<>
Índice

Dinero

Dinero

Dinero

Esta mañana les estuve contando algunas anécdotas relacionadas con el dinero. Bueno, acabo de acordarme de otro episodio divertido. Se relaciona con Gustadji. Como les estuve diciendo anteriormente, Baba solía decirnos cada tanto que él no tenía dinero. Si los mándalis nos quejábamos por la comida ordinaria que recibíamos, o por el hecho de que lo único que se nos permitía era usar un pedacito de jabón en barra, Baba nos decía con ademanes: “¿Qué puedo hacer si no tengo dinero?”. Y frecuentemente Baba se daba vuelta los bolsillos para mostrarnos que estaban vacíos.

Y era verdad. Baba no tenía dinero para su uso personal ni para los que vivían con Él. El dinero que la gente solía darle lo regalaba a los demás. Ustedes no tienen idea de cuánto dinero Baba acostumbraba a dar a los demás. Había muchísimas familias y muchísimos individuos a los que Baba acostumbraba a sostener, y esto, por supuesto, además de todos los masts a los que Baba solía proveer.

Creo que les conté que todas las veces que Baba tomaba contacto con un mast, o incluso cuando un mándali se contactaba con un mast, Baba disponía que también tomáramos contacto con la persona que estaba cuidando a ese mast. Vean, en la India los masts, o incluso las personas que son solamente dementes, son considerados santos. Y habitualmente, siempre que se encuentren con un mast, a no ser que se trate de un mast errante, descubrirán en la comunidad a alguien que vela por el bienestar de ese mast. Y nosotros teníamos que encontrar a la persona y, después, encargarnos de alimentar y vestir al mast con el dinero que nosotros le dábamos.

Siempre que Baba terminaba de trabajar con un mast y lo enviaba de vuelta a su lugar de origen, él también se encargaba de que quien solía atender a ese mast continuara haciéndolo. Y si en la comunidad no había quien lo estuviera haciendo ya, entonces Baba hacía frecuentemente que nosotros lo dispusiéramos de alguna manera con un chaiwala o que alguien, que estuviera cerca de donde el mast solía pasar su tiempo, se encargara de cuidarlo.

Actualmente la gente dispone de computadoras para hacer todo. Ustedes siempre nos están diciendo que debemos conseguir computadoras para las oficinas, para llevar la contabilidad, archivar documentos y organizar las cosas, pero Baba acostumbraba a llevar la cuenta de todo, de los cientos y cientos de personas por las cuales era responsable, sin computadoras y sin anotar nada. La perfección de Baba era tal que nunca pasaba por alto ni el más mínimo detalle de nada.

De todas maneras, volviendo a nuestra anécdota o llegaremos tarde para el té y Aloba se enojará, los mándalis tenían que prescindir de cosas. Recuerdo que una vez teníamos cepillos de dientes pero no teníamos dentífrico. Acostumbrábamos a frotar nuestros cepillos de dientes sobre un trocito de jabón en barra y cepillarnos los dientes con eso. No teníamos jabón de tocador. Nos daban un pedacito de jabón en barra, que tenía que servir para todo lo que laváramos, no sólo para nuestra higiene personal sino también para nuestra ropa. No teníamos sirvientes para que hicieran algo así, teníamos que lavar nosotros mismos lo nuestro y teníamos que encontrar tiempo para hacerlo.

Eso no era fácil. Entonces, frecuentemente al finalizar el día, antes de irnos a acostar, teníamos un tiempo libre y entonces nos juntábamos alrededor de un pozo y lavábamos lo nuestro. En los primeros tiempos los mándalis solíamos esperar con ganas ese momento porque era la única oportunidad que teníamos en todo el día de estar juntos y de conversar entre nosotros. Ustedes no tienen idea de cuán ocupados Baba nos solía tener, ni de cómo era nuestra vida con él.

Y encima de esto, el encargado de las provisiones –ya fuera Kaka o Pendu, quienquiera que hubiera sido designado– se quejaba siempre de que estábamos usando demasiado jabón. Al comenzar el mes íbamos a verlo para que nos diera un trocito de jabón en barra, el cual tenía que durar todo el mes, y el jabón se gastaba frecuentemente antes del mes, y si uno trataba de conseguir más, el encargado empezaba a quejarse: 

–¿Qué han estado haciendo ustedes, que quieren más jabón? Recibieron uno, y ahora váyanse.

Y yo le decía: 

–Sí, uno está muy bien si estuviste sentado adentro haciendo cuentas todo el día, pero yo estuve trabajando en la bomba y no pude lavar mis prendas con un solo jabón.

–No –me decía el encargado–, estuviste desperdiciando el jabón y no tendrás ninguno más.

¿Desperdiciado? ¡Ni siquiera nos bañábamos como era debido! Sólo nos fregábamos con un poquito y luego lo esparcíamos totalmente sobre nosotros. Éramos muy cuidadosos y económicos al usarlo, pero luego el encargado nos acusaba de desperdiciar el jabón. Vean, todo este alboroto por un jabón que no costaba siquiera una rupia, o solamente unas pocas annas (unidad monetaria equivalente a 1 ⁄ 16 de una rupia). No sólo eso, sino que todos estábamos viviendo juntos. El encargado sabía que no estábamos siendo derrochones, pero se negaba a darnos un jabón de más, y al final nos lo daba, pero sólo después de grandes discusiones, de gritarnos y sermonearnos.

