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Las Condiciones de la Felicidad. Parte II Satisfacción, Amor y Conocimiento de Dios

Las Condiciones de la Felicidad. Parte II Satisfacción, Amor y Conocimiento de Dios

Las Condiciones de la Felicidad

Parte II
Satisfacción, Amor y Conocimiento de Dios

La satisfacción libre de los problemas creados por nosotros mismos

La mayor parte del sufrimiento del ser humano se lo crea principalmente él mismo con sus deseos incontrolados y sus exigencias insoportables. Todo esto es innecesario para la realización de sí mismo. Si el hombre se siente contento y deja de tener deseos será libre del sufrimiento que él mismo se provoca. Su imaginación no lo acosará constantemente para que alcance cosas que realmente no tienen importancia, no tienen valor y se establecerá en una paz inexpugnable. Cuando un individuo se siente satisfecho, contento, no exige soluciones a los problemas porque estos problemas no existen. Los problemas  que las personas mundanas afrontan han desaparecido. No tiene problemas, por lo tanto, no tiene preocupaciones, no necesita soluciones Las complejidades de la vida no existen para él porque su vida se torna completamente simple en el estado en el que los deseos no existen.

El sufrimiento propio del renunciamiento

Cuando una persona comprende que los deseos son tan sólo esclavitud del espíritu, decide renunciar a ellos, pero aunque este proceso sea voluntario, a menudo es doloroso. Existe el sufrimiento que se produce al purificar la mente de sus muchos deseos, aunque el alma esté dispuesta a renunciar a ellos, porque esta decisión del alma contraría la inclinación de la mente egoica a empeñarse en satisfacer sus deseos habituales. Renunciar a los deseos acota la vida misma de la mente egoica. Por lo tanto, a este proceso lo acompañan invariablemente agudos sufrimientos. Pero estos sufrimientos son saludables para el alma porque la libera de la esclavitud.

Analogías

No todo sufrimiento es malo. Cuando el sufrimiento produce la felicidad eterna de estar libre de deseos, se lo debe considerar una bendición disfrazada. Así como un paciente puede ponerse en manos de un cirujano para operarse a fin de librarse de un dolor permanente y maligno, de igual modo el alma tiene que aceptar de buen grado este sufrimiento producido por renunciar a los deseos a fin de librarse del sufrimiento reiterado e interminable que estos deseos le causan. Es un sufrimiento agudo del alma al renunciar a los deseos, pero el alma lo soporta por la sensación de mayor libertad que sobreviene cuando los deseos desaparecen de la mente poco a poco. Si una parte del cuerpo es abierta para curar una infección, esto produce mucho dolor, pero también produce mucho alivio. De manera parecida, al sufrimiento producido por renunciar a los deseos lo acompaña un alivio que lo compensa: comienza progresivamente la vida en la que la libertad y la felicidad no tienen límites.

El sufrimiento purifica los deseos del alma

Una de las cosas más difíciles de lograr es la vida simple de libertad y felicidad. El ser humano se complicó la vida desarrollando deseos artificiales e imaginarios, y retornar a la simpleza equivale renunciar a los deseos. Los deseos se convirtieron en parte esencial del limitado yo del hombre, y el resultado de esto es que se niega a abandonarlos a menos que la lección según la cual los deseos nacen de la ignorancia se grabe en su mente con un agudo sufrimiento mental. Cuando un hombre afronta un gran sufrimiento causado por sus deseos, entonces comprende la verdadera naturaleza de éstos deseos. Cuando este sufrimiento sobreviene, hay que aceptarlo. El sufrimiento puede ocurrir a fin de eliminar más sufrimiento. Una espina puede sacar otra espina, y un sufrimiento otro sufrimiento. El dolor debe ocurrir cuando es útil para purificar al alma de sus deseos; entonces es tan necesario como los remedios para una persona que está  enferma.

El sufrimiento causado por la insatisfacción

Sin embargo, el noventa y nueve por ciento del sufrimiento humano no es necesario. La gente se inflige ese  sufrimiento a sí mismo y hace sufrir a sus semejantes por su obstinada ignorancia y, entonces hace esta pregunta bastante extraña: “¿Por qué debemos sufrir?” Al sufrimiento se lo suele simbolizar con escenas de guerra, casas devastadas, miembros fracturados y sangrantes, terribles torturas y muerte. Pero la guerra no entraña sufrimientos especiales; en realidad, la gente sufre todo el tiempo. Sufre porque no está satisfecha: cada vez quiere más y más. La guerra es más bien una consecuencia del sufrimiento universal de esta insatisfacción, es la materialización  representativa del dolor, del sufrimiento. Las personas se producen ellas mismas este dolor y producen a los demás indecibles sufrimientos por medio de la codicia, la vanidad y la crueldad.

La búsqueda egoísta de la felicidad hace al hombre insensible

Las personas no se contentan con crearse sufrimientos para ellas mismas, sino que se empeñan implacablemente en hacer sufrir a sus semejantes. Todos buscan su propia felicidad, incluso a costa de la felicidad de los demás, y así generan crueldad y guerras sin fin. Mientras el ser humano piense solo en su propia felicidad, no la encontrará. El yo limitado crece y agobia al buscar su propia felicidad individual. Cuando una persona es egoísta puede volverse totalmente insensible y cruel con los demás al buscar una felicidad falsa, separada y exclusiva, pero esto repercute en el individuo envenenando la fuente misma de su vida. Una vida sin amor carece de belleza; sólo vale la pena vivir una vida plena de amor.

