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Las Condiciones de la Felicidad. Parte I La Eliminación del Sufrimiento Mediante El Desapego

Las Condiciones de la Felicidad. Parte I La Eliminación del Sufrimiento Mediante El Desapego

Las Condiciones de la Felicidad Parte I La Eliminación del Sufrimiento Mediante El Desapego

Todos buscan la felicidad

Todos los seres del mundo están buscando la felicidad, y el ser humano no es una excepción. Aparentemente el hombre pone su corazón en muchas clases de cosas, pero en última instancia todo lo que desea o emprende es en búsqueda de la felicidad. Si ansía tener poder, es porque espera obtener felicidad valiéndose de ese poder. Si busca el dinero, es porque piensa que le asegurará las condiciones y medios para tener felicidad. Si lo que busca es conocimiento, salud, belleza, ciencia, arte o literatura, es porque cree que la felicidad que busca depende directamente de cada una de esas cosas. Si lucha por alcanzar éxito y fama, es porque espera encontrar la felicidad alcanzándolos. El ser humano quiere ser feliz valiéndose para ello de todos sus esfuerzos y búsquedas. La felicidad es, en última instancia, la fuerza motriz que lo impulsa en todo lo que hace.

El placer y el dolor están entrelazados

Todos buscan la felicidad, pero la mayoría de las personas están sumergidas en algún tipo de sufrimiento. Si a veces en sus vidas consiguen una porción de felicidad, esta felicidad no es pura ni permanente. Sus vidas nunca son una serie exclusiva de placer, y oscilan entre los opuestos del placer y el dolor, que están entrelazados como las nubes y un brillante arco iris. Los momentos de placer que aparecen ocasionalmente en la vida de esas personas desaparecen pronto, como el arco iris, el cual sólo resplandece para luego desaparecer del cielo. Si estos momentos placenteros dejan algún rastro, lo que hacen es aumentar el dolor por el recuerdo de haberlos perdido. Este recuerdo es un legado invariable que dejan la mayoría de los placeres.

El deseo da dos clases de fruto

El ser humano no busca el sufrimiento, sino que el sufrimiento ocurre como consecuencia inevitable de la manera con la que él busca la felicidad. Busca la felicidad mediante la satisfacción de sus deseos, pero esta satisfacción nunca es algo que esté asegurado. De ahí que, al perseguir lo que desea, el hombre también se prepara inevitablemente para sentir dolor, para sentir sufrimiento  por no poder satisfacerlos. El mismo árbol del deseo da dos clases de frutos: uno es dulce y se trata del placer, y el otro es amargo, y es el sufrimiento. Si permitimos que este árbol florezca, no podremos hacer que nos dé solo una  clase de fruto. Quien apuesta por una clase de fruto debe también estar preparado para tener la otra. El ser humano busca frenéticamente el placer y se aferra  fervorosamente al placer cuando aparece. Trata de evitar desesperadamente el dolor, el sufrimiento inminente, y trata de resentir su llegada. Su frenesí y su afición no le sirven de mucho, pues un día el placer está condenado a esfumarse y desaparecer. La desesperación y el resentimiento tampoco le sirven de nada, no pueden eludir el sufrimiento resultante.

Los cambiantes estados de ánimo

Aguijoneado por múltiples deseos, el ser humano busca los placeres del mundo con una esperanza que no termina, que no mengua. Sin embargo, su entusiasmo por ese placer no siempre se mantiene constante, porque incluso cuando logra apurar la copa del placer, a menudo se ve obligado a aceptar a la vez ciertas dosis de sufrimiento. Su entusiasmo por el placer se ve reducido por el sufrimiento, el cual es la secuela de lo placentero. El hombre está sujeto a súbitos estados de ánimo e impulsos. A veces se siente feliz y eufórico, y otras veces se siente muy desdichado y abatido. Sus estados de ánimo cambian a medida que sus deseos se cumplen o se frustran. La satisfacción de algunos deseos le da una felicidad momentánea, pero esta felicidad no dura mucho, y pronto produce una reacción opuesta que lo lleva a la depresión. Sus estados de ánimo lo someten a altibajos y cambios constantes.

