Al pasar los años Meher Baba les llamaba de vez en cuando la atención a sus hombres sobre su falta de amor hacia él.
–Ustedes los hombres no saben amarme como las mujeres mándalis me aman –les decía. O si ocurría una dificultad en alguna tarea que él nos había fijado, podría indicarnos que esa dificultad no habría ocurrido si nosotros le tuviéramos el mismo amor que las mujeres le tenían.
Esto no era algo que Baba solía repetir a menudo, pero muy frecuentemente a lo largo de los años él se refería a nuestra falta de amor en comparación con el amor de las discípulas. Después de que esto había estado ocurriendo durante un tiempo, al final me exasperé tanto que una vez le eché en cara:
–¡Oh Baba, hablas del amor que las mujeres te tienen, pero si realmente quieres probar el amor de los hombres entonces deja que haya un Advenimiento en el que tú estés en un cuerpo de mujer y entonces verás cómo te amamos!
Pero Baba replicó:
–Eso no podrá ser porque se ha ordenado que yo venga siempre en cuerpo humano masculino. Los Maestros Perfectos pueden ser varones o mujeres: Babajan, uno de los cinco Maestros Perfectos que produjo mi Advenimiento fue en un cuerpo femenino, pero se ha ordenado que el Avatar descienda siempre como hombre entre la humanidad.
Hoy en día, cuando algunas mujeres oyen esto, piensan que yo soy sexista. Pero realmente esto nada tiene que ver con el sexo; el Avatar se halla más allá del sexo, igual que los Maestros Perfectos. Y Babajan, que se hallaba en un cuerpo femenino, solía enojarse muchísimo si alguien se refería a ella como mujer; “Yo soy hombre” insistía. De modo que la forma exterior del cuerpo no es muy importante. De hecho, una vez Baba nos contó una historia sobre un Maestro Perfecto que no era varón ni mujer.
La historia se refiere a un Maestro Perfecto que vivió en Lucknow, en el norte de la India. Olvidé su nombre, pero era un hijara. No estoy seguro con exactitud cómo traducir ese vocablo. Supongo que el que más se aproxima es “eunuco”. En la India hay tribus de tales personas. Son hombres, pero tienen una larga cabellera y se visten como mujeres, con saris, brazaletes, collares, etcétera. Y su manera de caminar y sus características son las de las mujeres, de modo que si vieran a uno de ellos creerían que están viendo a una mujer.
Como les dije, hay tribus de estas personas que viven juntas, y su nivel social es muy bajo. Son parias. Ninguna comunidad los acepta; son despreciados. Son casi completamente excluidos de la sociedad, pero no del todo, pues estos individuos son tradicionalmente buenos músicos. Tienden a recorrer las calles mientras su líder toca un tambor, y el resto de ellos bate palmas y baila, marcando el compás con campanillas y brazaletes tintineantes. Y cuando hay una boda o un funeral, a estas personas les pagan para que acudan a crear determinada atmósfera. Cantan, ríen y entretienen durante una boda. En un funeral marchan por las calles llorando, lamentándose y golpeándose el pecho. Les pagan para que hagan esto y así se ganan la vida, pero no se los respeta. Si una madre ve que sus hijos los miran cuando aquellos pasan, porque a los niños siempre les atrae cualquier cosa pintoresca y fuera de lo común, ella irá de prisa a retirar a sus hijos. En resumen, podemos decir que se los considera lo más bajo de lo bajo.
Baba nos dijo que en esa comunidad de la ciudad de Lucknow había un Maestro Perfecto. Con el fin de apoyar a esta parte de la humanidad totalmente rechazada, fue ordenado que un individuo de esa tribu debería llegar a ser Maestro Perfecto. Y así fue. Un individuo de esta tribu llegó a serlo, y entonces, naturalmente, todos sus discípulos también fueron de la tribu. Aunque no tocaba el tambor, simplemente caminaba al frente de la tribu cuando marchaban por las calles.
Un día, cuando recorrían las calles, vieron que se acercaba a ellos una muchedumbre desde la otra dirección. Era un grupo de luchadores que, rodeados de admiradores, regresaban de una pelea por el título. Ahora bien, la lucha es muy popular en la India. Y en ese grupo estaba el ganador de la lucha, el campeón, y por eso lo estaba siguiendo ese gentío. Cuando el campeón vio al pequeño grupo de despreciados hijaras que caminaban hacia ellos, empezó a ridiculizarlos. Presumía de su victoria y estaba muy engreído, y el hecho de que se sabía rodeado de centenares de personas lo único que hacía era volverlo más arrogante, de modo que empezó a burlarse de los hijaras y a ponerlos en ridículo. Cuando ellos pasaron, el luchador señaló a su líder que caminaba tranquilamente al frente del grupo, y comentó:
–¡Mírenlo! Se cree importante. Solamente miren el modo con que camina como si fuera el líder de todos, aunque todos sabemos que es solamente un hijara.
