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Vuelve directo a tu casa

Vuelve directo a tu casa

Vuelve directo a tu casa

Reglas, estamos hablando nuevamente de reglas. ¿Por qué me siguen preguntando por las reglas? ¿Cómo puedo hacer que ustedes entiendan cabalmente que nuestra vida con Meher Baba no se trató de reglas sino de aprender a bailar con su melodía. Las reglas implican alguna clase de coerción. Esta es una regla, y entonces tenemos que hacer esto o aquello. Baba no ha venido para establecer un conjunto de reglas para las personas, sino que ha venido para despertar el amor en sus corazones para que quieran obedecer las reglas inherentes de sus corazones. ¿No les dije a todos ustedes que Baba dijo que los diez mandamientos están en los corazones de las personas? E incluso entonces no es cuestión de acatar los mandamientos porque son reglas; es cuestión de sentido común. Si yo te amo, entonces no tengo ningún deseo de hacerte daño. ¿Qué madre quiere hacer daño a su propio hijo? ¿Se abstiene de matar a su hijo por el mandamiento de “No matarás”? No, la idea misma es absurda. Ella no está acatando una regla por la que no debe matar a su hijo sino que simplemente está amando a su hijo. Si ella está obedeciendo alguna regla, podemos decir que está obedeciendo a las reglas del amor. Pero las reglas del amor no se parecen a las reglas comunes y corrientes. Eso es lo que estoy tratando de hacerles entender cabalmente. A decir verdad, las reglas no existen para nada. Tal vez una anécdota aclare esto.

Baba acostumbraba a decir a sus amantes que debían volver directamente a sus casas después de recibir su darshan, llevando consigo el amor de él. Ese era el deseo de Baba. Una y otra vez les decía esto a sus amantes. ¿Por qué era esto? No le preguntamos. Baba simplemente lo decía y sus amantes asentían diciendo: “Sí, Baba”, y eso era todo.

Pero Baba no acostumbraba a dar esta orden a los recién llegados o a las personas que no estaban seguras de amarlo. También lo decía a sus íntimos, a personas como Meherji y Nariman que venían en coche hasta aquí, desde Bombay, para pasar el tiempo con Baba. Y después, cuando se estaban yendo, invariablemente les decía: “Acuérdense de regresar directamente”. O a veces ellos salían de la sala y entonces Baba me decía con ademanes: “Ve a decirles que regresen directamente”. Y yo salía de la sala, los alcanzaba y les decía: “Baba dice que regresen directamente”. Y ellos me decían: “Sí, lo sabemos”, y se iban. Pero esto empezó a preocuparme. ¿Qué necesidad había de que Baba siguiera dándoles este mensaje a sus íntimos una y otra vez? 

Entonces recuerdo que una vez, cuando Meherji y Nariman se habían retirado y Baba me dijo con gestos que yo fuera a darles ese mensaje, le dije impulsivamente: 

–Pero Baba, ellos lo saben. ¿Qué necesidad de repetírselo a cada uno y todas las veces?

–Ve a decírselos –insistió Baba, y yo lo hice.  Salí y les recordé:

–Baba dice que regresen directamente.

Pero yo no podía entender por qué Baba estaba haciendo esto. ¿Cuál era la necesidad? Puedo decir que eso me fastidiaba. Ustedes saben que esta era la intimidad de Baba con nosotros, su compasión. Nos permitía sentirnos fastidiados por sus maneras. Lo que ahora quiero decir es lo presuntuoso que era, de mi parte, incluso cuestionar estas cosas, pero en esa época yo las cuestionaba, y lo que me fastidiaba era la insistencia de Baba en repetir cosas que todos conocíamos y comprendíamos.

¿Por qué? Porque eso significaba más trabajo para mí. Yo ya tenía bastante trabajo, y en ese momento Baba me hacía abandonar cualquier cosa que yo estuviera haciendo y salir a darles a estas personas este mensaje que ellos conocían perfectamente bien. No es que ellos fueran visitantes esporádicos. No es que no se hubieran consagrado a Baba. Habían estado con Baba durante décadas. Estas personas acataban cuidadosamente y al pie de la letra la más insignificante orden de Baba. Por eso me avergonzaba tener que recordarles cada vez la orden de que regresaran directamente. Me miraban y me decían: “Sí, lo sabemos”. Y yo pensaba que era perder el tiempo tener que recordárselos cada vez.