Eso solía volverme loco. Después de todo, no se trataba de que estuviéramos pidiendo algún artículo lujoso, sólo pedíamos jabón para poder conservar nuestra ropa y conservarnos nosotros mismos razonablemente limpios. ¿Y por qué queríamos hacer esto? ¿Por nosotros mismos? No. A mí no me importaba mi eventual aspecto ni cómo olía. Me hubiera contentado con parecerme a una de esas personas que duermen en la calle, pero porque estábamos con Baba, queríamos conservar nuestro aspecto al menos un tanto modestamente. Queríamos un poco más de jabón porque estábamos acompañando a Baba, y otros nos veían y juzgaban a Baba en parte por cómo nosotros, los mándalis, nos comportábamos. Entonces solía ponerme furioso cuando el encargado no me daba el jabón cuando lo necesitaba.

Y entonces, periódicamente, uno de los mándalis iba a ver a Baba y se quejaba. Y casi todas las veces, la respuesta de Baba consistía en darse vuelta los bolsillos y encogerse de hombros: “¿Qué puedo hacer si no tengo dinero?”. Y una vez esto fue demasiado para Gustadji. Como ya les dije Gustadji era un personaje entrañable. Había algo muy atractivo en su aspecto, ustedes deben haberlo visto en las películas, con sus mejillas redondas y su gran sonrisa. Y aunque observaba silencio, era un gran narrador. Aparentemente, en los primeros años, debió haber tenido la tendencia de hablar demasiado, y esto puede haber sido el motivo por el que Baba dispuso que observara silencio. Y los otros discípulos, especialmente los más jóvenes, parecían haberle causado muchos problemas a Gustadji. No sé de qué se trataba todo esto porque todo sucedió antes de mi época, pero me acuerdo de Gustadji contándole de repente a Baba sobre el caballo viejo que había en el establo. Eso fue después de que yo vine. ¿Han oído eso?

Como ustedes saben, Gustadji era un gran narrador y solía divertir muchísimo a Baba relatándole sus sueños y todo lo demás. Por supuesto, por el hecho de observar silencio, Gustadji acostumbraba a usar gestos. No eran los mismos ademanes de Baba, él tenía su propio alfabeto y su propio sistema de gestos, pero yo también aprendí a “leerlos” y solía traducirlos con frecuencia para Gustadji. Por supuesto, cuando yo “leía” los gestos a Baba, acostumbraba a hacerles mis propios “adornos”, y esto le gustaba a Gustadji, y Baba se divertía con lo que finalmente resultaba de esto.

Entonces un día, por así decirlo de manera inesperada, Gustadji dice repentinamente: 

–¡Ay, no sé por qué me trataron así!

Baba pareció sorprendido:

–¿Qué dices? –le preguntó.

–Baba, yo acostumbraba a ir a la escuela todos los días cuando era niño y vivía en Bombay –Gustadji le explicó–. En el trayecto yo tenía que pasar por un establo, y todas las veces que pasaba al lado, miraba los caballos. –Y entonces Gustadji le describió los caballos que había visto–. Y no pude dejar de fijarme en que esos caballos solían venir e irse, pero que había un caballo viejo que siempre estaba ahí. Sin importar cuán a menudo los demás caballos cambiaran, aquél estaba siempre ahí. Y yo solía fijarme en que, a veces, lo enganchaban en un carruaje, y ese viejo caballo era siempre uno de los dos caballos que tiraban del carruaje. Debido a que era viejo, tendía a ser lento y cansino, pero el caballo más joven, que lo acompañaba, hacía cabriolas y quería ir muy rápido, y el cochero golpeaba al caballo viejo para que anduviera a la par del más joven. Una y otra vez hacían que este caballo viejo estuviera en yunta con uno de los caballos jóvenes, y aunque el caballo viejo estaba bien adiestrado y sabía andar como era debido, el cochero lo maltrataba, le daba latigazos y lo golpeaba para que mantuviera el temerario galope del caballo más joven.

“Yo solía preguntarme por esto cuando era niño: ¿por qué los dueños del establo conservaban al caballo viejo si sólo iban a maltratarlo? Si no creían que se movía con la rapidez necesaria, ¿por qué no se libraban de él y se quedaban solamente con los caballos jóvenes? Después de todo, aparentemente nunca conservaban mucho tiempo a los más jóvenes. ¿Por qué era ése el único caballo que siempre permanecía en el establo mientras los más jóvenes llegaban y se iban? Nunca entendí eso, Baba. No tenía sentido para mí. Si era demasiado viejo, ¿por qué no ponían juntos a dos caballos jóvenes para que tiraran del carruaje? Yo acostumbraba a pasear por los establos todos los días, y todos los días veía eso, y nunca pude entender el porqué.

“Y yo acostumbraba a fijarme en que los caballos jóvenes recibían el mejor trato. Siempre tenían lindas bolsas de pienso, llenas de avena y heno, pero el viejo caballo tenía que alimentarse con cualquier forraje viejo que encontrara en el suelo. Los caballos jóvenes eran siempre bien cuidados y atendidos, pero parecía que nadie se encargaba de cuidar al caballo viejo. Aunque los caballos jóvenes hicieran algo mal, el que recibía los latigazos era el caballo viejo. Y yo veía eso y me preguntaba al respecto.

“Después, cuando envejecí, alguien me lo explicó. El caballo viejo pertenecía al establo. Estaba acostumbrado a preparar a los jóvenes, a adiestrarlos y enseñarles el modo adecuado de ser. Las otras personas, las ricas, enviaban sus caballos a este establo para que los adiestraran. Era por esta razón que estaban bien alimentados y cuidados como era debido. Una vez que aprendían del caballo viejo como debían comportarse, los enviaban de vuelta a sus dueños. He ahí por qué los caballos jóvenes solían llegar e irse, pero el caballo viejo se quedaba siempre.

