Cuando el buscador se conecta libre y voluntariamente con un Maestro, se dice que se convirtió en discípulo. Sin embargo, si esta conexión es puramente formal, no constituye un verdadero discipulado. La relación entre discípulo y Maestro es enteramente diferente, por ejemplo, de las relaciones legales que crean derechos y que crean obligaciones mediante transacciones verbales o acuerdos formales o acuerdos escritos. El ser discípulo es uno de los rasgos fundamentales que caracterizan la vida del aspirante avanzado, y no es producto de procedimientos artificiales. Surge de leyes que son básicas en la vida espiritual. Por lo tanto, es mucho más importante que las relaciones mundanas que surgen en el contexto de la vida social, de la vida corriente como resultado de asociaciones incidentales o de contratos temporales, de vínculos cotidianos. Muchas de estas relaciones mundanas no integran el tejido espiritual de la vida del aspirante, sino que permanecen ligadas superficialmente a su ser.
De manera que no tiene grandes consecuencias el hecho de que uno le compre algo a un comerciante u otro, con tal de que le paguemos el precio que el comerciante pide, y no importa si uno viaja en un barco o en otro, con tal de que lleguemos a destino. Sin embargo, aún estas transacciones son incluso determinadas internamente por ataduras sanskáricas y leyes kármicas; por lo tanto, no carecen enteramente de importancia espiritual. Estas relaciones son intrínsecamente provisorias y superficiales, y de ninguna manera se las puede comparar con el lazo vital, potente entre discípulo y Maestro, el cual brinda sustancia y dirección a la vida del aspirante.
La relación entre el Maestro y el discípulo es una inevitable consecuencia de las condiciones intrínsecas de la propia vida del aspirante. Principalmente es una relación entre el amante y su divino Amado. Desde el punto de vista espiritual, es la relación más importante que una persona puede establecer. El amor que constituye el núcleo del discipulado se destaca de las diferentes clases de amor que prevalecen en las relaciones sociales corrientes. El amor mundano es una interacción entre dos centros que no son conscientes de Dios, mientras que el amor que el discipulado implica es el amor de Dios inconsciente por Dios consciente. Todos son Dios, pero algunos no son conscientes de su divinidad, otros son parcialmente conscientes de su divinidad, y unos pocos, muy pocos son plenamente conscientes de Dios. Quienes no son conscientes de su divinidad no tienen idea del Estado Divino; sólo son conscientes del estado corporal. Para que hereden el Estado Divino, tienen que amar, venerar y ser guiados por el Maestro, quien se encuentra constantemente en el Estado de Divinidad.
El amor del aspirante por el Maestro es realmente la respuesta que da el aspirante por el amor del Maestro que es mayor, que es más potente que el que siente el aspirante. Hay que ubicarlo por encima de todos los demás formas de amor. El amor al Maestro se convierte naturalmente en el poder central de la vida del aspirante porque el aspirante sabe que el Maestro es la encarnación y la representación del infinito Dios. Por lo tanto, todos sus pensamientos, todas sus aspiraciones se entretejen en torno de la personalidad del Maestro. Así el Maestro ejerce incuestionadamente supremacía sobre las exigencias que el aspirante reconoce como válidas, y es mediante esta supremacía que el Maestro se convierte en el foco central de irradiación de fuerzas espirituales que disipan toda oscuridad, arrancan del corazón los pecados, e inician al aspirante en una vida libre y consciente de la propia Verdad.
El requisito fundamental para que el aspirante sea un verdadero discípulo es un incuestionable amor por el Maestro. Todas las otras corrientes de amor se unen en última instancia con el gran río de amor por el Maestro y desaparecen en él. Un ejemplo de esto es la historia de Majnun y Layla. Majnun amaba a Layla tan intensamente que pensaba en ella en cada instante de su vida. No podía comer, no podía beber ni dormir sin pensar en ella, y todo lo que quería era la felicidad de Layla. Gustosamente la habría visto casarse con otro si él considerara que era para beneficio de ella, e incluso habría muerto por su marido, si hubiera pensado que de ese modo ella sería feliz. Al final, su amor totalmente abnegado y sincero le condujo hacia su Maestro. Cada segundo de su vida, Majnun no pensaba en sí mismo sino en su amada, y esto elevó su amor desde el plano físico o intelectual, al espiritual. La espiritualización del amor lo condujo hacia el divino Amado, hacia Dios.
