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El Hombre-Dios. Parte III El Trabajo del Hombre-Dios

El Hombre-Dios. Parte III El Trabajo del Hombre-Dios

El Hombre-Dios

Parte III
El Trabajo del Hombre-Dios

Dar y recibir sin ataduras

La realización de Dios constituyó la finalidad de la creación, así como la eterna consumación y maduración del karma inteligente y liberador. Las almas que aún no han logrado el conocimiento de Dios permanecen sujetas al dualismo, a la dualidad, sujetas a las relaciones recíprocas relativas al dar y al recibir en los distintos aspectos de la existencia, creando así una serie de deudas y de obligaciones kármicas de los cuales no  pueden sustraerse, no pueden escaparse escaparse. El Hombre-Dios, o el Maestro perfecto, en cambio permanece en la consciencia de la unidad, sumergidos en la unicidad, por lo tanto todo lo que hace, no sólo no lo compromete, sino que contribuye a la liberación de otros seres humanos que se encuentran todavía sumergidos en la ignorancia. Para el Hombre-Dios, nadie está excluido de su propio ser, ya que se contempla a sí mismo en todos los demás y como todo lo que hace parte de una conciencia de la no dualidad, puede dar libremente y recibir libremente sin crear obligaciones, ni para él, ni para los demás.

El contacto con el Hombre-Dios es beneficioso para todos

Si aceptamos sin reservas la generosidad que el Hombre-Dios derrama, creamos un vínculo que mantendrá hasta que alcancemos la meta hasta alcanzar la libertad y la realización de Dios. Si un ser humano se vincula  al Hombre-Dios, ofrendándole su vida y todo lo que posee para servirlo, crea un vínculo que acrecentará su progreso espiritual atrayendo hacía sí la gracia y la ayuda del Hombre-Dios. De hecho, hasta la oposición a la labor del Hombre-Dios a menudo resulta ser un comienzo del desarrollo que conduce a la persona imperceptiblemente hacia Dios, porque mientras se opone a la labor del Hombre-Dios, el alma está estableciendo un vínculo y un contacto con Él. De manera que todo aquel que voluntaria o involuntariamente entra en la órbita de las actividades del Hombre-Dios se convierte de alguna manera en receptor de un impulso espiritual.

El Hombre-Dios y los sacerdotes

La labor de los Maestros Perfectos en el universo es esencialmente distinta al trabajo de la mayoría de  los sacerdotes o clérigos. Casi todos ellos asignan demasiada importancia a las formas externas, a los rituales y a los convencionalismos. Puesto que los sacerdotes y los clérigos no están libres de egoísmo, de estrechez mental, o de ignorancia, explotan a las personas inocentes y crédulos planteándoles el miedo al infierno y la esperanza del cielo. Por otra parte, el Hombre-Dios ha entrado para siempre en la vida eterna de amor, de pureza, de unicidad, de universalidad y entendimiento. Por lo tanto, las únicas cosas que le atañen son las que realmente importan y al final con las que terminan produciendo el desarrollo interior del espíritu en todos aquellos a los que Él Maestro perfecto ayuda.

Quienes viven en la ignorancia pueden usar el mismo lenguaje del Hombre-Dios ya sea por autoengaño o por un egoísmo deliberado, o por tratar de imitarlos en muchas cosas externas asociadas con la vida del Hombre-Dios. Sin embargo, por la naturaleza misma de sus limitaciones espirituales, no pueden imitar realmente al Hombre-Dios en cuanto a su conocimiento perfecto, a su infinita felicidad o al poder ilimitado. Estos atributos pertenecen al Hombre-Dios en virtud de que alcanzó la unión con Dios.

El autoengaño y la hipocresía

Quienes viven en la ignorancia carecen de los rasgos fundamentales del Hombre-Dios. Y si por autoengaño o por hipocresía procuran adoptar la pose de un Hombre-Dios, en algún momento su autoengaño, su mentira, su fingimiento queda invariablemente al descubierto. Si una persona adopta un modo de vivir debido a su autoengaño, su situación realmente es desdichada. Este autoengaño lo lleva a creer lo que no es, y piensa que sabe lo que en realidad no sabe. Pero si la persona es sincera en todo lo que piensa o en todo lo que hace, no hay que culparla, aunque con cierta limitación pueda llegar a ser un peligro potencial para los demás. Sin embargo, el hipócrita a diferencia de la persona que se autoengaña, sabe que no sabe y finge ser lo que no es por razones egoístas. Al actuar así crea una grave atadura kármica para sí mismo. Aunque sea fuente de considerable peligro para los débiles, para los inocentes, para la gente crédula, no podrá seguir engañando deliberada e indefinidamente, pues con el paso del tiempo queda automáticamente al descubierto por algo que pretende y que es incapaz de sostener, incapaz de sustentar.

