<>
Índice

Pir Fazl Shah

Pir Fazl Shah

Pir Fazl Shah

A Meher Baba no le gustaba estar sentado sin hacer nada mientras viajaba en tren. Y una de las razones de esto era que las personas que nos rodeaban no se fijaran en él. Sin desviar así la atención de la gente, ésta naturalmente se habría sentido atraída hacia él, le habría clavado la vista y lo hubiera molestado. Hasta cuando Baba encubría su identidad, su presencia era tal que la gente no podía dejar de sentirse atraída hacia él.

Recuerdo que una vez viajábamos en tren y en nuestro compartimiento había una mujer inglesa. Ella seguía mirando a Baba y, un rato después, Baba me indicó con un ademán que le preguntara a ella si había algo que quisiera preguntarle a Baba. Ahora bien, en aquellos tiempos no era común que un inglés entablara una conversación con un indio, y era casi inaudito que una memsahib (dama europea casada) empezara a conversar con un indio que no le había sido presentado, pero cuando le transmití el mensaje de Baba a esta mujer, ella no vaciló en empezar a contarle su triste historia.

Aparentemente el esposo de esta mujer era un funcionario del gobierno y, como tal, viajaba mucho por el país. Ella lo acompañaba a menudo, pero el problema de ella consistía en que las serpientes la aterrorizaban, y parecía que en todos los lugares en los que se alojaban, invariablemente había serpientes.

Baba la escuchó con muchísima paciencia y luego le dijo que no se preocupara. Todo lo que ella tenía que hacer era conseguir una cáscara de huevo y quemarla, y después poner las cenizas de esa cáscara en un colgante y llevarlo puesto: entonces las serpientes no la molestarían. La mujer dio muestras de estar muy aliviada al oír esto, aunque nunca la volví a ver, por lo que no sé si ella lo hizo o si el talismán de cáscara de huevo funcionó o no. A veces me he maravillado del karma de esa mujer: ¡por su bendición de estar un momento con el Dios-hecho-Hombre, por ser suficientemente afortunada porque el Dios-hecho-Hombre le preguntó por su cuenta si necesitaba algo, y porque después utilizó esa preciosa oportunidad para informarse sobre talismanes que la protegieran contra las serpientes! Pero tal vez todo ese episodio haya sido solamente un medio para establecer el contacto y profundizar el vínculo de ella con el Antiguo. Sea como fuere, aunque en esa ocasión Baba respondió por su cuenta al callado interés de esa mujer, en general no le gustaba cuando la gente se sentía atraída hacia él porque eso interfería en su trabajo. 

Sin embargo, había otra razón para que nosotros conversáramos con los demás pasajeros y consistía en averiguar si en la zona había masts o peregrinos espiritualmente avanzados.

En un viaje en particular nos enteramos de que había un peregrino muy avanzado espiritualmente. Baba quiso que averiguáramos todo lo que pudiéramos sobre ese hombre, y cuáles eran sus costumbres, características, gustos y aversiones. Entonces empezamos a preguntarles a los pasajeros que nos acompañaban si sabían algo de ese hombre. Algunos lo habían visto. 

–Debe tener gustos y aversiones –inquirimos. 

–Oh sí –replicaron–, y es muy iracundo.

–¿De veras lo es? ¿Es violento?

–No, no es violento, pero es muy franco. Y si ustedes van a verlo, hay algo que le gusta: los helados de coco. ¿Ustedes van a verlo ahora?

–Sí.

–¡Oh no! No vayan así como están. Primero deberían bañarse y cambiarse, y estar bien arreglados con ropa limpia. Eso le gustará y se pondrá muy contento. Pero si no lo hacen, si van así como están ahora, se enojará muchísimo y los echará.

Estábamos muy sucios por nuestros viajes. Teníamos el cabello y la ropa impregnados con el hollín y el humo de la locomotora. Le contamos a Baba lo que habíamos averiguado y le preguntamos qué quería hacer: ¿quería ir directamente a ver este santo o primero quería que nos detuviéramos para poder bañarnos? Aunque habitualmente Baba haría todo lo posible para encargarse de que los caprichos de un mast o de un sadhu fueran respetados, nos dijo que no teníamos tiempo para bañarnos antes, y que si el santo nos echaba, bueno, entonces que nos echara. De modo que fuimos directamente desde la estación.