“Baba, ahora comprendo por qué he tenido que sufrir durante todos estos años. Tú me has hecho esto a mí para que yo adiestrara adecuadamente a todos estos caballos jóvenes. He sido insultado y maltratado para que ellos pudieran aprender.”

Baba se rió. Todos reímos porque Gustadji decía todo esto con muy buen humor. Tenía una capacidad tal que hasta sus quejas hacían aflorar una sonrisa en nuestros labios. Había perfeccionado el arte de entretener a Baba con sus quejas.

Fue así que, un día, cuando Baba volvió a quejarse por no tener dinero, Gustadji le dijo con gestos: 

–Baba, tú dices siempre que no necesitas el dinero. Bueno, tengo un plan, y si lo sigues nunca más tendrás que preocuparte por el dinero.

–¡Oh! –Baba parece estar intrigado de inmediato–. ¿De qué se trata? 

Y entonces Gustadji comienza la siguiente historia. Por supuesto, yo era el único que realmente hablaba, porque miraba los dedos de Gustadji y expresaba en voz alta lo que él estaba “diciendo”.

Y él empieza: 

–Un día había un famoso estafador. No era un simple estafador sino un maestro estafador, y tenía su propio grupo de discípulos que vivían con él y practicaban, bajo su guía, el arte de timar y engañar. Este hombre era tan famoso y conocido que finalmente le resultó imposible obtener dinero donde estaba viviendo. No solamente a él sino también a sus discípulos los conocían bien. Cuando alguien los veía venir, los evitaba porque sabía que, si se involucraba con ellos, de una manera u otra eso terminaría costándole dinero. Hasta los niños, cuando veían venir a uno de los discípulos del estafador, corrían para esconderse. 

«Y esto sucedía no solamente en la aldea en la que ellos vivían, sino también en todas las aldeas del distrito. Cada día obtenían cada vez menos dinero, y era evidente que, si eso seguía así, llegaría un día en el que no podrían obtener dinero alguno y se morirían de hambre. Entonces, un día ese maestro estafador convoca a sus discípulos para conversar con ellos. 

«–He estado pensando en nuestra situación –empieza diciéndoles–, y me parece que es evidente que tenemos que mudarnos a otro lugar. ¿Pero qué sucederá allá? Al final sucederá lo mismo y, después de algunos años, tendremos que mudarnos de nuevo. Podríamos hacer esto. Después de todo, la India es un país grande y simplemente podríamos mudarnos y radicarnos otra vez cada tantos años, pero eso no me resulta atractivo. He pensado mucho sobre esto y les propongo este plan. Si todos ustedes están de acuerdo y se atienen a él, esta vez nos mudaremos y, dentro de pocos meses, no sólo tendremos bastante dinero para vivir el resto de nuestras vidas, sino que nunca deberemos mudarnos de nuevo. ¿Esto no les parece bueno?

«Por supuesto, todos le dijeron que les parecía bueno. 

«–Pero esto no será fácil –les previno el estafador–. Será un trabajo difícil, pero si ustedes confían en mí y me prometen hacer lo que les diga sin hacer preguntas, les prometo que, dentro de unos pocos meses, tendremos más dinero que el que ustedes alguna vez soñaron que sería posible. ¿Qué me dicen?

«Bueno, él era su gurú, su maestro, y le tenían fe, por lo que todos estuvieron de acuerdo. Entonces el maestro les dice: 

«–Todavía nos quedó un poco de dinero de nuestro tesoro, y quiero que me den ahora todos sus ahorros personales. –Ante esto hubo algunos rezongos porque siempre le daban al maestro el dinero que ellos ganaban, él siempre les devolvía un poco de ese dinero y les decía que era de ellos y que nadie tenía derecho a él. Aparentemente, esto iba contra este último principio, pero él les recordó–: Les dije que esto no sería fácil, pero confíen en mí y les garantizo que no lo lamentarán.

«Entonces todos le dan su dinero al maestro, quien les dice: 

«–Ahora, antes de que terminemos muriéndonos de hambre, empezaremos a buscar un nuevo lugar para vivir. Pero recuerden que, dondequiera que vayamos, deberán hacer lo que yo les diga, sin preguntas ni objeciones. Juren que me obedecerán y les prometo que no serán defraudados. –Entonces todos prestaron juramento y emprendieron su viaje.

«Después de viajar durante una semana, ya habían dejado atrás su viejo distrito y estaban ingresando en una región en la que nadie los conocía. Y los discípulos se ponen a mirar las aldeas por las que pasan, y las juzgan en cuanto a que parecen buenos lugares para radicarse. ¿Y cómo las juzgan? Ellos no parecen fijarse si la tierra es fértil ni parecen fijarse cuánta agua hay disponible, ni buscan esas señales que la gente común y corriente busca; en lo que se fijan es en qué clase de oportunidades aparentemente tienen para practicar sus artimañas. Y algunos aldeanos frente a los cuales ellos pasan parecen promisorios, pero su maestro les dice que sigan su marcha.

«Pocas semanas después de esto los hombres empiezan a quejarse. Lentamente se les está acabando el dinero y durante este tiempo no han ganado ni una moneda, y no hay señales de que se vayan a radicar algún día. Pero el maestro les dice: 

«–Confíen en mí. –Finalmente llegan a una pequeña aldea y el maestro les anuncia–: Es aquí donde nos radicaremos.

«Los hombres no pueden creerlo. La aldea no es solamente pobre sino sucede que es particularmente devota y religiosa. El maestro les dice: 

«–Ya está, ahora sólo tenemos que caminar unos pocos kilómetros por el campo para encontrar el sitio perfecto.

