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La Reencarnación y el Karma. Parte I El Significado de la Muerte

La Reencarnación y el Karma. Parte I El Significado de la Muerte

La Reencarnación y el Karma

Parte I
El Significado de la Muerte

La identificación del alma con el cuerpo físico

La persona del mundo se identifica completamente con las actividades, con las formas, con las manifestaciones del cuerpo físico. Por lo tanto, el comienzo y el final de su existencia corporal son también el comienzo y el final del alma, del alma individual, de la individualidad. Toda su experiencia parece atestiguar la transitoriedad del cuerpo físico, y a menudo ha presenciado la desintegración de otros cuerpos físicos que antes estuvieron llenos, rebosantes de vida. De ahí que esa persona se sienta naturalmente impulsada a creer que la vida termina junto con la existencia del cuerpo físico.

La muerte como trasfondo de la vida

El individuo mundano da gran importancia a la vida pues considera que la vida termina con la muerte. Sin embargo, hay unas pocas personas que reflexionan largamente sobre la muerte. Y a pesar del hecho de que en su mayoría las personas están totalmente enfrascadas por completo en sus logros materiales, en sus logros mundanos, en sus deseos del mundo, la muerte como un hecho las sobresalta cuando se enfrentan con ella.

Importancia atribuida a la muerte

Al margen de que, en general, sea el trasfondo en el escenario de la vida, la muerte también asume una importancia pronunciada y abrumadora entre los sucesos y episodios de nuestra vida cotidiana. A la muerte se la encuadra entre los sucesos más temidos y más lamentados. Las personas tratan de matarse entre sí. Se matan por maldad, por ira, como si fuera el último castigo o  la peor venganza y se apoya en ella como el modo más seguro de eliminar la agresión o la interferencia de terceros en la vida misma. Por otro lado, la gente entrega su vida como prenda de suprema abnegación y a veces, busca la muerte esperando falsamente poner fin a toda preocupación y a todos los problemas materiales que es incapaz de afrontar o resolver. Así es cómo, en la mente de la mayoría, la muerte asume una importancia muy marcada y  abrumadora.

La continuidad de la vida

Esta importancia desmesurada de la muerte deriva de que el hombre se apega a formas particulares de existencia, se apega a la individualidad. Pero la muerte deja en gran parte de ser algo punzante, algo agresivo, algo importante, incluso para la gente del mundo, si se tiene una visión más vasta de lo que en realidad la vida es, si se tiene una visión más amplia del curso general de la vida. A pesar de su transitoriedad, existe una continuidad ininterrumpida de la vida a través de forma tras forma, desechando las viejas formas y creando nuevas formas para habitar en ellas y en estas nuevas formas poder expresarse. La recurrencia de la muerte se va equiparar con la recurrencia del nacimiento. Las viejas generaciones son reemplazadas por las nuevas; la vida renace en nuevas formas, se renueva y se revitaliza incesantemente. Las corrientes de la vida, con su antiguo origen, están avanzando siempre a través de las formas que vienen y se van como las olas del océano.

El apego a formas específicas

De modo que, incluso dentro de los límites de la experiencia de las personas del mundo, hay muchas cosas que deberían aplacar este pensar morboso en la muerte como un hecho irreparable. Una actitud sana respecto de la muerte sólo es posible si a la vida se la considera en forma impersonal, sin apegarse a las formas particulares de existencia. A una persona del mundo, esto le resulta muy difícil porque se involucra con formas específicas de existencia. Una forma no es tan buena como otra para esta persona. Ahí nace el apego y la forma con la que ella se identifica es sin lugar a dudas, la más importante de todas. Debido a esto, no tiene ningún interés en defender el progreso de la vida como unidad, de la vida en general. Para esta persona, esto no tiene ningún interés especial. El individuo del mundo busca con ansias la prolongación de  su propia forma, de su propia individualidad separada y de otras formas determinadas con la que él está enredado, vinculado. Su corazón no puede reconciliarse con su intelecto. Cuando desaparecen las formas por las que sentía apego, cae víctima de un dolor, de una congoja sin fin, aunque la vida considerada como un todo ha podido sustituir en algún otro lugar, estas formas perdidas con formas nuevas.

La aflicción por la muerte es una forma de egoísmo

Tras un análisis más cuidadoso, la aflicción que la muerte produce, provoca, resulta que tiene sus raíces en el egoísmo. Quien pierde a su ser amado tal vez sepa intelectualmente que la vida en su conjunto ha compensado la pérdida en otro sitio, pero lo único que él siente es: “¿Qué es eso para mí?”. Cuando la consideramos desde nuestro propio punto de vista personal, la muerte se convierte en una causa de aflicción interminable. Desde el punto de vista de la vida general, de la vida como un todo, es un episodio de menor importancia.