El Maestro Perfecto no dijo nada y siguió caminando. Una vez que el grupo había pasado, se volvió hacia el luchador, que aún estaba ahí parado señalándolo.
–Sí, ya me has señalado –el Maestro le reclamó al luchador–. Pero ya he pasado, ¿y entonces por qué no bajas tu dedo?
Pero el campeón fue incapaz de bajar su brazo. Siguió ahí parado apuntándolo, pero por más que lo intentaba, no podía mover su brazo. El Maestro Perfecto le gritó: –Eres muy fuerte, pero ni siquiera tienes suficiente fuerza como para bajar tu brazo.
Mientras la multitud miraba azorada, ellos vieron que el campeón no podía mover el brazo, y comprendieron que el líder de los hijaras debió haberle hecho algo al campeón. Comprendieron por primera vez que este líder no era una persona común y corriente. En la ciudad se corrió la voz y pronto todos supieron lo que ese día había sucedido en las calles.
Sin embargo, casi toda la comunidad continuó menospreciando a los hijaras. La juventud de la ciudad fue la que se sintió atraída hacia el Maestro Perfecto. Es probable que esos jóvenes hayan acudido por curiosidad y para ver a ese hombre que se había burlado del luchador campeón, pero se quedaban porque siempre hay una atmósfera especial en torno de los Maestros Perfectos. Como dijo Ramakrishna, cuando la flor está a punto, las abejas acuden espontáneamente. Y fue así. Los jóvenes empezaron a ir a ver al Maestro Perfecto en tropel.
Los ancianos de la comunidad estaban molestos. Según ellos, ese Maestro era solamente un hijara y, como tal, lo único que merecía era ser ridiculizado y despreciado. No podían tolerar el hecho de que sus hijos pasaran el tiempo con ese individuo, descuidando sus estudios para estar con él. ¿Adónde iría a parar el mundo y qué sucedería en la sociedad si los jóvenes se contaminaran escuchando las ideas y la filosofía de ese hombre? La situación era intolerable para los ancianos de la comunidad, y decidieron que tenían que hacer algo para desenmascarar al Maestro como un impostor.
Debido a que pensaban en él como un hijara, se les ocurrió una idea. Decidieron conseguir que dos jóvenes varones se vistieran como mujeres. Entonces los presentarían al Maestro como los novios y le pedirían que con su bendición aquellos tuvieran un hijo. Lógicamente el Maestro los bendeciría y entonces lo desenmascararían como alguien que no era omnisciente, lo expulsarían de la ciudad y entonces sus jóvenes retornarían a sus estudios. El plan les pareció bueno.
Por consiguiente eligieron dos jóvenes varones, uno de los cuales tenía un aspecto femenino y de fina figura. Los vistieron con las prendas tradicionales de una novia y un novio, y les enseñaron lo que tenían que decirle al Maestro. Cuando la joven pareja estuvo lista, ambos fueron a ver al Maestro, quien, como de costumbre, estaba sentado a la vera del camino con sus discípulos. La pareja se acercó al Maestro.
–Sí, ¿de qué se trata? –les preguntó el Maestro.
–Acabamos de casarnos –replicó la pareja.
–¿Sí?
–Nos gustaría ser bendecidos con un hijo varón.
–¿Un hijo varón?
–Sí, nos gustaría ser bendecidos con un hermoso hijo. Eso es lo que anhelamos; por favor bendícenos.
El Maestro miró fijamente al muchacho que estaba representando el papel de la novia y le preguntó:
–¿Estás seguro de que quieres un hijo varón?
La ‘novia’ repitió con timidez:
–Sí, lo quiero de verdad.
El Maestro le dijo a la pareja que lo piensen. Señaló que es una gran responsabilidad criar hijos y que ellos eran solamente recién casados. Podrían esperar. Pero la pareja insistió en que ellos sabían lo que estaban haciendo, querían un hijo varón y las bendiciones del Maestro, de modo que finalmente el Maestro les dijo:
–Así sea. Están bendecidos.
Los ancianos se regocijaron cuando se enteraron de esto. “Ahora lo ‘pescamos’”, pensaron. Entonces convocaron una asamblea de todas las personas prominentes de la ciudad y luego interrogaron a la pareja delante de todos.
