indefinido, sino también extraviarse al ir en pos de cosas cuyo encanto es solamente temporario. De manera que podría mantener al automóvil en marcha todo el tiempo sin acercarse a la meta, e incluso alejarse más de ella. Algo parecido a esto sucede cuando el ego asume el control de la consciencia humana. Al ego podemos compararlo con el conductor que tiene cierta dosis de control sobre el automóvil y cierta capacidad para manejarlo, pero ignora por completo el destino final.

Para que el autor llegue a su destino final no basta solo que alguien pueda conducirlo, sino que además sepa mantener el motor. También es necesario que el conductor pueda guiar el auto hacia su destino. Mientras el movimiento de la consciencia sea total y exclusivamente dominado por el ego, el avance espiritual de la persona corre peligro porque el ego tiende naturalmente a fortalecer las  barreras de separación, la dualidad, de la falsa imaginación. De modo que, debido a las actividades centradas alrededor del ego, la consciencia permanece encerrada por las paredes que ella misma construyó, y se mueve dentro de los límites de su prisión ilusoria.

Si la consciencia ha de liberarse, emanciparse de sus limitaciones y adecuarse para ponerse al servicio del propósito original para el cual hizo su aparición, no debe tomar impulso y dirección desde el ego sino desde  otro principio, desde otra base. En otras palabras, al conductor que nada sabe de su destino final se lo debe cambiar por otro conductor al que no lo fascinen todas las cosas que encuentre accidentalmente en el camino, y que no concentre su atención en apeaderos o atractivos adyacentes sino en la meta final en el lugar donde la dualidad deja de  existir. Cuando el centro de nuestro interés pasa de las cosas sin importancia a otras que son verdaderamente importantes, valiosas,  esto puede compararse con transferir el poder del conductor ignorante al conductor que conoce el destino, conoce la meta. Junto con este cambio gradual del centro de interés, hay una  progresiva disolución del ego y un  movimiento real y verdadero hacia la Verdad.

El ego intenta integrarse en torno de una idea falsa

Si el ego fuera tan sólo un instrumento para integrar la experiencia humana, sería posible que nos estableciéramos en la Verdad final siguiendo adelante con la actividad del ego. Pero mientras cumple un papel específico en el avance de la consciencia, el ego también representa un principio activo de la ignorancia, de la falsedad  que impide el posterior desarrollo de la espiritualidad verdadera. El ego intenta integrar la experiencia, pero lo hace en torno de la falsa idea de separación, de separatividad. Puesto que considera a una ilusión como la base sobre la cual construirá su edificio, nunca consigue nada, nada salvo construir ilusiones una sobre otra. En vez de ayudar a llegar a la Verdad, la función del ego realmente lo impide. El proceso por el que se llega a la Verdad solamente puede ser fructífero si la integración que el ego preside, dirige,  se acrecienta sin introducir las bases de la  ignorancia separada, ilusoria.

El Maestro se convierte en el nuevo núcleo integrador

Mientras la experiencia humana se halle dentro de los límites de la dualidad, la integración de la experiencia es una condición esencial para una vida racional y significativa. Pero hay que renunciar al ego, al ego  como núcleo integrador debido a su inevitable alianza con la ignorancia, con todas las fuerzas de la ignorancia. Entonces allí surge la imperiosa necesidad de un centro integrador, un centro integrador  que evite  la ignorancia separada y dé campo libre a la incorporación de todos los valores anteriormente inaccesibles al centro del ego. Este nuevo centro lo provee el Maestro, quien expresa todo lo que tiene real valor y que representa la Verdad absoluta, la Verdad final. El cambio de interés, de las cosas efímeras,  sin importancia a los valores importantes, valiosos  se facilita con fidelidad y entrega personal al Maestro, quien se convierte en el nuevo núcleo integrador.

La unión con el Maestro y la realización de la Verdad

El Maestro es una permanente afirmación de la unidad de toda la vida cuando lo comprendemos verdaderamente. Por eso, la lealtad al Maestro produce una gradual disociación del núcleo del ego, el cual afirma su separatividad. Después de esta crisis importante en la vida de un individuo, toda la actividad mental tiene un nuevo marco de referencia. Y su importancia ha de suponerse a la luz de su relación con el Maestro como la manifestación de la Verdad infinita, y no a la luz de cualquier relación con el núcleo del ego como yo limitado, como yo parcial. De ahí en adelante la persona descubre que todas las acciones que ella hace, emana, genera ya no tienen su inicio en el yo limitado, sino que, en su totalidad, son inspirados por la Verdad que opera a través del Maestro. Tampoco le interesa más el bienestar del ego limitado, sino que lo único que le interesa es el Maestro, el Maestro como representante de la vida universal, armónica e indivisa. Ofrenda todos sus deseos y todas sus experiencias al Maestro, no se reserva nada bueno ni nada malo para el yo limitado, y de esta manera desnuda al ego de todo contenido.

Esta progresiva bancarrota del ego, esta derrota, no interfiere con el proceso de integración porque justamente la función ahora se cumple en torno del nuevo centro que es el Maestro como representante de la Verdad. Cuando el núcleo del ego comienza a sentir su derrota y es privado de  poder o privado de ser, el Maestro, como la Verdad, se halla firmemente establecido en la consciencia como guía inspirador y principio motor. Esto constituye el logro de la unión con el Maestro y la realización de la Verdad infinita.

El conocimiento del verdadero Yo

El ego sufre una drástica restricción cuando se adapta gradualmente a las exigencias espirituales de la vida mediante la labor hacia la humanidad, hacia el desinterés, hacia el amor, hacia la entrega incondicional y la ofrenda personal al Maestro en su carácter de Verdad. No sólo opone cada vez menos resistencia al desarrollo espiritual, sino que también experimenta una radical transformación, un cambio muy grande. A su debido tiempo, esto resulta ser tan grande que finalmente el ego, como afirmación separada, desaparece por completo y de esta manera es sustituido por la Verdad, la cual no conoce nada acerca de la  separatividad, de la dualidad, de la separación. 

Los pasos intermedios tendientes a debilitar al ego y de esta manera ablandar su naturaleza se pueden comparar con recortar y podar las ramas de un enorme árbol silvestre, mientras que el paso final tendiente a aniquilar al ego equivale a arrancar a ese árbol por completo. El conocimiento del verdadero Yo surge cuando el ego desaparece totalmente. De manera que la larga travesía del alma consiste en desarrollar, desde la consciencia animal, la consciencia explícita personal como yo limitado, y luego, en trascender este  yo limitado a través del Maestro. En esta etapa, el alma se inicia en la consciencia del Ser supremo y real como un “Yo soy” eterno e infinito, en el que no hay separación, no hay dualidad  y que incluye toda la existencia.