Los problemas del intelecto impersonal

Las consideraciones impersonales fortalecen en gran medida a la mente contra la aflicción personal causada por la muerte, pero por sí misma, por sí solas no resuelven los problemas más grandes que incluso confunden al intelecto impersonal del hombre cuando éste examina algunas implicaciones de la muerte dentro de los límites de su experiencia corriente, de su experiencia cotidiana. Si considera que la muerte es la aniquilación final de la existencia individual, es la aniquilación de la individualidad, entonces parece ser que el universo sufrió una pérdida irreparable. Cada individuo puede estar en posición de aportar al universo algo tan único que nadie más pueda reemplazarlo exactamente. Además, en la mayoría de los casos, la vida en la tierra se acorta mucho antes de que el individuo alcance la Perfección Espiritual. Todas sus luchas en pos del ideal, todo su esfuerzo, el entusiasmo por lo grande, bueno y bello, y todas sus aspiraciones en procura de lo divino, en procura de lo eterno parecen terminar en esa gran nada creada por la muerte. 

El conflicto entre el intelecto y la intuición

Lo que implica suponer que la muerte es la terminación de la existencia individual contrarresta las expectativas difíciles de erradicar que se basan en la intuición sujeta a la razón. Habitualmente surge un conflicto entre lo que la intuición sostiene y las conclusiones del intelecto impuro, el cual supone que la muerte es la terminación de la existencia individual. Este conflicto suele originar un pensamiento puro que inmediatamente pone en duda la creencia habitualmente aceptada de que la existencia individual termina realmente con la muerte. La muerte como extinción de la vida jamás podrá ser totalmente aceptable para las aspiraciones espirituales del hombre. Por lo tanto, la mente humana suele aceptar sin mucha resistencia la creencia en la inmortalidad del alma individual, incluso en ausencia de conocimientos directos y más allá de nuestros sentidos sobre que exista vida después de la muerte.

Son pocos los que saben, por experiencia personal, que la inmortalidad del alma es real, es verdadera. La gran  mayoría de las personas no puede tener acceso a un conocimiento más allá de los sentidos físicos sobre la existencia de la vida después de la muerte. Para estas personas, la inmortalidad deberá seguir siendo una creencia conveniente y aceptable, pero nada más. Se convierte en parte del conocimiento personal para quienes, porque les interesa lo oculto, han construido medios de comunicación con “otros mundos”, o para aquellas personas cuyas circunstancias especiales tuvieron como resultado que experimentaran personalmente la aparición o la intervención de ánimas, de espíritus o para aquéllas que debido a su adelanto espiritual, desarrollaron automáticamente ciertas aptitudes o capacidades de percepción latentes de los vehículos internos de la consciencia.

La inmortalidad del alma

La inmortalidad del alma individualizada resulta posible por el hecho de que el alma individualizada no es lo mismo que el cuerpo físico. El alma individual continúa existiendo con todos sus sanskaras, con todas sus impresiones mentales  en los mundos internos por medio de sus cuerpo mental y su cuerpo sutil aún después de haber descartado el cuerpo físico en el momento de la muerte. El alma individual manifiesta su vida por intermedio del  cuerpo físico, pero eso es solo una parte, ya que otras  partes de su vida se expresan en otras esferas. 

Los tres mundos

La Naturaleza es mucho mayor que lo que una persona puede percibir con los sentidos corrientes del cuerpo físico. Los aspectos ocultos de la Naturaleza consisten en materia y en fuerzas mucho más finas. No hay un abismo infranqueable que separe los aspectos más finos de la Naturaleza de aquellos que son más densos, más vinculados a la materialidad. Todos se interpenetran y existen juntos. Los aspectos más finos de la Naturaleza no son perceptibles para el individuo mundano, corriente, sin embargo son continuos con los aspectos densos que él puede percibir directamente. No son remotos, pero son inaccesibles para la consciencia que está funcionando por medio de los sentidos físicos, los cuales no son apropiados, idóneos para percibir estos aspectos más finos, más delicados  de la Naturaleza. La persona del mundo, la persona común y corriente no es consciente de los planos internos, así como un sordo no es consciente de los sonidos, ni puede manejarse con ellos conscientemente. Por lo tanto, para esa persona, y en función de todos los propósitos prácticos, aquéllos son otros “mundos”, mundos para los cuales no tiene capacidad de percepción. 