La felicidad a través del amor y olvido de sí mismo

Si un individuo no tiene deseos, no sólo eliminará lo mucho que hace sufrir a los demás sino también muchos sufrimientos que él mismo se crea. Sin embargo, la sola ausencia de deseos no puede dar positiva felicidad, aunque proteja del sufrimiento que es generado por la propia mismisidad y sea un gran avance que posibilite la verdadera felicidad. La verdadera felicidad comienza cuando uno aprende el arte de adaptarse correctamente a otras personas, lo cual implica el  olvido de uno mismo para amar. De ahí surge la importancia espiritual de transformar la vida del yo limitado en una vida de amor.

El amor desinteresado es poco común

El amor puro es poco común porque, en la mayoría de los casos, las motivaciones egoístas desnaturalizan al amor, introduciéndose subrepticiamente en la consciencia con la actividad de los sanskaras malos que se fueron acumulando. Es extremadamente difícil purificar la consciencia de la ignorancia profundamente arraigada que se expresa con la idea de “yo” y “mío”. Por ejemplo, aunque una persona diga que ama a su ser amado, a menudo sólo quiere decir que desea posesivamente al ser amado para estar con el ser amado. El sentimiento de “yo” y “mío” se halla notablemente presente aún cuando se expresa el amor.

Si un hombre ve que su hijo está harapiento, hace todo lo posible para darle ropa buena y ansía verlo feliz. En estas circunstancias, consideraría que lo que él siente por su hijo es amor puro. Pero al reaccionar rápidamente ante la desgracia de su hijo, de ninguna manera podemos dejar de considerar el papel representado por la idea de “mío”. Si esta misma persona viera andrajoso en la calle al hijo de un extraño, no reaccionaría como lo hizo en el caso de su propio hijo. Esto muestra que, aunque no sea plenamente consciente de ello, su comportamiento con su propio hijo fue concretamente egoísta en gran parte. En la mente existe, en segundo plano, el sentimiento de “mío”, aunque sólo se lo pueda traer a la superficie mediante un análisis agudo. Si ese hombre reacciona con el hijo de un extraño tal como lo hizo con el suyo propio, sólo entonces puede decirse que su amor es puro y desinteresado.

El campo del amor puro

El amor puro no es algo que pueda imponerse a alguien, y tampoco se lo puede extraer a otro por la fuerza. Tiene que manifestarse desde dentro, libre y espontáneamente. Lo que se puede lograr con audacia y decisión es la eliminación de los factores que impiden que el amor puro se manifieste. Puede decirse que lo que se logra desinteresadamente es difícil y fácil a un mismo tiempo. Es difícil para quienes no se decidieron a salir de su yo limitado, y es fácil para quienes se decidieron a hacerlo. Cuando falta una firme determinación, entonces los apegos conectados con el yo limitado son demasiado fuertes como para acabar con ellos. Pero si una persona resuelve dejar de lado su egoísmo a toda costa, descubre que es fácil entrar en el campo del amor puro.

Es necesaria una audaz decisión

El yo limitado es como un sobretodo que el alma viste. Así como un individuo se lo puede quitar ejercitando su voluntad, de igual manera puede dar un paso decisivo y audaz, tomando la decisión de despojarse de su yo limitado y librarse de él de una vez y para siempre. La tarea, que de otra manera sería difícil, se torna fácil tomando una decisión audaz e inflexible. Esta decisión podrá nacer en su mente solo cuando sienta un intenso anhelo de amor puro. Así como quien tiene hambre anhela comer, de igual modo el peregrino que quiera experimentar el amor puro deberá anhelarlo intensamente.

Solo un Maestro despierta el amor puro

Cuando el peregrino desarrolló este intenso anhelo de amor puro, entonces puede decirse que se preparó para que intervenga un Maestro, quien dirigiéndolo apropiadamente y dándole la ayuda necesaria lo introduce en el estado del amor divino. Solo el Maestro puede despertar amor puro mediante el amor divino que Él imparte, no hay otro modo. Quienes quieren consumirse de amor deben acudir a la llama eterna del amor. El amor es lo más importante en la vida. No puede ser despertado excepto entrando en contacto con la Encarnación misma del amor. Pensar teóricamente sobre el amor dará por resultado que se entreteja una teoría acerca del amor, pero el corazón seguirá estando vacío como antes. El amor engendra amor, el amor provoca al amor y ningún medio mecánico puede despertarlo.

El amor conduce a la realización de Dios

Cuando en el peregrino se despierta este amor verdadero, es conducido hacia la realización de Dios, abriéndose el campo ilimitado de la felicidad que es perdurable e imperecedera. La felicidad de la realización de Dios es la meta de toda la Creación. No es posible que una persona tenga la más ligera idea acerca de esa felicidad que no es expresable sin haber tenido realmente la experiencia de Dios, de la Deidad. Es enteramente limitada la idea que la gente del mundo tiene acerca del sufrimiento o felicidad. La verdadera felicidad que sobreviene al realizar a Dios vale por todos los sufrimientos físicos y mentales del universo. Entonces es como si todos los sufrimientos nunca hubieran existido.

La felicidad de la realización de Dios

Quienes no realizaron a Dios pueden controlar sus mentes por medio del yoga, a tal punto que nada les haga sentir dolor o sufrimiento, aunque los entierren vivos o los sumerjan en aceite hirviendo. Sin embargo, aunque los yoguis avanzados sean capaces de soportar, tolerar y anular cualquier sufrimiento, no experimentan la felicidad que significa realizar a Dios. Porque en el momento en que nos convertimos en Dios, todo el resto equivale a cero. Por lo tanto, la felicidad de realizar a Dios no puede ser opacada por nada, ni por nadie. La felicidad de realizar a Dios se autosustenta, eternamente renovada e imperecedera, ilimitada e indescriptible. Es por esta felicidad que el mundo mismo cobró vida.