El sufrimiento causado por los deseos

La satisfacción de los deseos no hace que éstos terminen; se sumergen un rato, tan sólo para reaparecer luego con más intensidad. Cuando una persona tiene hambre, come para satisfacer el deseo, pero pronto vuelve a sentir hambre. Si come demasiado, experimenta dolor y molestia incluso satisfaciendo su deseo. Lo mismo ocurre con todos los deseos del mundo: sólo pueden dar una felicidad que es efímera. Incluso en el momento mismo en el que se los satisface, la felicidad que ellos dan ya empezó a esfumarse y desaparecer. Por lo tanto, los deseos del  mundo nunca producen una felicidad permanente. Por el contrario, invariablemente desarrollan interminables sufrimientos de distintos tipos de clases. Cuando un individuo está colmado de deseos mundanos, tiene inevitablemente una abundante cosecha de sufrimientos. Inevitablemente el deseo es madre del gran sufrimiento; esta es la ley.

Aplacar los deseos a través de contemplar el sufrimiento

Si una persona experimenta o imagina el sufrimiento que los deseos le dan, sus deseos se mitigan. A veces, un intenso sufrimiento hace que se desapegue de la vida mundana, pero este desapego a menudo es desechado nuevamente a causa de un torrente renovado de deseos. Muchas personas pierden provisoriamente su interés por los objetos mundanos debido al impacto de agudos sufrimientos que los deseos le produjeron, pero el desapego debe ser duradero si quiere allanar el camino para ser libre de los deseos. Hay diversos grados de desapego, y no todos ellos son duraderos.

El desapego provisorio

A veces, una experiencia particularmente fuerte sacude a la persona, como, por ejemplo, cuando ve morir a alguien o presencia un sepelio o una cremación. Estas experiencias hacen reflexionar, y ponen en marcha una larga serie de ideas sobre la futilidad y vacuidad de la existencia mundana. Presionada por estas experiencias, la persona se da cuenta de que un día deberá morir y despedirse de todos los objetos mundanos a los que tanto se aferró, a  los que tanto quiso. Sin embargo, estos pensamientos, así como el desapego que acarrean, no son duraderos. La persona olvida pronto todas estas consideraciones y nuevamente vuelve a aferrarse al mundo y a las cosas que lo seducen. A este estado de ánimo provisorio y pasajero, en el que la persona se desapega, se lo conoce como shmashan vairagya, es el desapego propio de campos de cremación o sepelio, porque suele surgir cuando se presencia una cremación o un sepelio, y la mente lo retiene solo mientras la persona está en presencia del cadáver. Este desapegado estado de ánimo es tan provisorio como repentino. Parece fuerte y eficaz mientras dura, pero lo único que lo sostiene es la potencia, lo vívido de alguna experiencia. Cuando ésta experiencia  desaparece, ese estado de ánimo  desapegado también pasa con rapidez, sin afectar seriamente nuestra actitud general hacia la vida.

Una historia que sirve de ejemplo

La actitud pasajera de desapego podría ilustrarse con la historia de una persona que una vez vio en el teatro un drama espiritual sobre Gopichanda, el gran rey indio que renunció a todo para buscar la Verdad. El drama le causó tan profunda emoción que, haciendo caso omiso de todos sus deberes para con su familia, se unió a un grupo de bairagis, ascetas errantes, que pertenecían al culto de Gopichanda. Tras renunciar a todos sus anteriores modos de vivir, se vistió como un bairagi, se afeitó la cabeza y se sentó bajo un árbol, como los otros integrantes del grupo le habían aconsejado. Al principio se sumió en profunda meditación, pero a medida que el calor del sol era cada vez más fuerte, su entusiasmo por la meditación empezó a enfriarse. Con el paso del día empezó a tener hambre y sed, se sintió muy inquieto y desdichado.

Sus familiares se preocuparon cuando notaron su ausencia del hogar y, tras andar buscándolo, lo encontraron sentado bajo un árbol en esa desdichada situación. Se había puesto ojeroso y, a las claras, parecía muy triste. Su esposa enfurecida se apresuró a reprenderlo cuando lo vio en esa extraña situación. La actitud desapegada de él había desaparecido y, puesto que estaba completamente cansado de esta nueva vida, recibió los reproches de su esposa como un favor del cielo. De modo que una vez que él se puso el turbante y la ropa de costumbre, ella se calló y él la siguió mansamente de regreso a casa.