Ustedes se dan cuenta de cómo funciona la mente. Yo vine a vivir aquí con Baba para servir a Baba. Mi tiempo estaba a su disposición, pero cuando él me pedía que hiciera esto, mi mente registraba lo siguiente: “¡Oh, esto es perder el tiempo!”. Por supuesto, la razón de que me pareciera una pérdida de tiempo se debía a que Baba me había encomendado que hiciera muchas otras cosas y no había tiempo suficiente para atenderlas en su totalidad, y hete aquí que yo estaba recibiendo más trabajo que era enteramente innecesario. Pero esta es también una excusa de la mente. Lo que estoy tratando de describirles es el modo con que la mente funciona. O debería decir: el modo con que mi mente funciona, porque tal vez no todos ustedes encuentren que su mente les haga trampas.

Y Baba me permitió seguir sintiendo esta irritación durante varios años. Yo no sacaba esto a colación ante Baba. No volvía a discutir con él porque me daba este mensaje y tampoco le decía nada al respecto. Pero luego, un día, yo estaba llevando a Baba en auto a la ciudad. Lo hacía desde aquí, desde Meherazad. Y habíamos llegado al arroyo (nullah) de Shendi. Había llovido y el arroyo estaba hasta el borde. ¿Han visto cómo un arroyo seco experimenta una crecida después de un buen chaparrón? Es algo digno de verse.  En lugar de ese lecho seco que ustedes ven ahora, se convierte en un río. Después de un aguacero, el agua desborda todo el arroyo, lo anega por completo y no hay otra cosa que hacer que esperar que las aguas se retiren hasta que sólo quede un hilito de agua. Por supuesto, actualmente hay un gran puente de cemento, pero en ese entonces solíamos detenernos en el arroyo mismo. De modo que no había otra cosa que hacer que quedarnos sentados dentro del auto y esperar a que las aguas retrocedieran. Yo no podía arriesgarme tratando de atravesarlo con el auto porque podríamos atascarnos en el agua, ¿Y qué haríamos entonces? De modo que nos quedamos sentados esperando, y de pronto Baba me preguntó: 

–Cuando un hombre ama a una mujer, ¿piensa en ella?

Le dije: 

–Sí, Baba.

–Y si un hombre ama de verdad a una mujer, pero está separado de ella, ¿está ansioso por verla?

¿Qué sé yo del amor?, entonces le dije: 

–Sí, Baba, creo que es así en el mundo. 

Y Baba continuó:

–Ahora bien, si su amada mantiene al hombre a distancia, y en realidad se muestra indiferente con él durante años sin importarle cuánto este hombre quiere estar con su amada, y luego, un día, ella le manda decir que finalmente puede venir, ¿cómo estará mentalmente ese hombre?

–Estará muy ansioso por ver a su amada –repliqué. Como les dije, no tengo experiencia en estas cosas, pero después de todo es cuestión de sentido común. Entonces le dije–: Estará entusiasmado y le encantará recibir el mensaje.

–¿Esperará él unos pocos días antes de salir para ver a su amada?

–No, Baba. Saldrá inmediatamente. Tendrá prisa por llegar hasta ella.

–Supón que él toma un tren, y que el tren tiene que detenerse varias horas en una estación. ¿Él decidirá ir al cine?

–No, Baba. Se paseará de aquí para allá por el andén, esperando solamente el tren siguiente para poder verla.

–¿No pensará él en entretenerse un poco?

–No, Baba. Si lo que él siente es amor.

–¿Entonces se detendría para ver a una prostituta?

–Por supuesto que no. Eso sería lo que estaría más lejos de su mente.

–Si él lo hiciera, y su amada lo descubriera, ¿qué crees que ella sentiría? –me preguntó Baba.

–Baba, semejante comportamiento sería repugnante para ella.