«Ninguno de los hombres puede entender de qué les está hablando. ¿El sitio perfecto de qué? Eso no tiene sentido para ellos. Especialmente puesto que ya habían pasado por la que parecía ser una aldea ideal, una colonia reciente y próspera, llena de comerciantes ricos, la clase de lugar en el que a la gente sólo parecía interesarle una cosa: ganar dinero. Y como todos los estafadores lo saben, los que son más fáciles de engañar son aquellos a los que les interesa volverse ricos. Pero ellos han pasado por aquella aldea y solamente cuando llegan a esta aldea pobre y piadosa, el maestro declara que ese será su nuevo hogar.

«Esa noche, después de escoger un sitio alejado unos pocos kilómetros de la aldea, el maestro reúne a sus discípulos y les dice: 

«–Ya falta poco. Ahora lo más importante es que todos hagan exactamente lo que les diga. Quiero que, precisamente aquí, caven un pozo de un metro veinte por un metro veinte.

«Esto no les aclaró más las cosas, pero el maestro siguió asegurándoles que sus días soñados no estaban lejos, así que pasaron la noche cavando el pozo. Al final, cuando lo terminaron, el maestro les dijo: 

«–Ahora vuelvan a poner tierra poco firme dentro del pozo y cubran toda esa zona con una esterilla.

«Algunos discípulos empezaron a sospechar que su maestro se había vuelto loco, pero aparentemente estaba tan seguro de sí mismo que lo obedecieron.

«–Ahora despejen una zona de seis metros por seis metros, y bárranla –les ordenó.

«Otra vez, refunfuñando un poco, hicieron lo que se les dijo. Sin embargo, la orden más asombrosa todavía estaba por venir. Cuando terminaron, el maestro parecía encantado con lo que ellos prepararon y, cuando estaba a punto de amanecer, en lugar de dejarlos dormir, declaró: 

«–Maravilloso. Todos seremos pronto muy ricos. Pero de ahora en adelante, todos ustedes deberán sentarse fuera del cuadrado que acaban de despejar. Cuatro de ustedes se sentarán en cada lado, de cara hacia el centro, y quiero que estén así sentados todo el día.

«–¿Haciendo qué? –le preguntaron. 

«–Precisamente, no haciendo nada. Pero traten de parecer espirituales. 

«–¿Cómo haremos eso? –le preguntaron, con disgusto, los discípulos. 

«–Es fácil –les aseguró el maestro–. Sólo finjan que están constipados. Quédense sentados y en silencio, parezcan preocupados por algo que existe dentro de ustedes, y no presten atención a lo que suceda alrededor. Si se les acerca alguien y les dice algo, no le contesten. No importa lo que sea, no hablen.

«–¿Y tú qué estarás haciendo? –le preguntaron. 

«–Estaré sentado aquí, en el medio.

«Eso les pareció una locura total, pero todos estaban demasiado cansados por lo que habían cavado y, de cualquier manera, les gustaba hacer algo, excepto dormir, y entonces todos se sentaron en sus respectivos lugares y esperaron para ver qué sucedía. Sin embargo, por lo que pudieron contar, no fue mucho lo que sucedió. No habían estado sentados durante mucho tiempo cuando pasaron por ahí unos muchachos que pastoreaban cabras. Por supuesto, ellos se acercaron corriendo para ver qué estaban haciendo aquellos hombres. Pero no estaban haciendo nada, sólo estaban sentados ahí. Los jóvenes les gritaron y preguntaron de dónde eran, pero los hombres no les dijeron nada. De hecho, sin importarles lo que los muchachos les decían, los discípulos no les contestaban, por lo que los jóvenes pronto perdieron su interés y siguieron su camino.

«Un rato después de esto, pasaron por ahí unos labradores que iban hacia sus campos. Como aquellos muchachos, también fueron atraídos por este extraño espectáculo, y se acercaron para investigar. Hicieron preguntas pero, al no recibir respuestas, se alejaron hacia sus campos.

«Y eso fue todo lo que sucedió, excepto que, al promediar el día, algunas esposas de los labradores llegaron trayendo para sus maridos la comida envuelta en un género. Como eran mujeres no se acercaron, pero ciertamente se fijaron de reojo en esos hombres y, ni bien pasaron, empezaron a preguntarse en voz alta quiénes podrían ser.

«Poco rato después, las mujeres regresaron de sus campos, esta vez caminando más lentamente para poder mirar mejor a ese extraño grupo. Y luego, horas más tarde, pasaron por ahí los labriegos y los pastores con sus cabras. Una vez más, unos pocos labriegos trataron de entablar conversación, pero los estafadores se quedaron otra vez sentados allí sin decir nada. Y eso fue todo.

«Sin embargo, el maestro estaba encantado con los sucesos de ese día. 

«–Ahora no nos llevará mucho tiempo –les dijo jactanciosamente. 

«–Eso está bien –replicaron sus discípulos–, porque no podremos continuar mucho más tiempo con esto. Es un trabajo difícil seguir aquí sentados bajo el sol y sin hablar.

«–No se preocupen –les aseguró–. Tal como marchan las cosas, no tendremos que esperar mucho más tiempo. Sólo unos pocos días más.

«–¡Unos pocos días más! Nos volveremos locos estando aquí sentados sin hacer nada todo ese tiempo. ¿Y qué comeremos, y cuándo vamos a dormir? –protestaron los hombres, y empezaron a llover las quejas. Pero el maestro consiguió consolarlos recordándoles cuán ricos serían todos ellos dentro de poco tiempo y cómo después, la molestia de unos pocos días les parecería insignificante para acumular ese tesoro. 

«–Además –agregó–, ¿yo no estoy sentado también aquí?

«Los hombres no tuvieron una respuesta a eso porque, por supuesto, el maestro estaba soportando todo lo que ellos soportaban, de modo que dejaron de rezongar. 

