Aunque la realización de Dios es el destino final de todas las personas, son muy pocas las que tienen la preparación necesaria para cumplir tempranamente este futuro de gloria. La mente del individuo mundano está oscurecida por una capa espesa de sanskaras que se fueron acumulando. Todas estas impresiones deben debilitarse considerablemente incluso antes de que el peregrino ingrese en el sendero espiritual. El método habitual para disipar gradualmente la carga de sanskaras consiste en cumplir tan estrictamente como sea posible el código externo de rituales y ceremonias religiosas.
Esta etapa de adecuación a los preceptos o tradiciones de carácter religioso se conoce como búsqueda de shariat, o karma-kanda. Abarca acciones tales como la recitación diaria de plegarias, la visita a lugares sagrados, el cumplimiento de deberes prescriptos por las escrituras, y la observancia de normas ya establecidas de códigos éticos aceptados por la conciencia moral de las épocas. La etapa de adaptación externa, de trabajo externo es, a su modo, útil como disciplina espiritual, aunque no está absolutamente libre de malos efectos, pues tiende no solamente a la aridez, la rigidez y la mecanicidad, sino que también nutre algún tipo de egoísmo sutil. Sin embargo, la mayoría de las personas se apegan a esta vida de condicionamientos externos porque consideran que es el modo más fácil de aplacar la intranquilidad de conciencia.
El alma suele pasar varias vidas recogiendo lecciones de condicionamientos externos, pero siempre llega un tiempo en el que se cansa de esas adecuaciones y se interesa más por las realidades de la vida interior. Cuando una persona del mundo se dedica a esta búsqueda superior, podría decirse que se convirtió en peregrino. Como el insecto que se metamorfosea y pasa a la siguiente etapa de la existencia, el aspirante al conocimiento trasciende la fase del condicionamiento externo, del shariat, o karma-kanda y se adentra en el sendero de la liberación espiritual, que se conoce como tariqat, o adhyatma-marga. En esta fase superior, al peregrino ya no le satisface adecuarse externamente a determinadas reglas, sino que quiere adquirir las capacidades que embellecen espiritualmente su vida interior.
Desde el punto de vista de las realidades de la vida interior, la vida de condicionamiento externo suele ser espiritualmente estéril, y una vida que se aparta de este riguroso condicionamiento suele ser muy rico desde el punto de vista espiritual. Al procurar adecuarse a lo convencional y formal ya establecido, casi siempre tendemos más bien a incurrir en una vida de valores falsos, de valores ilusorios, más que en una vida basada en valores verdaderos y perdurables. Lo que se reconoce como convencional no es preciso que siempre sea espiritualmente saludable. Por el contrario, muchos de estos convencionalismos expresan y encarnan valores ilusorios, cobran vida como resultado de la actividad de la mentalidad más corriente que por lo general es espiritualmente ignorante. Los valores ilusorios son principalmente convencionales porque crecen en la matriz de una mentalidad que es mayormente común. Esto no significa que lo convencional encarne solamente valores ilusorios.
A veces las personas son fieles a las cosas no convencionales por la sola razón de que no son comunes y corrientes. El carácter inusual de sus fines, de sus intereses les permite sentir su separatividad que son diferentes de los demás, y se deleitan en eso. Asimismo, lo no convencional suele generar interés solo porque es novedoso, en comparación con lo que es convencional. Los valores ilusorios de lo que es habitual se tornan insípidos cuando la mente se familiariza con ellos, y entonces tienden a trasladar la ilusión de lo valioso a cosas que no son habituales, en lugar de tratar de descubrir los valores verdaderos y perdurables.
Trascender la etapa de condicionamiento externo no implica un cambio mecánico e irreflexivo de lo convencional a lo no convencional. Este cambio tendría esencialmente un carácter de reacción sin que contribuyera en absoluto a lograr una vida de libertad y de verdad. La libertad respecto de lo convencional, que aparece en la vida del peregrino, no se debe a reacciones que no están analizadas, ni pensadas, sino justamente a lo opuesto, a un pensamiento crítico. Quienes trasciendan la etapa del condicionamiento externo e ingresen en la elevada vida de las realidades interiores deben llegar a ser capaces de distinguir entre los valores falsos y los valores verdaderos, independientemente de lo convencional o no convencional.