–¿Eres un hombre, pero estabas vestido como mujer? –le preguntaron al muchacho que representaba el papel de la novia.
–Sí.
–¿Y tú le pediste al jefe de esa tribu que te bendijera para tener un hijo varón?
–Sí.
–¿Y él te bendijo?
–Sí.
–¿Hubo testigos de esto?
–Sí.
Y así continuó el interrogatorio. Al final los ancianos se volvieron hacia la asamblea y anunciaron: –¡Vean! Se confirmó que el hombre es un impostor. Es imposible que un hombre conciba y dé a luz un hijo. Ese hombre no puede ser omnisciente como para impartir semejante bendición. Es un impostor y está embaucando a los demás haciéndoles creer que pertenece a una elevada jerarquía espiritual. ¡Pero nosotros hemos probado que esto no es así!
Pasó el tiempo y en toda la ciudad se corrió la voz sobre la bendición del Maestro y en todas partes proclamaban: “¡Ese hombre es un impostor!” Pero entretanto el muchacho que había oficiado de novia empezó a tener raras sensaciones. Comenzó a tener dolores de estómago y la extraña sensación de que se le hinchaba el vientre. Como esa sensación no desaparecía, lo llevaron a un médico, pero las medicinas no tuvieron efecto.
Pasó un tiempo, el muchacho estaba cada vez más incómodo y cada vez más afligido, desanimado e intranquilo. Entonces los padres llevaron al muchacho para que lo examinara el médico al que consideraban el mejor de la ciudad, quien era ducho en medicina griega. El médico examinó al muchacho y quedó atónito. ¿Cómo podía ser eso? Había señales inequívocas de embarazo.
El médico estaba confundido; no era posible que un varón concibiera y gestara una criatura; sin embargo, eso estaba sucediendo. Pero los padres estaban muy disgustados. Sabían lo que había sucedido. Entonces fueron a ver a los ancianos y los denunciaron.
–¡Vean lo que ustedes han hecho! –exclamaron–. Ustedes han descarriado a este muchacho. Lo han puesto en esta horrible situación. Ahora deberán asumir toda la responsabilidad. ¡Él solo no debería sufrir esta vergüenza!
Los ancianos no podían creerlo. Fueron a ver al médico, pero el diagnóstico no estaba equivocado. Y cada semana que pasaba era más evidente que el muchacho estaba verdaderamente embarazado. Entonces los ancianos supieron que había una sola salida: debían arrepentirse y buscar el perdón del Maestro.
De modo que los ancianos salieron en su búsqueda para pedirle perdón, pero en lugar de estar sentado a la vera del camino, el Maestro estaba caminando con sus discípulos y la tribu de los hijaras. Cuando Baba estaba contando esta historia nos ofreció una deliciosa descripción del Maestro encabezando con todos los ancianos, de largas barbas y modales solemnes y pomposos, un alborozado baile por las calles de Lucknow mientras los ancianos procuraban tomar contacto con él y el Maestro conseguía eludirlos. Baba parecía disfrutar contando esta historia; todavía tengo grabada en mi mente esta imagen de él.
Finalmente, después de muchas corridas y apuros grotescos, los ancianos, junto con la joven pareja, los padres y los espectadores, consiguieron alcanzar al Maestro en la esquina de la calle principal de la ciudad. Todos se acomodaron allí, y los padres empujaron a los jóvenes ‘novios’ para que se adelantaran y procurarán que el Maestro los perdonara. Pero la pareja protestó:
–¿Por qué deberíamos hacerlo nosotros? –dijeron–. Toda la idea fue de los ancianos, y son ellos los que deberían pedir perdón.
Entonces fue el turno de los ancianos quienes fueron empujados hacia delante. Se acercaron al Maestro y le dijeron:
–¿Recuerdas a esta pareja que vino a pedir tus bendiciones y que tú bendijiste a éste para que pudiera tener un hijo?
–No –replicó el Maestro–. Yo bendije a una mujer, no a un hombre. Le pregunté a ella numerosas veces si realmente quería la bendición. Le hice comprender a ella la responsabilidad que implicaba pedir semejante beneficio. ¿Qué puedo hacer ahora? Mi palabra ha salido de mis labios y no puedo hacerla volver atrás.
Los ancianos empezaron a suplicarle:
–Por favor, retira tu bendición. ¿No puedes ver qué calamidad ha caído sobre este joven?