«–Ahora bien, mañana hagan lo mismo –les aconsejó el maestro–. Quédense sentados y en silencio, y traten de parecer espirituales a cualquiera que se acerque. Y no digan nada. Pero si vienen los ancianos de la aldea, entonces señálenme. No importa lo que ellos digan, sólo señálenme y dejen que sea yo quien hable. No digan nada. Y otra cosa: no importa lo que yo diga, no le presten atención. Sólo continúen sentados donde están. ¿Entendido?

«Todos los hombres dijeron que habían entendido, y entonces el maestro llamó a dos de ellos para que se acercaran y les susurró algunas instrucciones. Tendió una mano, la introdujo en la bolsa con dinero que llevaba consigo, la cual contenía todos los recursos del grupo y repartió cierta suma entre los dos, que entonces se levantaron y alejaron dejando a los otros allí sentados.

«Miraron inquisitivamente al maestro, pero esto fue todo lo que él les dijo: 

«–Ahora váyanse a acostar porque tendrán que levantarse mañana temprano y hacer un trabajo difícil antes de que salga el sol. –Pero cuando los hombres trataban de hacerle más preguntas, él no les contestaba. Se limitó a acostarse y prepararse para dormir.

«Ciertamente, pocas horas antes de que saliera el sol, los despertó el ruido sordo de una carreta tirada por bueyes, y se sorprendieron al ver que era conducida por los dos compañeros que la noche anterior se habían ido. Se preguntaron qué podría haber en su interior y de inmediato pensaron que tal vez estaba llena del oro que su maestro les había dicho que pronto sería suyo, y entonces, cansados como estaban, se pusieron de pie y se acercaron corriendo. ¡Imaginen su sorpresa cuando vieron que la carreta tirada por bueyes estaba totalmente llena de garbanzos!

«El maestro les ordenó:

«–Apresúrense, saquen del pozo la tierra poco firme y pongan los garbanzos dentro. Después cúbranlos con unos centímetros de tierra y vuelvan a poner la esterilla encima. Tiren lejos la tierra que sacaron para que no se note. Apresúrense, nuestra fortuna depende de que esto se haga en la oscuridad cuando nadie pueda verlo. –La voz del maestro era tan apremiante que, aunque eso les parecía una locura, se pusieron a trabajar y empezaron a sacar con pala la tierra poco firme del pozo.

«Mientras tanto, el maestro hacía que los otros descargaran la carreta tirada por bueyes y, ni bien estuvo vacía, les dijo a los dos discípulos que se retiraran en seguida y devolvieran la carreta. Entonces él volvió a donde estaban sus hombres y los instó a que siguieran trabajando tan duramente como pudieran. Azuzados constantemente por él, los hombres trabajaron con ahínco y, poco antes del amanecer, habían terminado de echar los últimos garbanzos y estaban poniendo encima los pocos centímetros de tierra.

«El maestro estaba tan entusiasmado por lo que ellos habían realizado que tuvieron la sensación de haber logrado un gran triunfo, pero aún había mucha confusión y muchas dudas en sus cabezas. Sin embargo, no había tiempo para hacer preguntas porque estaba por salir el sol, y ellos sabían que tenían que ocupar sus posiciones y sentarse en silencio durante el resto del día.

«Ese día fue bastante parecido al anterior. Sólo que esta vez, al atardecer un grupo de hombres se acercó a ellos lentamente. Por la manera con la que se comportaban eran los ancianos de la aldea. Avanzaron y empezaron a interrogar a los hombres, pero éstos se negaron a contestar. Se limitaron a quedarse allí sentados. Finalmente, uno de los estafadores señaló al maestro, quien estaba sentado y en silencio en la mitad del cuadrado, en el borde de la estera que tapaba el pozo secreto.»

Fíjense que Gustadji le estaba contando todo esto a Baba. Y de vez en cuando Baba lo interrumpía y gesticulaba: 

–¿Y entonces? ¿Cuándo me vas a decir cómo ganar dinero?

Y Gustadji le contestaba: 

–Baba, espera un minuto, estoy llegando a eso –y entonces continuaba con su larga historia. Es un relato realmente famoso en la India, pero Gustadji lo estaba convirtiendo en una epopeya. Es una lástima que ninguno de ustedes haya tenido la oportunidad de conocer a Gustadji. Algunos de ustedes dicen que soy un buen narrador pero, a decir verdad, creo que parezco una abeja zumbona que emite palabras. Pero Gustadji sabía contar una buena historia. Lo hacía con tanto entusiasmo y con gestos tan vivaces, representándolo a medida que lo hacía, que esa actuación entretenía siempre a Baba. La manera con la que yo cuento la historia es una cosa, pero de la manera en que Gustadji se la contaba a Baba era algo enteramente diferente.

Entonces Gustadji le dice a Baba: 

–Espera solamente un minuto, que ya voy a eso –y luego continúa–: Cuando los ancianos se acercaron al maestro estafador, éste no les dijo nada al principio. Se quedó allí sentado, aparentemente absorto en su propia meditación. Pero, un rato después alzó la vista, sobresaltado, como si tan sólo entonces hubiera notado que alguien le estaba hablando.

«–Perdónenme –les dijo y les hizo un gesto de respeto a los ancianos–. ¿Qué puedo hacer por ustedes? 

«–¿Puedes decirnos quién eres y qué estás haciendo aquí? –replicó uno de los ancianos. 

«–Eso es sencillo. Como tú mismo puedes verlo, somos un simple grupo de mendigos, y no estamos haciendo nada. Sólo estamos aquí sentados, recordando al Señor.

«–¿Pero a qué secta pertenecen? Nunca hemos visto a otros que se parezcan al grupo de ustedes. ¿Y por qué están sentados de esa manera, mirándose unos a otros?