El Maestro es el divino Amado, y cuando el discípulo se encuentra con su Maestro, todo lo que tiene que hacer es amarlo, pues si el discípulo ama al Maestro de todo corazón, la unión final con el Maestro está asegurada. No necesita preocuparse por la calidad de su amor. Debe amar a pesar de sus debilidades, de sus temores sin demorarse hasta purificar su propio corazón. El Maestro es la fuente misma de la pureza, y el principio de la propia purificación consiste en depositar nuestro corazón en el corazón del Maestro. Cuando la devoción del discípulo hacia el Maestro es incondicional, su corazón se abre para recibir el amor divino que el Maestro derrama sobre él. Todas sus debilidades, sus temores, sus problemas, sus flaquezas se consumen en este fuego de amor divino y él se convierte de esta manera en su receptáculo, en su recipiente. Si el discípulo ha de liberarse de todas las debilidades y alcanzar la pureza incorruptible e infinita, tiene que necesariamente consagrar su vida al Maestro sin reserva ni cláusula alguna. Debe ofrendar tanto sus debilidades como sus vicios, y tanto sus méritos como sus pecados. Su ofrenda no debe tener ni “síes” ni “peros”. Su entrega personal debe ser tan completa que no permita que en su mente tenga siquiera cabida la sombra de cualquier deseo secreto, de cualquier deseo personal.
La entrega total y el amor incondicional son posibles cuando el discípulo logra tener una fe inquebrantable en el Maestro. La fe en el Maestro es parte indispensable del verdadero discipulado. Una vez que se realiza a Dios ya no es cuestión de fe, como así también, no es una cuestión de fe cuando un hombre se conoce como hombre. Pero hasta alcanzar este estado de Realización, la fe que el discípulo deposita en el Maestro es la luz más confiable que lo guía, y podemos compararla con el timón de un barco. No es correcto describir la fe como ciega, pues la fe es más parecida a la vista que a la ignorancia absoluta; no obstante, a la fe le falta la experiencia directa hasta que el aspirante, el buscador realiza a Dios.
No es casual que toda religión reciba el nombre de “fe”. Uno de los factores esenciales de la vida del aspirante es que debe tener fe. La fe puede expresarse de diversas formas, pero desde el punto de vista psicológico son una misma cosa, y no se las puede rotular de diversa manera. Las únicas diferencias de la fe son de grado y no en naturaleza. La fe puede ser fuerte y vital, puede ser débil y tibia. Una fe débil y tibia no conduce a la persona más allá de su adhesión a rituales y ceremonias, pero una fe fuerte, una fe vital lo conducirá seguramente al aspirante más allá de las formas religiosas externas, lo va ayuda a evitar la cáscara, a evitar la cubierta e ir a la esencia misma de la verdadera vida espiritual. La fe alcanza su natural culminación y meta cuando llega a centrarse en nuestro propio Maestro.
La fe del discípulo debe tener siempre, como base segura, su experiencia acerca de la divinidad del Maestro. No debe parecerse a una paja que la más leve brisa lleva a cualquier parte como una hoja en el viento. Debe parecer una roca que permanece impávida ante las más estrictas y rudas tormentas. La historia de Kalyan aclara el significado de una fe muy firme en el Maestro. Kalyan era un discípulo del Swami Ramdas, un Maestro Perfecto de la época de Shivaji. Un Maestro ama a todos los discípulos por igual, aunque podría querer a algunos más que a otras en especial, tal como un individuo ama todas las partes de su cuerpo, aunque quiera más a sus ojos que a sus dedos. El Swami Ramdas tenía muchos discípulos, pero Kalyan era el predilecto. Los demás discípulos no comprendían muy bien por qué el Maestro debería querer más a Kalyan que a los demás.
Un día el Swami Ramdas puso a prueba la devoción de sus discípulos, les pidió que fueran a verle y fingió estar enfermo y a punto de morir. Había puesto un fruto de mango en la articulación de su rodilla y se la vendó para que pareciera que estaba enormemente hinchada. El Swami Ramdas señaló la hinchazón y dijo a los discípulos que se trataba de un tumor maligno y que no había posibilidades de que él viviera, a menos que alguien succionara el veneno de la articulación. Al mismo tiempo, les aclaró a todos que quien succionara ese veneno moriría instantáneamente. Entonces preguntó si algún discípulo estaba dispuesto a succionar el veneno del tumor a costa de su propia vida. Todos los discípulos vacilaron con excepción de Kalyan, quien de inmediato se puso de pie y empezó a succionar esa “hinchazón”. Kalyan se sorprendió al no encontrarse con el veneno sino con el dulce jugo del mango, y Swami Ramdas elogió su fe inquebrantable y su abnegado amor. Estar dispuesto a morir por la felicidad del Amado es verdadero amor. Una fe incondicional, un amor firme como el de Kalyan sólo pueden aparecer en el discípulo por la gracia del Maestro.