El Hombre-Dios puede jugar el papel del sadak, del aspirante a la Verdad

El Hombre-Dios posee infinita adaptabilidad en cumplimiento de su trabajo universal. No se apega a ningún método para ayudar a los demás; no se atiene a reglas o antecedentes o estructuras previas, sino que él es una ley en sí mismo. Puede aprovechar cualquier situación y representar el papel que las circunstancias impongan sin que eso lo ate. Una vez un devoto preguntó a su Maestro por qué ayunaba, y éste le contestó: “No estoy ayunando para alcanzar la Perfección, pues al haber alcanzado ya la Perfección, no soy un sadak, un aspirante. Ayuno por el bien de los demás”. Un aspirante espiritual no puede actuar como aquél que alcanzó la Perfección, puesto que el Maestro Perfecto es inimitable. Sin embargo, el Maestro Perfecto  puede actuar como un aspirante para guiar o beneficiar a los demás.

Quien aprobó los últimos exámenes universitarios puede escribir las letras del alfabeto sin ninguna dificultad y enseñárselas a los niños, pero ésta situación no es recíproca, los niños no pueden hacerlo. A fin de mostrar el camino hacia la Divinidad, el Hombre-Dios suele cumplir el papel de bhakta, el devoto de Dios, aunque ya haya logrado unirse completamente con Dios. Cumple este papel, aunque realizó a Dios, a fin de que los demás conozcan el camino. No está obligado a cumplir papel alguno, y puede adecuar su técnica de asistencia, de auxilio a las necesidades de quienes procuran su guía. Todo lo que él hace es, en última instancia, por el bien de los demás. En lo que a él respecta, no hay nada que valga la pena alcanzar porque llegó a ser Todo.

El Hombre-Dios usa a Maya para aniquilar a Maya

El Hombre-Dios no sólo no está obligado a ninguna técnica  en particular cuando ayuda espiritualmente a los demás, sino que tampoco está obligado por aquello que convencionalmente es bueno. El Hombre-Dios está más allá de la diferencia entre el bien y el mal; aunque lo que él haga parezca indebido a los ojos del mundo, su propósito último, siempre es el bien de los demás. Usa diferentes métodos para diferentes personas. No tiene intereses ni motivaciones personales, y lo inspira siempre la compasión que busca el verdadero bienestar de los demás. Por lo tanto, él sigue siendo libre, libre en todo lo que hace.

Usa a Maya para alejar de Maya a sus discípulos, y emplea infinitos medios y operaciones para cumplir su trabajo espiritual. Sus métodos son diferentes con diferentes personas, sin que sean los mismos con la misma persona en todo momento. A veces hasta puede hacer algo que desagrade a los demás para contrariar sus expectativas habituales. Sin embargo, esto tiene siempre por objetivo algún propósito espiritual. Muchas veces un sueño breve, chocante sirve para despertar a una persona de un hermoso y largo sueño. A semejanza de un sueño desagradable, los impactos que discretamente utiliza y  administra el Hombre-Dios en forma  deliberadamente, son finalmente positivos, provechosos, desarrollantes aunque puedan ser desagradables en ese momento. 

Salvar a quien se está ahogando

El Hombre-Dios puede incluso parecer indebidamente severo con algunas personas. Pero los espectadores no tienen idea de lo que está ocurriendo internamente y, por lo tanto, no pueden entender apropiadamente qué es lo que justifica su aparente crueldad. De hecho, las necesidades espirituales de la situación suelen exigir que sea severo, y esta severidad es necesaria para mayor provecho de aquéllos a quienes él les parece riguroso. Una buena analogía que ilustra esta acción aparentemente cruel es cuando un nadador experimentado trata de salvar a una persona que se está ahogando.

Sabemos que  si alguien se está ahogando, tiende a aferrarse a cualquier cosa que tenga a mano. Su desesperación le impide ver las consecuencias de que, aferrándose tan irreflexivamente a quien vino a socorrerlo, no sólo imposibilita el auxilio, sino que a menudo hace que se ahogue la persona misma que procura salvarlo. De hecho, quien tiene experiencia en el arte de salvar vidas, a menudo tiene que propinar un golpe en la cabeza de quien se está ahogando para dejarlo inconsciente. Aparentemente es cruel, pero así reduce el peligro que ese individuo pueda crear, asegurando el éxito de su esfuerzo. Del mismo modo, la dureza, la severidad aparente del Hombre-Dios tiene el propósito de asegurar, en última instancia, el bienestar espiritual de los demás.