«–No somos una secta, simplemente amamos al Señor y, en cuanto a que estemos sentados de esta manera, bueno… –y vacila, como si no estuviera seguro de divulgar o no la razón. Él parece reflexionar y luego se limita a decirle–: Bueno, digamos simplemente que preferimos sentarnos de esta manera.

«Pero la manera misma con que lo decía evidenciaba que había alguna otra razón para esta particular situación. Sin embargo, a pesar de que hubo más preguntas, era claro que no iba a revelar de qué se trataba. Entonces, después de conversar un poco más, los ancianos se despidieron y, cuando estaban fuera de la vista, el maestro batió palmas, los reunió y, riéndose, les anunció esto: 

«–Compañeros, les digo que esto no demorará mucho. El dinero es casi nuestro –Pero eso es todo lo que les dirá.

«Los siguientes días fueron muy parecidos a estos que habían pasado. Ellos continúan allí sentados sin decir nada, y al anochecer se acercan algunos ancianos para ver si pueden conocer el secreto de que aquéllos estén sentados de esa manera. Pero hay un cambio, y es para los hombres un cambio muy importante y muy bienvenido. Ahora bien, cuando las mujeres van a los campos con la comida para sus esposos, tienden a detenerse un momento y también para dejarles algo de comer, unos pocos rotis (tipo de pan), un poco de arroz mezclado con dal, y a veces incluso verdura cocida. Y los muchachos los convidarán con algunas cuajadas y leche por la mañana cuando se dirigen a los campos con sus manadas.

«Pero no había señales de que los aldeanos fueran a desprenderse de un pastel, y hasta la comida que les daban era ordinaria y no muy abundante. Ahora que sabían lo que el maestro había estado pensando y podían ver que eso no estaba funcionando, se enojaron muchísimo, y esa noche empezaron a quejarse de veras. 

«–Necios –replicó el maestro–. Todo marcha exactamente de acuerdo con mi plan.

«–¿Pero cuál es tu plan? –todos querían saberlo. 

«–¡Ah!, ese es un secreto que no puedo divulgar –El maestro lo admitió, y decepcionados como estaban, no tuvieron otra cosa que hacer que seguir sentados y casi tan curiosos como los aldeanos por ver cómo terminaría eso. Entonces fue formidable su entusiasmo un día, cuando el maestro le susurró a uno de los ancianos: –Ahora hay aquí demasiadas personas, pero vuelve después, esta noche, solo, y te diré por qué estamos aquí.

«Esa noche el anciano regresó solo, y el maestro, después de echar un vistazo en todas las direcciones para asegurarse de que no llegaran a oírlo, le confesó esto: 

«–Estamos aquí para servir al Señor. 

«–Pero eso ya lo sabemos –replicó el anciano. 

«–No, lo que quiero decir es que hemos venido a este sitio, específicamente, para servir al Señor –le explicó el Maestro.

«–¿Pero por qué este sitio?

«El maestro volvió a echar un vistazo alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie en las cercanías y luego replicó en voz baja: 

«–Porque el Señor se aparecerá en este sitio.

«El maestro parecía otra vez renuente, pero finalmente se lo dice tajantemente: 

«–Prométeme no decírselo a nadie más, pero la verdad es que el Señor se me apareció y me dijo que se manifestaría aquí, y por eso nosotros estamos simplemente esperando que nuestro Señor se manifieste.

«–¡Manifestarse aquí! –El anciano no puede creer lo que oye, y tan pronto puede despedirse cortésmente, se aleja de prisa para compartir la noticia con todos los demás en la aldea, aunque se ha comprometido a guardar el secreto.

«Al día siguiente descubrieron que las ofrendas alimenticias eran más generosas y que más aldeanos empezaban a venir para verlos. Ellos tenían siempre una excusa: tenían que ver a un vecino para pedirle prestado un buey, iban a un pozo diferente porque allí había agua más potable, y pasaban por ahí con una excusa u otra para pasar un rato en compañía de los estafadores.

«Esa noche el maestro llamó a uno de sus hombres: 

«–Ahora no nos queda mucho tiempo, de modo que sería mejor que preparáramos la etapa final mientras tengamos todavía privacidad. Los aldeanos estarán merodeando por aquí toda la noche. –Y le dio a su discípulo la bolsa con el dinero y le susurró algunas instrucciones en el oído–. Recuérdalo –le gritó, cuando el discípulo se preparaba para marcharse–, viaja por los senderos menos transitados y quédate en el bosque cuando regreses hasta que sea seguro para ti entrar en nuestro campamento.

«Cuando los estafadores vieron que estaban regalando su último resto de dinero, sus sentimientos se trastocaron. Por un lado, estaban un poco nerviosos porque si este plan no funcionaba no tendrían nada. Pero por el otro lado sabían que el final del plan estaba a la vista y pronto todos podrían ser ricos.

«Al día siguiente, como de costumbre, varios aldeanos encontraron excusas para visitar a los estafadores y, en diferentes horas a lo largo del día, los ancianos llegaban y se sentaban privadamente con el maestro estafador tratando de sonsacarle qué era lo que el Señor había dicho exactamente. El maestro fingía ser muy reacio a hablar sobre eso, y una vez llegó casi a hablarle con brusquedad a un anciano: 

«–¿Cómo puedo sentarme aquí y recordar a mi Señor si todo el tiempo tengo que contestar preguntas? –El anciano quedó bien avergonzado, tributó su respeto y se marchó, reverenciando al estafador más que antes.

«Pero esa noche el maestro le confió a un anciano: 

«–No sé qué hacer. Tal vez puedas ayudarme. El Señor ha venido nuevamente a verme y me ha dicho que pronto se manifestará aquí.