El desapasionamiento intenso

A veces esta actitud de desapego dura más, y no solamente un tiempo considerable, sino que también modifica profundamente, seriamente nuestra actitud general hacia la vida. Esto se llama tivra vairagya, o desapasionamiento intenso. Este intenso desapasionamiento suele surgir en una gran calamidad, por ejemplo, cuando perdemos a un ser querido, algo que nos pertenece, o la reputación. Afectada por esta oleada de desapego, la persona renuncia a todas las cosas de este mundo. Esta clase de tivra vairagya posee valor espiritual propio, pero también es probable que desaparezca con el paso del tiempo o que la perturbe la irrupción de un repetido torrente de deseos mundanos. La aversión hacia el mundo que la persona siente en estos casos se debe a la fuerte impresión que una desgracia le produjo, pero esta impresión no dura porque no nace del entendimiento, es sólo una fuerte reacción frente a la vida.

El completo desapego

La clase de desapego que realmente dura se debe a que se comprende al dolor, al  sufrimiento y su causa. Su base es, con seguridad, el conocimiento inquebrantable de que todas las cosas del mundo son momentáneas y pasajeras, y que aferrarse de cualquier modo a ellas es finalmente una fuente de dolor. El ser humano busca en el mundo objetos de placer y trata de evitar las cosas que producen dolor, sin darse cuenta de que no puede tener una y abstenerse de la otra. Mientras haya apego a los objetos de placer propios del mundo, el hombre estará siempre expuesto al sufrimiento por no tenerlos, y al sufrimiento por perderlos después de haberlos tenido. Al desapego perdurable, que libera de todo deseo y apego, se lo llama purna vairagya, o desapasionamiento completo. El completo desapego es una de las condiciones esenciales de la felicidad perdurable y duradera, pues quien tiene completo desapego ya no crea para sí el sufrimiento causado por la esclavitud  que producen los deseos.

Los opuestos

La ausencia de deseos hace que un individuo sea firme como una roca. Inmutable al placer, inmutable al dolor, el embate de los opuestos no lo perturba. La persona afectada por cosas agradables necesariamente es afectada por las cosas desagradables. Si un presagio que considera propicio alienta los esfuerzos de una persona, necesariamente se desalentará cuando en forma inversa el presagio sea poco propicio. No podrá resistir el efecto desalentador de un presagio poco propicio mientras un presagio propicio le permita cobrar fuerza. El único modo en que los presagios no lo perturben es que sea indiferente tanto a los presagios propicios como a los que no lo son.

Alabar y culpar

Lo mismo se aplica a los opuestos consistentes en alabar y culpar. Si a una persona le agrada que la alaben, necesariamente se sentirá desdichada cuando le echen la culpa. No puede permanecer impávida cuando le llueven culpas mientras interiormente se deleita recibiendo alabanzas. El único modo de que la culpa no la perturbe consiste en desapegarse también del elogio. Sólo entonces la persona permanece impasible ante los opuestos del elogio y la culpa. Entonces no pierde su ecuanimidad. La firmeza y la ecuanimidad que no son afectadas por los opuestos son posibles solamente mediante completo desapego, el cual es una condición esencial de la felicidad perdurable y duradera. El individuo que posee completo desapego no está a merced de los opuestos de la experiencia y, al estar libre de la esclavitud de todos los deseos, deja de crear su propio sufrimiento.

El sufrimiento físico y mental

El hombre está sujeto a mucho sufrimiento físico y mental. De estos dos, el sufrimiento mental es el más agudo. Aquellos con estrecha visión piensan que el sufrimiento sólo puede ser físico. Su idea acerca del sufrimiento es que se trata de una suerte de enfermedad o tortura corporal. El sufrimiento mental es peor que el sufrimiento físico. A veces el sufrimiento físico sobreviene como una bendición porque es útil para mitigar el sufrimiento mental, apartando nuestra atención del sufrimiento mental.

La felicidad permanente por medio de la ausencia de deseos

No está bien atribuir mucha importancia al sufrimiento solo físico, el cual puede soportarse con fuerza de voluntad y una gran capacidad de resistencia. El sufrimiento que verdaderamente importa es el sufrimiento  mental. Hasta los yoguis que son capaces de soportar grandes sufrimientos físicos, les resulta difícil librarse del sufrimiento mental, cuya raíz está en los deseos frustrados. Si una persona no quiere nada, no se siente infeliz en circunstancias adversas, ni siquiera estando en las garras de un león. El estado de ausencia total de deseos está latente en todos. Y cuando mediante total desapego uno llega al estado en el que no quiere nada, entonces utiliza la infalible fuente interior de felicidad eterna e inextinguible, la cual no se basa en los objetos del mundo, sino que es sostenida por el Conocimiento y por  la Realización del Sí mismo.