Entonces Baba se volvió hacia mí y me dijo: 

–Es por esta razón que les digo a mis amantes que vayan directamente a sus casas después de recibir mi amor. Imagínate cómo me siento si alguien viene a verme, declarando que me ama profundamente, y que yo les doy mi amor, y después, solamente horas después de dejarme, ellos disipan este amor deteniéndose para ver a algún santo o a una persona presuntamente santa. ¿Eso no rebaja mi amor? Ellos sólo lo desperdician, un regalo tan precioso y ellos lo tiran. Es por esa razón que una y otra vez les recuerdo que deben ir directamente a sus casas. Se lo digo hasta a mis íntimos. ¿Por qué? ¿Porque pienso que se van a olvidar de mi orden? No, porque no me atrevo a descuidar a aquellos que me aman. Una vez que ellos se acercan a mí, tengo la obligación de velar por ellos, y sé que no está bien que ellos disipen el regalo de mi amor, y porque no me atrevo a descuidarlos, por ese motivo les digo a todos, una y otra vez, que se vayan ya a sus casas y no visiten a nadie más.

Ustedes ven lo compasivo que es Baba. El otro día estábamos hablando sobre las reglas y yo trataba de hacerles entender cabalmente que las reglas las creamos para beneficiarlos y yo debí haberles contado entonces esta anécdota porque este es un ejemplo aún mejor. Baba había creado una regla: vete directamente a tu casa después de recibir Mi amor. ¿Pero por qué? Porque esto era para beneficiar a su devoto. Fue su compasión la que impulsó esta regla porque él no se atreve a descuidarnos. Y fue también por su compasión que él compartió esta historia conmigo. Porque durante varios años esta pregunta quedó en mi mente: “¿Por qué Baba hace esto?”, y compadecido por mi confusión, Baba me contó la historia.

Pero ahora, cuando digo esto, alguien en la sala podría decir: “Sin embargo, Eruch, tengo que detenerme temporalmente en Europa en camino a mi casa: ¿eso significa que yo debería cambiar mi pasaje?”. Y nuevamente existe una confusión. Y nuevamente la confusión se debe a la palabra “regla”. Les dije que Baba creó una regla porque quería que sus amantes fueran directamente a sus casas después de recibir su darshan. Pero, a decir verdad, yo no debería llamar regla a esto. Debería decir que este era el deseo de Baba, que él expresaba una y otra vez. Tal vez esta anécdota sirva para aclarar más cuál es la diferencia.

Un día estábamos aquí sentados con Baba y súbitamente nos cuenta esta anécdota. Nos dijo que había una mujer inocente a la que declararon culpable de adulterio y la condenaron a muerte. La ley decía que la pusieran en el medio de la plaza del mercado y, según era norma, quien pasara cerca tenía que arrojarle algo a ella. Entonces, cuando pasaba alguien por ahí, recogía algo, una piedra, basura o un poco de inmundicia, y se lo arrojaba, pero ella soportaba todo esto sin decir una sola palabra. Ella no mostraba señales de que las piedras la hiriesen: simplemente permanecía allí parada, y su aspecto lucía bello y radiante.

Entonces sucedió que pasó cerca una hija de esta mujer y, de acuerdo con la ley, le exigieron que le arrojara algo a su madre. La hija no fue capaz de tirarle una piedra ni nada parecido, de modo que compró una rosa y, al pasar cerca, le arrojó la flor. Cuando la flor chocó contra la madre, ésta dio un grito de agonía, aunque ninguna piedra o inmundicia le había hecho proferir una palabra. Ella había estado allí parada y sonriendo durante todo este suplicio, pero el leve contacto de la flor arrojada por su hija le hizo dar ese grito surgido desde lo más profundo de su ser.

–¡Cuánto sintió la madre la acusación cuando provino de su propia hija! –gesticuló Baba–. ¡Cuánto más –continuó diciendo– lo sentiré yo cuando mis propios seres queridos me lastiman, hasta con el pétalo de una rosa!

Nosotros no entendíamos adónde Baba quería llegar y le confesamos que no lo comprendíamos, y él nos dio esta explicación: 

–Todos ustedes han estado conmigo durante muchos años. Si ahora, porque ustedes ambicionan estar cada vez más en busca de la verdad, buscaran las bendiciones de un santo, eso equivaldría a aquella hija que arrojó una rosa a su madre.

Entonces se dan cuenta de que no es cuestión de obedecer las reglas sino de ser cuidadosos y no arrojarle a Baba ni siquiera el pétalo de una rosa. Esta es la regla del amor.


Arrestaron a Baba
Servicio desinteresado