«–¿Qué dices? ¿Pronto? –exclamó el anciano, incapaz de creer en esta buena suerte.

«–Sí, pero aquí está mi problema. Como puedes ver, sólo somos pobres mendigos. –Ante esto, todos los oídos de sus compañeros se pusieron en sintonía, pensando que al final estaban llegando a alguna parte. Y el anciano también pareció percibir esto, pues una curiosa reserva se plasmó de inmediato en sus rasgos. Pero el maestro continuó–: Tampoco queremos dinero alguno, ¿pues de qué le sirve el dinero a nuestro Señor? Él es el rey de la riqueza, de modo que no espera que le ofrezcamos lo que ya es suyo. –El anciano pareció aliviado al escuchar esto, y sus compañeros se sintieron desanimados, pero ambos trataron de ocultar sus verdaderos sentimientos.

«–Lo estuve pensando. Este sitio es indudablemente sagrado porque el Señor ha elegido manifestarse aquí, pero también es más bien árido. ¿No cuadraría que plantáramos algunas flores alrededor de este cuadrado para que fuera un poco más bello para nuestro Señor? ¿No nos corresponde como sus amantes tratar de hacerlo?

«El anciano estuvo de acuerdo en que era una buena idea. 

«–Sin embargo –siguió diciendo el maestro–, no tenemos dinero, semillas ni arbustos con nosotros. ¿Crees que sería posible que algunas personas de la aldea donaran unas pocas flores y arbustos para que nosotros los plantáramos para el Señor? Nosotros los atenderemos, regaremos y cuidaremos por ellos. Pero si pudieran donar un poco de sus campos, casas y jardines estaríamos muy agradecidos.

«El anciano, aliviado porque no le estaba pidiendo dinero, aceptó en seguida y le dijo que regresaría a la aldea y ordenaría personalmente que donaran por lo menos una planta.

«No –le rogó el maestro–, no hagas eso. Esto es para nuestro Señor, de modo que los regalos deben ser regalos, deben darse por amor y no porque le hayas dicho a la gente que lo dé.

«El anciano inclinó su cabeza en señal de sumisión a esta más elevada comprensión de la devoción y se marchó con un nuevo respeto y consideración hacia el maestro que parecía tan excelsamente sensato y devoto en todas las cosas.

«Los aldeanos se entusiasmaron formidablemente al escuchar la noticia de que el Señor pronto se manifestaría allá, y ese día trabajaron muy poco en los campos o en los hogares pues toda la aldea salió a plantar flores y arbustos para crear un parque apropiado para el Señor. Fue con mucha dificultad que el maestro los convenció de que esa noche los dejaran solos. Los aldeanos no querían perder la oportunidad de ver que el Señor se manifestara, y solamente cuando el maestro les prometió que el Señor no se iba a manifestar esa noche, a regañadientes, estuvieron de acuerdo en irse.

«–Por favor –el maestro les suplicó–. El Señor es para todos y ciertamente no tenemos la intención de excluir a nadie, pero él no vendrá por la noche como un ladrón. No se preocupen, y por favor, permítannos tener unas pocas horas para nosotros con el fin de que podamos practicar nuestras devociones privadamente. El Señor me indicó que vendría a verme una vez más antes de manifestarse por completo, y no lo hará si aquí hay un gentío. Entonces, si quieren ver al Señor, váyanse por favor. Todos ustedes serán bienvenidos cuando regresen por la mañana.

«Finalmente todos los aldeanos se fueron y los estafadores suspiraron aliviados porque no era fácil tener que hacerse pasar por espirituales todo el día frente a tantas personas. Pero les gustaban sus nuevos quehaceres de jardineros porque les brindaba un descanso muy bienvenido del quehacer más pesado de seguir estando sentados todo el día.

«–Mañana –les dijo el maestro–, les será más fácil aún a todos ustedes porque ya no tendrán prohibido hablar. –Ante esto estalló un apagado grito de entusiasmo por parte de los compañeros–. Por supuesto –continuó diciendo–, tendrán que pasar el tiempo cantando alabanzas al Señor. –Esto provocó unos gemidos dispersos, pero aun así los compañeros pensaron que cantar bhajans era aún totalmente mejor que guardar silencio, de modo que no se quejaron demasiado. Sin embargo, uno de ellos dijo: 

«–Pero maestro, no veo cómo nuestra vida es de alguna manera diferente de la que sería si nos convirtiéramos realmente en sadhus. Sé que todo esto es simulado, pero nuestra disciplina es muy grande y, sin faltarte el respeto, ¿cuándo va a llegar el dinero?

«–Ten paciencia, ahora estamos muchísimo más cerca.

«Fue precisamente entonces cuando escucharon el chistido de una lechuza proveniente del bosque, y el maestro chistó de vuelta dos veces. El cofrade estafador que había sido despachado con el dinero que les quedaba salió pronto del bosque con un enorme bulto atado en la espalda. Entre susurros el maestro les ordenó que sacaran los pocos centímetros de tierra poco firme que había encima del pozo y excavaran tantos garbanzos como fueran necesarios para hacerle lugar al fardo.

«Cuando algunos hombres se pusieron a trabajar volviendo a cavar en el pozo, los otros ayudaron a desenvolver el enorme fardo, ¿y qué descubrieron dentro sino una imagen tallada en madera del Señor Krishna. 

«–Entiérrenlo de modo que la parte superior esté unos quince centímetros debajo de la superficie –el maestro les indicó–, y luego apisonen la tierra en los bordes del pozo. Déjenla floja solamente encima de la estatua.