A unos cinco kilómetros de distancia encontramos la casona en la que el santo vivía. La puerta estaba abierta de par en par y los mándalis entramos titubeando, diciéndonos uno al otro: “Entra tú primero”. Pero para nuestra sorpresa el santo nos dio la bienvenida con mucho respeto y cordialidad. Indicó a su gente que trajera una silla para Baba y un banco para nosotros. Estábamos muy sorprendidos.

El santo desplazó su silla e hizo sentar a Baba. Le dijo que estaba muy contento de verlo. Baba le indicó con un ademán que se sentara, pero el hombre le dijo que estaba muy bien de pie. En pocas palabras, parecía conocer la jerarquía espiritual de Baba, y a Baba se lo veía muy incómodo, como lo estaba siempre cuando, por así decirlo, se revelaba su secreto. Baba gesticuló hacia mí y yo le dije al santo: 

–Mi hermano mayor ha venido de muy lejos y le gustaría estar solo contigo. Quiere verte personalmente. ¿Te molestaría estar con él en aquella habitación?

–Oh no –replicó–. No me molesta. He estado esperándolo desde la mañana. 

Entonces Baba pareció satisfecho, y todos suspiramos profundamente, con alivio. Si Baba no está complacido, entonces, por así decirlo, ya nada tiene sentido.

Una vez que Baba y el santo se fueron, los seguidores del santo empezaron a charlar con nosotros y a preguntarnos qué hacíamos en la vida, de dónde éramos y cosas por el estilo. 

–Tu hermano mayor parece muy diferente de las otras personas –observaron–. ¿De dónde es y qué hace?

–Es del lado de Bombay y es un hombre de negocios –replicamos. (A parte de esto, yo podría mencionar que, si bien esto parece una mentira, en realidad no lo es. Cuando estaba en Estados Unidos, Baba se definió en una ocasión como un hombre de negocios que eternamente estaba “convirtiendo a sus pasivos [los pecadores] en activos [santos]”.)

Entonces los seguidores del santo expresaron su asombro señalando que ya desde la mañana, el santo había estado diciendo que vendría alguien a quien no conocía pero que tenía que estar todo limpio para él. El lugar estaba inmaculado, habían lavado el piso y todo era atractivo y ordenado. 

–En el tren oímos decir que al maestro de ustedes le gusta que las cosas estén limpias y no quiere ver a nadie que no se haya lavado bien –les comentamos. 

–Sí, esto es muy insólito. Nos hizo lavar concienzudamente este lugar pero luego no insistió en la limpieza de ustedes. Eso es lo que nos asombra.

Y así seguimos charlando sobre esto y aquello hasta que Baba salió de muy buen humor. Con un ademán nos indicó que nos fuéramos, y nosotros nos dimos vuelta para marcharnos. No vacilamos; el emperador nos había llamado y nosotros obedecimos; esto es todo. ¿Pero qué sucedió luego?

Baba ya estaba delante de nosotros, pero el anciano, el santo, que sin embargo era aún un peregrino en el sendero espiritual, salió de la casa y dijo, mirando en dirección a Baba: 

–Hasta que Tú viniste nadie ha tocado mi corazón con la flecha del Amor Divino. Tienes poder para destruir e inundar el mundo; nadie conoce los límites de Tu grandeza, Tú eres la autoridad espiritual de esta época, y si yo muriera, tomaría otro cuerpo para estar cerca de Ti.

Una breve salvedad sobre esta historia: mientras caminábamos hacia la estación ferroviaria, el santo envió a uno de sus hombres que corrió detrás de nosotros con un mensaje: 

–Mi maestro dice –ese hombre nos informó– que le gustaría muchísimo que, cuando llegues a tu casa, le envíes una postal haciéndole saber que llegaste bien.

Baba me dijo que me acordara de hacerlo, y cuando finalmente llegamos a Ahmednagar, le envié al santo una postal en la que le decía que habíamos llegado a casa sin problemas. No sé la trascendencia que esto tenía, pero Baba fue muy exigente para que se cumpliera lo que el santo deseaba.


Belleza y fealdad