El Maestro les dijo:
–No estoy en condiciones de hacerlo. Una vez que he bendecido a alguien, eso no lo puedo retrotraer. De verdad lo siento por el joven, pero no hay nada que yo pueda hacer.
Ante esto todos empezaron a llorar, especialmente la ‘novia’, y todos cayeron a los pies del Maestro rogando su perdón y suplicándole que hiciera algo. Finalmente, el Maestro habló:
–Hay una sola solución. No puedo retractarme de mi bendición, y entonces no hay nada que yo pueda hacer, pero mis amigos, mis colegas, estos hijaras, tal vez puedan ayudarlos.
–¿Ayudarnos? ¿Cómo?
–Pídanles que le recen a Dios para que elimine la bendición. Ruéguenles que recen al Señor y puede ser que Él escuche las plegarias de ellos y haga algo por ustedes.
Entonces los ancianos, los padres, los jovencitos y todos se dirigieron a la tribu que siempre habían despreciado y rechazado, y les rogaron que intercedieran en su nombre y les repitieron que por favor los ayudaran. El Maestro se dirigió a los suyos y les dijo:
–Sí, recen al Señor para que alivie de su estado al jovencito. –Entonces los hijaras oraron de conformidad con el deseo del Maestro y con las súplicas de la comunidad, y sucedió que el embarazo del muchacho desapareció poco a poco y él volvió a la normalidad.
Esta es una historia que Baba mismo nos contó, y una de las principales razones para que lo hiciera así fue recordarnos que tratáramos con respeto a los amigos de Dios. Por supuesto, no sabemos si ésta o aquella persona es amiga de Dios. Eso es precisamente lo que los otros dicen. Pero porque nosotros no lo sabemos, y sin embargo la gente dice de éstos que son grandes, Baba nos dijo que nos limitáramos a saludarlos desde lejos. Nos dijo que no tuviéramos malos sentimientos para con ellos, pero que no nos acercáramos demasiado. Acercarse es involucrarse de manera favorable o desfavorable.
Baba nos dio este caso como ejemplo. Una vez le dijo a uno de sus discípulos que ayunara. No recuerdo exactamente durante cuánto tiempo, pero creo que fue durante siete días. Eso era todo lo que Baba le había dicho, que ayunara durante siete días. Pero el discípulo luego procedió por su cuenta a adelantarse a lo que Baba le dijo, observando no solamente el ayuno pero también haciéndolo en un ashram en una atmósfera mejor para ayunar. O así lo pensó el discípulo. Entonces fue a ese ashram y empezó a ayunar. Pocos días después el preceptor espiritual del ashram se acercó a este discípulo y le dijo que había ayunado lo suficiente y que ya debía comer algo.
El discípulo respetaba al preceptor, pero le explicó que él tenía que ayunar los siete días completos que Baba le había fijado. Sin embargo el preceptor, tal vez sabiendo que este hombre no estaba acostumbrado a ayunar, le hizo preparar un poco de comida para que se la enviaran con instrucciones de que debía comer. Puesto que la comida provenía del preceptor espiritual, el hombre no supo cómo podría rechazarla, y entonces la comió.
Posteriormente, cuando el hombre estaba con Baba, éste le preguntó por el ayuno. Como siempre, Baba pareció no saber nada de nada, y entonces preguntó si este hombre había observado el ayuno como le había ordenado.
–Sí, Baba. Estuvo muy bien.
–¿Observaste el tiempo completo de siete días como te lo pedí? –le preguntó Baba.
–No, Baba, interrumpí el ayuno después de unos pocos días.
–¿Qué dices? Pero yo te ordené que ayunaras durante siete días. ¿Qué sucedió?
–Fui a un ashram y estaba allí ayunando, e interrumpí mi ayuno porque el preceptor espiritual del lugar me dijo que comiera un poco de arroz con dal. Debido a que el preceptor espiritual de allí me dijo que comiera, pensé que eso equivalía a que tú me dijeras que comiera, y por eso interrumpí mi ayuno.
–¡Oh –gesticuló Baba–, así es como tú obedeces mis órdenes! Interrumpiste el ayuno simplemente porque un preceptor espiritual te lo pidió. ¿Pero en primer lugar por qué fuiste a un ashram? ¿Por qué no te quedaste aquí y te ocupaste de tu trabajo habitual? Dices que me amas, ¿pero qué es el amor si no se obedece por completo al deseo del Amado? Por este motivo te dije que saludaras de lejos a quienes los demás consideran que son grandes. Todos son buenos en su propio lugar, pero en lo que a mí concierne, mantente apartado de ellos, y no desnaturalices tu amor por mí involucrándote con ellos.