Una de las más importantes capacidades del peregrino es la fe. Hay tres clases de fe: la fe en uno mismo, la fe en un Maestro, y la fe en la vida. La fe es tan indispensable para la vida que, a menos que esté presente en algún grado, la vida misma sería imposible. La vida en armonía, en cooperación y sociedad es posible debido a la fe. La fe de unos con otros es la que hace que resulte fácil intercambiar libremente el amor y compartir libremente el trabajo y sus resultados. Cuando la vida está agobiada por el injustificado temor entre unos y otros, entonces se vuelve comprimida y restringida.
Los niños tienen una fe natural en sus mayores. Instintivamente buscan en ellos protección y ayuda sin necesidad de cartas de presentación. Esta cualidad de confiar en los demás persiste posteriormente en la vida a menos que una persona sea golpeada inesperadamente por otros que, por intereses personales, la engañan, la explotan. De modo que, aunque la fe es natural en el hombre, crece y florece en una sociedad en la que las personas son confiables, honestas y dignas de fe, pero desaparece en un ambiente hostil, en un ambiente de engaños y explotación. La fe recíproca se completa y se consolida cuando encuentra su equivalente en aquellas cualidades que provocan, hacen desarrollar y confirman la fe. Merecer la fe que otros depositan en uno y tener fe en los demás son dos virtudes que se complementan. Son condiciones para que la vida colectiva e individual fluyan y se desarrollen sin ningún tipo de obstáculos.
La fe incondicional, implícita y recíproca entre una persona y otra, pertenece al mundo de los ideales. Prácticamente existe sólo en casos especiales. Aunque la deseemos muchísimo, no puede aparecer a menos que el mundo esté poblado por personas que merezcan una fe ilimitada. Esta condición requiere un perfecto desarrollo de las cualidades de ser confiable, fiel e invariablemente servicial. Pero estas cualidades que fomentan la fe mutua siguen estando sin desarrollar, a menos que uno tenga una fe suprema en sí mismo. Si un individuo no tiene fe en sí mismo, no puede desarrollar las cualidades que hacen nacer y fomentar la fe por parte de los demás. La superestructura de un carácter confiable tiene como base la confianza de que podemos seguir siendo leales, en toda clase de circunstancias difíciles, a lo que consideramos que es correcto.
La fe infranqueable en uno mismo es tan fuera de lo común como la fe incondicional en alguna otra persona. Pocos la desarrollaron hasta el grado que asegura un control eficaz y constructivo de uno mismo. En la mayoría de las personas, la fe en uno mismo siempre está siendo puesta a prueba y anulada por la constante experiencia de nuestras propias fallas y debilidades, las cuales muestran ser inflexibles, aunque sepamos qué es lo correcto. La confianza en uno mismo, que corre un constante peligro de lastimarnos, de hacernos añicos, sólo puede establecerse con seguridad cuando el individuo contempla ante sí un ejemplo vivo de Perfección, y tiene fe en ese ejemplo vivo.
La fe en un Maestro es fundamental, es importantísima porque nutre y sostiene a la fe en uno mismo y la fe en la vida frente a fracasos y reveses violentos, obstáculos y dificultades, y limitaciones y fallas. La vida, tal como la persona corriente la conoce en sí misma o en la mayoría de sus semejantes, puede ser de perspectivas muy limitadas, perspectivas retorcidas y perversas, pero la vida, como esa persona la ve en el Maestro, es ilimitada, pura e inmaculada. El hombre ve en el Maestro su propio ideal realizado, y el Maestro es lo que su propio ser más profundo preferiría ser. Ve en el Maestro el reflejo de lo mejor de sí mismo, lo cual aún debe volverse, pero que un día él realizará con seguridad. Por lo tanto, la fe en el Maestro llega a ser la principal fuerza que tracciona para realizar a la divinidad que está latente en el hombre.
La verdadera fe se basa en las más profundas experiencias del espíritu y en las entregas sin ningún tipo de error a una intuición purificada. No hay que considerarla como la antítesis de la razón crítica sino como la guía infalible que la razón crítica y analítica necesita. Cuando la razón crítica se implementa con una fe profunda y viva que se basa en la intuición pura, su funcionamiento es creador, es desarrollante, evolutivo, fructífero y significativo en lugar de ser estéril, ineficaz y sin sentido. Por otra parte, muchas formas de ingenua credulidad no pueden deshacerse salvo mediante el valeroso y libre accionar de la razón crítica, analítica e inteligente.
Sin embargo, lo cierto es que este tipo de razonamientos puede tomar contacto y participar solamente con aquellas clases de fe que no se basan en la intuición pura. La verdadera fe basada en la intuición pura sigue siendo un imperativo que en última instancia no puede reducirse a las conclusiones de la mente racional. No deriva del intelecto limitado, sino que es más fundamental y primordial, siendo el resultado de esto que está estructurado muy fuertemente y que ninguna acrobacia intelectual puede silenciarla. Sin embargo, esto no significa que la fe sea ciega en alguna etapa, en el sentido de que al intelecto crítico no se le permita examinarla. La verdadera fe es una perspectiva, es una forma de mirar, de ver, no es una ceguera. No hay porqué temer que la razón crítica funcione libremente.