La parte más fina y oculta de la Naturaleza tiene dos importantes divisiones: la sutil y la mental, correspondientes a los cuerpos sutil y mental del ser humano. Por lo tanto, a toda la Naturaleza la podemos dividir convenientemente en tres aspectos, en tres partes: el mundo denso, el mundo sutil y el mundo mental. Cuando el alma individualizada encarna en un cuerpo físico, expresa su vida en el mundo físico. Cuando abandona la envoltura externa, o sea, el cuerpo físico, continúa expresando la vida en el mundo sutil por medio del cuerpo sutil o en el mundo mental por medio del cuerpo mental.

Los efectos de una muerte prematura, extemporánea

Corrientemente, la vida en el cuerpo físico sólo termina cuando en esa encarnación ya se expresaron y se agotaron todos los sanskaras correspondientes a esa encarnación. Pero en algunos casos excepcionales, el alma abandona su cuerpo antes de agotar por completo estos sanskaras. Por ejemplo, cuando un individuo  se suicida, acorta artificialmente su lapso de vida y de este modo impide que sus sanskaras correspondientes fructifiquen, se desarrollen y se manifiesten. Cuando a los sanaskaras se les impide expresarse producto de una muerte prematura, el alma desencarnada queda sujeta a la fuerza impulsora de estos sanskaras, incluso después de que el cuerpo físico ha sido desechado. El impulso de los sanskaras a los que se les impidió operar queda retenido incluso en la vida después de la muerte, y el resultado de esto es que ese espíritu, esa ánima desea las cosas del mundo físico, pero ya sin cuerpo físico.

El impulso irresistible

En estos casos, el alma desencarnada se siente irresistiblemente impulsada hacia el mundo físico y tiene tan intensos deseos de objetos materiales que procura satisfacerlos con los cuerpos físicos de las almas que aún están encarnadas. Así, por ejemplo, el alma desencarnada tal vez tenga tantos deseos de bebidas alcohólicas que apele a métodos para nada naturales para satisfacerlos, y espera la oportunidad. Cuando encuentra a alguien que es un instrumento adecuado que es afecto a las bebidas alcohólicas en el mundo físico, el espíritu satisface su propio deseo por medio de esa persona tomando posesión de su cuerpo físico. Del mismo modo, si quiere experimentar una ira brutal, lo hace por medio de alguien, o través de alguien  que se está encolerizando, que está muy enojado en el mundo físico.

Estas almas están constantemente a la espera para acosar a las personas encarnadas que tienen sanskaras similares, y tratan de mantenerse en contacto con el mundo físico tanto tiempo como pueden por medio de otras personas. En la vida que sigue a la muerte, cualquier vinculación prolongada con el mundo físico, constituye un grave obstáculo para el progreso del curso natural de la vida del espíritu, de la vida del alma. Debemos considerar como muy desdichados a todas esas personas que se encuentran en una situación tan precaria, porque al buscar una satisfacción antinatural de estos apetitos bajos, de estos deseos, placeres burdos a través de otras personas que aún siguen encarnados, atraen sobre sí mismos y sobre estas personas una gran cantidad de sufrimientos inútiles. Comparado con estas almas infortunadas, la vida póstuma, la vida después de la muerte de otras almas es mucho más fácil, más sosegada.

La muerte inicia un intervalo entre dos vidas

En los casos normales, la muerte ocurre una vez que se agotan todos los sanskaras que procuran manifestarse, procuran fructificar. Cuando el alma abandona su cuerpo físico, interrumpe por completo toda conexión con el mundo físico, aunque el ego y la mente permanecen con todas las impresiones acumuladas en la existencia terrena, en la existencia mundana. A diferencia de estos casos excepcionales de espíritus que aún están obsesionados con el mundo físico, las almas corrientes procuran reconciliarse con esa separación del mundo físico y se adaptan a las limitaciones y a los cambios de condición que ha sufrido. De manera que se sumen en un estado de subjetividad, en un estado de interioridad  en el que se inicia un nuevo proceso en el cual se repasan mentalmente todas  las experiencias de la existencia terrena reviviendo los sanskaras conectados con ellas. Así la muerte inaugura un período de comparativo descanso, de relativo descanso el cual consiste en un retiro temporal de la acción en el plano físico. Es el comienzo de un intervalo entre la última encarnación y la siguiente.