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Deshmukh

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Deshmukh

El otro día les conté mi historia de cuando llegué a Baba, y recuerdan que le dije: “Cualquier cosa es posible por tu gracia.” No sé quién mete estas palabras en mi cabeza. Como les dije, yo no soy un aspirante espiritual. No estaba en mi naturaleza salir corriendo a buscar a cada persona con fama de tener alguna jerarquía espiritual. Disfrutaba mucho del mundo como para hacer eso. Prefería los deportes o ir al cine con mis amigos, o comer bien. Como les dije, fui glotón desde muy joven, desde mi infancia. 

La vida en la India era tal que ya desde que aprendíamos a caminar nos contaban las historias de los santos. Escuchábamos historias espirituales, y estaba arraigada en nosotros la idea de que debíamos comportarnos de determinada manera con nuestros mayores, con los que investían autoridad y con aquellos a los que el mundo consideraba personalidades espirituales. Tal vez por este motivo, cuando Baba me preguntó si yo podría quedarme permanentemente con él, le dije impulsivamente; “Cualquier cosa es posible por tu gracia”. 

Pero en el transcurso de los años con Baba, una cosa que aprendí es que cualquier cosa es posible por su gracia. Descubrimos que, con Baba, lo posible se tornaba imposible, pero lo imposible se volvía posible. Ya les he contado sobre la Nueva Vida, y de cómo nosotros pedíamos, a personas totalmente desconocidas, que compraran boletos de tren para un grupo de veinte y, sin vacilar, aquéllas estaban de acuerdo en hacerlo. O le pedíamos a alguien que suministrara comida a nuestro grupo con la condición de que nunca viniera de visita ni tratara de ver precisamente a las personas a las que estaba sirviendo. Y esa persona nos decía que sí.

Algunos, como Kaikobad o el doctor Deshmukh, aceptaban esto como algo común y corriente. Pero no eran personas mundanas. Deshmukh no estaba interesado en cuestiones mundanas aunque había vivido en Inglaterra, se había doctorado en filosofía y era profesor en Nagpur y jefe del departamento de filosofía. Debo decir que era muy inocente. 

¿Se enteraron de cómo el doctor Deshmukh conoció a Baba? Deshmukh vivía en esa época en Inglaterra. Estaba estudiando. Como saben él era un gran filósofo y para sus estudios realizó un postgrado en Inglaterra. Y vio un anuncio sobre la llegada del Shri Sadguru Meher Baba y, como Deshmukh era filósofo, pensó en ir, fue, vio a Baba y se enamoró locamente de él.

Después regresó a la India, su patria, que era también la mía. Yo era un estudiante en esa época. Deshmukh tenía una cátedra en la Facultad Morris y yo concurría a la Facultad de Ciencias. Ahora bien, en esa época no había muchos amantes de Baba. Él debe haber escrito a uno de los mándalis cuando estaba en Inglaterra –tal vez a Chanji– quien le dijo que, cuando estuviera en Nagpur, debería ir a Mary Lodge y que la familia Jessawala le contaría más acerca de Baba. Entonces Deshmukh fue a reunirse con mi madre, y le contó acerca de los planos –ustedes saben cómo son los filósofos– le contó cómo había visto a Baba en el plano sutil y el plano mental, etcétera; no sé qué significa todo eso. Y entonces mi madre le contó sobre las veces que estuvo con Baba, y ambos pasaron un lindo día.

Pero entonces, Deshmukh está allí sentado, alza la vista y ve esta fotografía de Baba. Justo como la que está allí, en la pared, cerca de la silla de Baba, con Baba sentado y con el pañuelo atado en su cabeza. Y Deshmukh se sienta y la mira, pues esa era su costumbre, se abstraía mirando a Baba, y dijo: “Esa foto me gusta muchísimo. ¿Tiene usted una copia de ella?”. Mi madre le dijo que no. En aquellos años, 1931 y 1932, había muy pocas fotos de Baba. “Pero usted se la puede llevar a un fotógrafo y le pueden hacer una copia”. Fue entonces cuando regresé de la facultad y mi madre me dijo: “Eruch, toma esa foto”. Y yo me puse en puntas de pie, bajé la foto, y mi madre me dijo: “Este es el doctor Deshmukh”; yo junté mis manos y lo saludé, y después me dijo que le diera la foto al doctor. Él se puso muy contento, prometió hacerle una copia y devolverla lo más pronto posible, y entonces se retiró.