Por lo tanto, el elevarse de shariat (karma-kanda) a tariqat (adhyatma-marga) no ha de ser interpretado como apartarse solo del condicionamiento externo. No se trata del cambio de lo convencional a la idiosincrasia particular, o de lo habitual a lo que no es habitual. Es cambiar de una vida de aceptación irreflexiva, de aceptación mecánica debido a tradiciones que están fuertemente arraigadas a un nuevo modo de ser que esté basada en una evaluación reflexiva que pueda percibir la diferencia que existe entre lo importante y lo que no es importante, entre lo valioso y lo no valioso. Es cambiar de un estado de ignorancia implícita a un estado de reflexión crítica, de análisis. En la etapa en la que solo hay condicionamiento externo, la ignorancia espiritual del individuo suele ser tan completa que ni siquiera se da cuenta de que es ignorante. Cuando la persona despierta e ingresa en el sendero, empieza a darse cuenta de que es necesaria una luz verdadera. En las etapas iniciales, el esfuerzo para alcanzar esta luz toma la forma de discernimiento intelectual, discernimiento que nos lleva a entender la diferencia entre lo duradero y lo transitorio, lo verdadero y lo falso, lo real y lo irreal, y lo importante y lo que no lo es.
Sin embargo, no es suficiente que el aspirante espiritual practique solo el discernimiento intelectual entre lo falso y lo verdadero. Aunque el discernimiento intelectual es indudablemente la base de toda preparación posterior, sólo fructifica cuando los nuevos valores percibidos entran en relación con la vida práctica. Desde el punto de vista espiritual, lo que importa es la práctica, no la teoría. Las ideas, las creencias, las opiniones, los pareceres o doctrinas que una persona pueda tener intelectualmente constituyen una capa artificial de la personalidad humana. Muy frecuentemente alguien cree en una cosa y hace exactamente lo contrario. La quiebra que estas creencias inútiles y estériles llevan a las personas es realmente lamentable, ya que las personas que se nutren de ellas se engañan creyéndose que son seres espiritualmente adelantados, avanzados, cuando en verdad ni siquiera ha comenzado la vida espiritual.
A veces hasta una perspectiva errónea, cuando está sostenido con fervor, puede suscitar indirectamente una experiencia que abre las puertas hacia la vida espiritual. Incluso en la etapa de shariat, o karma-kanda, la lealtad a las religiones es con frecuencia una fuente de inspiración para muchos actos desinteresados y nobles, pues mientras a los dogmas y credos se los acepta ciegamente, se los suele sostener con un fervor y un entusiasmo que proporcionan el elemento dinámico a la ideología que la persona aceptó por el momento. Los dogmas y los credos, cuando se los compara con perspectivas y doctrinas estériles, tienen la clara ventaja de que no solo el intelecto los toma, sino también los abraza el corazón. Abarcan y afectan una parte más grande de la personalidad que aquellas partes que solo se basan en la opinión y en la perspectiva intelectual y teórica.
Sin embargo, los dogmas y los credos generalmente son tanto una fuente del bien como del mal, porque en ellos la visión que guía se oscurece, se obnubila debido a que el pensamiento crítico degenera o queda detenido. Si bien la lealtad al credo y al dogma a veces ha sido buena para el individuo o la comunidad a la que pertenece, más a menudo ha hecho daño. Aunque la mente y el corazón comparten su lealtad a dogmas y credos, ambos funcionan en esos casos con la grave desventaja de que el pensamiento crítico queda en suspenso. No hay análisis. De ahí que los dogmas y credos no contribuyan a algo que sea completamente bueno, desarrollante y evolutivo.
Cuando una persona renuncia a dogmas y credos que había aceptado sin discernimiento para dar cauce a criterios y doctrinas a los que entregó su pensamiento, se produce cierto avance, en la medida en que su mente ya empezó a pensar y examinar críticamente sus creencias. Sin embargo, muy a menudo se puede observar que esas creencias recientes carecen del fervor y del entusiasmo que caracterizaban la lealtad a dogmas y credos. Si estas creencias recientes carecen de una fuerza que las motive, sólo pertenecen a los aspectos superficiales de la vida, y cuelgan flojamente sobre la persona como si fueran un sobretodo. La mente se liberó del dominio de una emoción no cultivada, pero esto suele lograrse sacrificando la cooperación del corazón. Si los resultados del pensamiento crítico han de ser espiritualmente fructíferos, deben volver a invadir y recapturar al corazón para conseguir su cooperación.
En otras palabras, las ideas aceptadas tras un examen crítico deben volver a ponerse en circulación en la vida activa si queremos que tengan todo su beneficio. En el proceso de la vida práctica, a menudo experimentan una sana transformación y se entrelazan con solidez en el tejido mismo de la vida.
La transición de la adecuación externa (shariat, o karma-kanda) a la vida de las realidades internas (tariqat, o adhyatma-marga) implica dos pasos: 1) librar a la mente de la inercia de una aceptación sin reparos basada en ciega imitación, e incitarla a pensar críticamente; y 2) introducir en la vida práctica los resultados de pensar críticamente y con discernimiento. El pensamiento no debe tener características solamente críticas sino también desarrollar capacidades creativas a fin de que tenga un toque de espiritualidad. El pensamiento crítico y creativo induce a la preparación espiritual cultivando las cualidades que contribuyen a perfeccionar y equilibrar la mente y el corazón, en una Vida Divina sin trabas.