Una íntegra lealtad al Maestro no reduce para nada la esfera vital de la vida del discípulo. Servir al Maestro es servir a nuestro propio Ser en todos los demás seres. El Maestro vive, mora en la consciencia universal y desea el bienestar espiritual del universo. Por lo tanto, servir al Maestro es participar en su causa, la cual consiste en servir a toda la vida, a la vida entera. Mientras participa en la labor del Maestro, es probable que al discípulo se le pida que esté en contacto con el mundo. Pero, aunque actúe en el mundo de conformidad con la labor que ha de llevar a cabo, el discípulo se halla en contacto interior con el Maestro como Ser infinito. Por lo tanto, compartiendo la labor del Maestro, el discípulo se acerca más y más al Maestro y se convierte en parte integral de su consciencia. Servir al Maestro es el medio más rápido para Realizarlo.
El servicio que el discípulo puede brindar al Maestro se vincula no solamente con la causa universal de la humanidad, sino que también es uno de los medios más potentes para aproximar al discípulo a su meta espiritual. Cuando el servicio del discípulo es espontáneo, desinteresado, generoso e incondicional le procura más beneficios espirituales que el que pudiera llegar por cualquier otro medio. Servir al Maestro es una alegría para el discípulo, aunque significa una dura prueba para su cuerpo o para su mente. El servicio brindado en condiciones displacenteras, duras, molestas es una prueba de la devoción del discípulo. Cuanto más difícil sea este servicio, más gustosamente el discípulo lo acepta. Y cuando acepta voluntariamente el sufrimiento tanto físico, como mental en su dedicado servicio al Maestro, experimenta la dicha de la Realización espiritual.
El sentido de íntegra y absoluta lealtad al Maestro resulta posible comprendiendo correctamente lo que el Maestro es y aquello por lo que realmente trabaja, aboga. Si el discípulo capta imperfectamente la verdadera jerarquía y la verdadera función del Maestro, es probable que establezca una falsa antítesis entre su propio Ser superior y el Maestro. Como consecuencia de esta antítesis, podría crear en su mente un conflicto artificial e imaginario entre los reclamos del Maestro y los otros reclamos que parecen legítimos. Un discípulo debe saber desde el comienzo mismo que lo único que el Maestro le pide es que realice su propio Ser superior. De hecho, el Maestro simboliza este Ser superior del discípulo y nada más que este Ser superior, el cual es una misma Realidad en todo.
Esta lealtad al Maestro es, pues, la única otra forma de lealtad a nuestro Ser superior. Sin embargo, esto no significa que la lealtad puramente formal al Ser superior sea, de alguna manera, un sustituto adecuado de la lealtad al Maestro. El discípulo no puede tener una clara percepción de su propio Ser superior hasta que haya realizado a Dios, y a menudo lo que se le presenta como su deber es en realidad el impulso que algunos sanskaras interpolados entre el Ser superior y su campo de consciencia generan y actúan. Por el contrario, el Maestro es uno con el Ser superior y no puede equivocarse en su correcta evaluación.
Por lo tanto, el discípulo debe poner siempre a prueba sus propios impulsos por medio de las normas u órdenes que el Maestro le dé. En caso de cualquier conflicto que pueda suscitar entre los dos, debe examinar cuidadosamente sus propias ideas para descubrir los puntos en los que podrían carecer de perfección. Una pequeña reflexión casi siempre es suficiente para percibir la armonía primaria, básica entre los verdaderos dictados de su propio Ser superior y los requerimientos del Maestro.
Sin embargo, si ocasionalmente el discípulo es incapaz de conciliar los dos, puede estar seguro de que no entendió como es debido a los dictados de su propio Ser superior o no captó apropiadamente el significado de lo que el Maestro le pidió, le requirió. En estos casos, el Maestro deja al discípulo en libertad para que obre según su propia consciencia, incluso a cualquier costo. A veces el Maestro puede dar instrucciones con el propósito de preparar a su discípulo para un modo de vida superior. En estas circunstancias, el discípulo se encuentra frente a una divergencia aparente, a una divergencia temporal entre sus propias inclinaciones y las instrucciones del Maestro. Pero habitualmente el Maestro no da instrucciones para las que el discípulo no haya estado preparado ya interiormente.
El Maestro es supremamente impersonal, y su único interés es siempre quitar los velos entre la consciencia del discípulo y su Ser superior. Por lo tanto, nunca podrá haber reales conflictos entre la lealtad del discípulo a su propio Maestro y su lealtad a su propio Ser superior. En verdad, al final de su búsqueda, el discípulo descubre que el Maestro no es otro que su propio Ser superior en otra forma. El Maestro, en su total impersonalidad y divinidad irrestricta, es tan completo que no tiene deseos. Todo lo que él demanda, en relación con el discípulo, es que éste se reedifique, se reconstruya a la luz de la Verdad suprema. Convertirse en discípulo es empezar a recorrer el sendero que conduce hacia la meta final, la meta espiritual. Esto es lo que el verdadero discipulado significa.