La falsa consciencia

El alma que está en la esclavitud está presa en el universo, y el universo no es más que imaginación. Puesto que la imaginación no tiene fin, es probable que una persona vague indefinidamente por los laberintos de esta falsa consciencia. El Hombre-Dios puede ayudarla a acortar las diferentes etapas de esta falsa consciencia, revelando la Verdad. Cuando la mente no percibe la Verdad, es probable que imagine toda clase de cosas, por ejemplo, que es mendigo o rey, hombre o mujer, etcétera. De esta manera, el alma, por medio de la mente, sigue acumulando experiencias, experiencias de los opuestos.

La semilla de la realización de Dios

Dondequiera que haya dualidad, existe una tendencia a restaurar el equilibrio por medio de los opuestos. Por ejemplo, si la experiencia de alguien es la de un asesino, tiene que equilibrarla con la experiencia de ser asesinado. O bien, si su experiencia es la de un rey, entonces tiene que equilibrarla con la experiencia de ser un mendigo. De manera que el individuo puede vagar hasta el infinito de un opuesto al otro sin poder poner fin a esta falsa consciencia. El Hombre-Dios puede ayudarlo para que llegue a la Verdad haciéndosela percibir y de esta manera acortar la actividad de su imaginación que, de otro modo, no tendría fin. El Hombre-Dios ayuda al alma que está en la esclavitud sembrando en ella la semilla de la realización de Dios, pero esta realización siempre requiere tiempo. Todo proceso de crecimiento lleva tiempo, tiempo en este universo.

La ayuda del Hombre-Dios

Sin embargo, la ayuda del Hombre-Dios es mucho más eficaz que aquella ayuda que algún aspirante avanzado pueda brindar. Cuando un aspirante ayuda, puede hacer que la persona ascienda hasta el lugar donde él mismo llegó. Incluso esta ayuda limitada que pueda prestarle cobra efecto de manera muy gradual, y el resultado de esto es que la persona que asciende con dicha ayuda tiene que quedarse largo tiempo en el primer plano, luego en el segundo, y así sucesivamente. Cuando el Hombre-Dios decide ayudar, mediante su gracia puede llevar al aspirante hasta el séptimo plano en un segundo, aunque en ese segundo la persona tenga que atravesar todos los planos intermedios.

Al llevar al aspirante hasta el séptimo plano, el Hombre-Dios lo hace igual a sí mismo, y quien alcanza de esta manera la suprema jerarquía espiritual también puede convertirse en Hombre-Dios. Esta transmisión de conocimiento espiritual, del Hombre-Dios a su discípulo, puede compararse con encender una lámpara con otra. La lámpara que ha sido encendida es capaz de dar luz a las demás como la lámpara original misma. No hay diferencia entre ellas en cuanto a importancia o utilidad.

La analogía del árbol baniano

Al Hombre-Dios se lo puede comparar con un baniano. El baniano crece hasta ser enorme y fuerte, da sombra y refugio a los viajeros, protegiéndolos del sol, la lluvia y las tormentas. Ya plenamente crecido, las raíces descendentes de sus ramas llegan hasta la tierra y se arraigan en el suelo. A su debido tiempo, crean otro baniano. Éste también llega a ser igualmente enorme y fuerte –brindando sombra y refugio a los viajeros y protegiéndolos del sol, la lluvia y las tormentas– y posee el mismo poder potencial para que crezcan similares banianos. Lo mismo sucede  respecto al Hombre-Dios, quien despierta la Divinidad latente en todos los demás. De manera que la continua sucesión de Maestros Perfectos en la Tierra es una perpetua bendición para la humanidad, ayudándola a que siga adelante en su lucha para abrirse paso a través de la oscuridad.

El Hombre-Dios, Señor y Servidor

Sin embargo, puede decirse que el Hombre-Dios es a la vez Señor y Servidor del universo al mismo tiempo. Como aquél que derrama su don espiritual con abundancia total y sin ninguna medida, Él es el Señor del universo. Como aquél que carga continuamente el peso de todos y los ayuda a atravesar innumerables dificultades espirituales, Él es el Servidor del universo. Así como Él es el  Señor del universo y el Servidor en uno solo, el Hombre-Dios también es el Amante supremo y el Amado sin dos. El amor que Él da, el Amor que Él recibe es para librar al alma de la ignorancia. Al dar amor, Él se lo da a Sí Mismo en otras formas; al recibir amor, Él recibe lo que se despertó por medio de su propia gracia derramada continuamente sobre todos y sin ningún tipo de distinción. La gracia del Hombre-Dios es como la lluvia que cae por igual en todas las regiones, independientemente de si son estériles o si son fértiles, pero fructifica y madura en las tierras que han sido fertilizadas mediante trabajo arduo y paciente.