«Hicieron esto, alisaron la zona sobre todo el pozo e hicieron que pareciera tan natural como fuera posible. Después plantaron un tulsi (albahaca sagrado originario de India) precisamente detrás de donde la estatua estaba ahora enterrada. ‘Bueno, muchachos, eso es todo. Ahora todos somos ricos,’ declaró el maestro.

«Al día siguiente, cuando los aldeanos se acercaron, se encontraron con que todos los estafadores estaban canturreando a viva voz. El maestro estaba en el medio, dirigiéndolos, batiendo palmas y balanceándose de un lado al otro al compás de la música, como si estuviera absorto en su adoración.

«–¿Qué es esto? –se preguntaban los aldeanos–. ¿Cuál es el motivo de esta repentina celebración?

«–Se debe a que el Señor reveló anoche que ahora no tardará mucho y se manifestará cualquier día de estos.

«Cuando los aldeanos escucharon esto quedaron embargados de devoción y se unieron de todo corazón a los cánticos. Sin embargo, pocas horas después el maestro pareció volver a ser consciente de lo que lo rodeaba y súbitamente dio muestras de estar molesto. 

«–¿Qué es esto? –exclamó–. ¿Nos hemos olvidado de cuidar el jardín del Señor? Debemos regar todas las plantas para que florezcan y estén perfectamente lozanas cuando el Señor venga.

«Los aldeanos corrieron inmediatamente a conseguir agua, y durante todo el día cantaron bhajans y se turnaron regando las plantas, especialmente el tulsi plantado en el centro del cuadrado. Siguieron cantando durante toda la noche, y poco antes del amanecer de la mañana siguiente estalló un enorme grito de asombro desde la muchedumbre congregada porque ahí, precisamente en el centro del cuadrado y frente mismo al tulsi sagrado, pudieron ver lo que parecía una pluma de pavo real que crecía desde el suelo.

«El fervor y la devoción que se desataron fueron sorprendentes ante este asombroso espectáculo. Y de alguna manera, como suceden estas cosas, pareció correrse inmediatamente la voz y no pasó mucho tiempo cuando también empezaron a aparecer los aldeanos de los alrededores. Entonces ya se podía ver claramente que se trataba de la pluma de un pavo real, y más aún, la parte superior de la cabeza del Señor Krishna ahora se había abierto paso hacia arriba, desde la tierra.

«Los aldeanos estaban entusiasmadísimos, postrándose ante el ídolo, cantando y trayendo ofrendas. A medida que el día avanzaba, el ídolo emergía del suelo centímetro tras centímetro hasta que estuvo descubierto casi por completo. Todavía estaba bajo tierra solamente en su base.

«–¡Es un milagro, un milagro! –exclamaban los aldeanos y no había nadie que los contradijera.

«Todos los que llegaban se asombraban ante la manifestación del Señor y se quedaban para adorarlo. Sin embargo, después de un día o dos el fervor inicial se había enfriado bastante pues los aldeanos empezaron a pensar qué significaba todo eso. 

«–No es suficiente que nos prosternemos y hagamos ofrendas –decidieron–. Debemos construir una casa digna del señor.

«–¿Pero qué clase de templo deberíamos construir? –le preguntaron al estafador–. Ahora que el Señor Mismo nos ha bendecido tanto manifestándose cerca de nuestra aldea, no queremos ofenderlo construyendo el tipo de templo equivocado.

«–Eso es cierto –convinieron los demás aldeanos–. Si podemos tener feliz al Señor, nuestra aldea será bendecida permanentemente.

«–Construyan la clase de templo que deseen –les dijo el maestro estafador–. El Señor estará complacido con la devoción de ustedes. Estará complacido con el amor con que le construyan su hogar. –Por supuesto, esto hizo que los aldeanos se sintieran muy felices, e inmediatamente se inició la obra del templo.

«Pero siguió corriéndose la voz sobre la milagrosa manifestación del Señor y empezaron a llegar en peregrinación personas de todas las partes del país. Entre ellas había prósperos comerciantes, abogados y contadores, y por consejo de ellos se decidió que debía fundarse un consorcio para administrar el templo. Naturalmente al maestro estafador y a sus discípulos les preguntaron si considerarían ser los administradores del templo puesto que, después de todo, el Señor se les había aparecido a ellos.

«–No –les contestó el estafador principal–. Nosotros somos simples amantes del Señor. Nada sabemos de administración. Todo lo que pedimos es que se nos permita vivir cerca del templo y que podamos tener libre acceso para adorar a nuestro Señor todas las veces que queramos.

«Estos pedidos fueron concedidos rápidamente, y se acrecentó la fama de los estafadores por su piedad. Pronto les construyeron casas alrededor del templo. Todos los días se preparaba abundante comida para el Señor y ellos participaban de ella como prasad. Y sin tener obligación alguna de cuidar la propiedad o administrar sus asuntos, lograron que una parte importante de las increíbles sumas de dinero que eran ofrendadas se encaminaran a sus bolsillos.

«La predicción del maestro estafador se hizo realidad de esta manera. Los alimentaban, y tenían lindas casas y todo el dinero que querían por el resto de sus días. No solamente eso, sino que, encima de todo eso, los respetaban y reverenciaban como santos.»

–Entonces, Baba –le dijo Gustadji con gestos–, dinos que sí y podremos hacer algo parecido, y entonces nuestros problemas monetarios también tocarán a su fin.

Baba se divirtió mucho con la historia de Gustadji y con la manera que la había contado con tanto sentimiento, pero parece que Baba decidió no considerar este consejo, y tal vez es por ese motivo que Baba, y aquellos que vivimos con él, tuvimos que seguir adelante a pesar de no tener nada.


Kirpal Singh
Parvardigar