A los discípulos siempre se les ha concedido el derecho de poner a prueba al Maestro mediante el pensamiento crítico. Sin embargo, si después de ponerlo a prueba y quedar satisfechos con la Perfección del Maestro, el discípulo muestra alguna vacilación en su fe, esto es resultado de que lamentablemente su actitud no fue sincera y su propósito no fue honrado. Por lo mismo que existe una notable dosis de credulidad inmerecida y no crítica por parte de aquellos que aspiran a la posesión de la sabiduría espiritual, también existen considerables vacilaciones en cuanto a la fe que no se pueden justificar pese a esa base de convicciones que hallamos en nuestra propia experiencia. Así como la credulidad no crítica es en definitiva el producto de la acción inconsciente de muchos deseos materiales, la fe vacilante injustificada es también producto de los deseos inconscientes que actúan en sentido opuesto de la manifestación eficaz de la fe que es puesta a prueba por lo racional. En el primer caso, el deseo es la fuente de una creencia injustificada, y en el segundo caso es la fuente de una duda injustificada. Todo deseo tiende a viciar el correcto funcionamiento de la razón crítica, aguda, inteligente. La fe firme basada en la intuición pura es patrimonio exclusivo de la mente que no está sujeta a la presión de los diferentes deseos. La fe auténtica es por lo tanto una cuestión de crecimiento gradual. Crece en proporción al éxito logrado por el discípulo en su trabajo de liberación de la mente de todos esos deseos.
A la fe hay que distinguirla cuidadosamente de la mera creencia o de la opinión intelectual. Cuando una persona tiene una buena opinión sobre alguien, se dice que tiene determinada clase de fe en ese individuo. Pero esta clase de opinión no tiene la potencia espiritual que pertenece a una fe viva en un Maestro. Las creencias y opiniones de una persona suelen constituir una capa muy superficial de la psiquis humana. No se relacionan integralmente con las fuerzas más profundas de la mente. Permanecen en una región de la mente incapaz de producir cambios en lo recóndito de la personalidad, lo cual determina la actitud respecto de la vida. Las personas tienen estas creencias como si fueran las ropas que usan, que se sacan y se ponen y cuando hay una urgencia, tienden a cambiarse la ropa vinculadas a sus propósitos inmediatos. En estos casos, las creencias son determinadas inconscientemente por otros propósitos; los propósitos no son determinados conscientemente por el sistema de creencias.
Por otra parte, la fe viva, la fe activa tiene relación con todas las fuerzas y propósitos más profundos de la psiquis, es una relación vital e integral. No se la sostiene superficialmente, ni se la cuelga, como si fueran meras creencias intelectuales, en la periferia de la consciencia. Por el contrario, la fe viva se convierte en un poderoso factor que reconstruye toda la mente; es creativamente dinámica. No hay pensamientos que ella no vivifique, sentimientos que ella no ilumine, ni propósito que ella no vuelva a plasmar. Esta fe viva en el Maestro se convierte, en el discípulo, en una suprema fuente de inspiración y en una confianza en sí mismo que es inexpugnable. Se expresa primordialmente con el espíritu de confianza dinámica en el Maestro, y no solo con alguna opinión sobre el Maestro. La fe viva no es una suerte de certificado que el discípulo le da al Maestro. Es una actitud de confianza dinámica, activa en el Maestro, que se expresa no sólo en la espera incondicional y confiada de su ayuda sino también con espíritu de entrega y dedicación personal.
Esta fe fructífera y viva en el Maestro nace siempre de alguna experiencia profunda que el Maestro imparte al discípulo que ha desarrollado méritos. Es fundamentalmente diferente de las creencias que la gente tiene aceptando sin sentido crítico o pensando superficialmente. Las creencias intelectuales de la mayoría tienen muy poca importancia espiritual. Por lo tanto, al Maestro no le concierne para nada si el discípulo cree en él o en otra persona, e igualmente tampoco le concierne si en cualquier momento el discípulo cree o no en él. Si por fortuna el Maestro interviene a favor, bondadosamente y gana para sí la fe viva del discípulo, fe que se diferencia de la creencia, esto es así porque sabe que el discípulo será ayudado con esta intervención.
Así como el discípulo está probando si el Maestro tiene la capacidad de guiarlo, a su vez el Maestro está probando la integridad de lo que el discípulo se propone. Al Maestro no le concierne si el discípulo duda de él o tiene fe en él. Pone a prueba si el discípulo es sincero o no y si es entusiasta en la búsqueda de la verdad y en sus objetivos espirituales. Al Maestro no le interesa para nada dar al discípulo una prueba de su divinidad, salvo cuando piensa que esta prueba es útil e inevitablemente necesaria para beneficio espiritual de quien se ha entregado a Él.