Uno o dos días después, mi madre recibió un telegrama de Baba, que decía: “¿Por qué me has echado de nuestra casa?”. Mi madre no podía entender qué pasaba. “¿Por qué me echaste de nuestra casa? ¿Qué fue lo que hice?”. Y ella estaba muy trastornada pensando que había hecho algo terrible, pero no podía imaginar qué era. Este telegrama la trastornó y deprimió durante varios días. ¿Por qué Baba decía eso? “¿Cómo es que yo lo eché?” Pero resulta que un día ella estaba sentada en el living –era una sala más grande que esta habitación– y, al notar que había un sitio vacío en la pared, pensó: “Ahí solía haber algo. ¿Qué era?” Y entonces se acordó de la fotografía y pensó: “Tal vez Baba se refiera a esto”. Entonces, cuando volví de la facultad, me dijo: “Eruch, ve a lo del doctor Deshmukh y pídele que te devuelva nuestra fotografía de Baba. Ya sea que haya sacado la copia o no, por favor toma la fotografía y tráela de vuelta”.

Y yo fui. Entretanto Deshmukh había conseguido la copia y me devolvió muy amablemente la foto, y yo se la di a mi madre que la volvió a poner en la pared. Ella todavía la tiene. Desde entonces conservó la fotografía, la cual está ahora colgada en su pequeño dormitorio de Bindra House.

Un día en el que Baba fue a Bindra House como acostumbraba a hacerlo, solía ir allí de visita todas las veces que tenía ganas– miró esa fotografía y luego, volviéndose hacia mi madre, le dijo: “Vamos, entonemos el arti.” Y lo entonamos todos ante la fotografía y, a su término, Baba recibió entonces el darshan de la fotografía, prosternándose. Baba dijo: “Me gusta mucho esta fotografía. Me representa como soy realmente”. Y a continuación mi madre le contó a Baba toda la historia sobre Deshmukh y el telegrama.

Como ustedes saben, fue gracias a Deshmukh que nosotros tenemos los Discursos originales. Él fue quien los recopiló. Era un gran filósofo, pero muy inocente e ingenuo cuando conoció a Baba. Durante sus disertaciones en la universidad, se detenía cada tanto para mirar fijamente el libro que llevaba consigo. Lógicamente, los estudiantes empezaron a preguntarse qué era eso. ¿Qué estaba mirando con tanta atención? Y entonces uno de ellos logró ubicarse a hurtadillas detrás de Deshmukh. La siguiente vez que Deshmukh se detuvo para abrir el libro y mirarlo, el estudiante miró furtivamente sobre su hombro, ¿y qué fue lo que vio? Vio que en el libro estaba la fotografía de un bello rostro de larga y suelta cabellera, y entonces informó a todos que su profesor tenía una novia. Por supuesto, en realidad era una foto de Baba, pero los estudiantes no sabían eso.

 Una vez vino aquí uno de los que fueron alumnos suyos. Era un juez de distrito, ya jubilado; vino aquí y nos contó esta anécdota. Dijo que Deshmukh a veces acostumbraba a llevar a sus alumnos de paseo. Y mientras caminaban, él discurría sobre filosofía. Ahora bien, ese día estaban caminando por el campo y llegaron a una pequeña granja cuya pared estaba embadurnada con panes de bosta. ¿Ustedes han visto eso? Las mujeres de aquí juntan la bosta, la palmotean formando un gran círculo, y después la pegan al lado de una pared para que se seque. Cuando está bien seca, la usan como combustible. De todas formas, esto es algo que se ve corrientemente en la India, y todos lo saben. Deshmukh se detuvo en esta granja, profundamente sumido en sus pensamientos.

Los muchachos miraban sin poder ver allí nada que indujera ese estado contemplativo, por lo que se quedaron parados esperando escuchar qué idea profunda se le había ocurrido a su profesor. Un rato después, Deshmukh regresó de su ensoñación y, volviéndose hacia los muchachos, les dijo: “Me pregunto cómo la vaca pudo haber defecado así sobre esa pared”. Deshmukh era esa clase de persona. Aunque vivía en el mundo, no sólo no era de este mundo sino que ni siquiera parecía estar al tanto de la mayor parte del mundo.

Fue así como un día Baba decidió divertirse un poco con Deshmukh. Deshmukh no vivía con nosotros, pero venía en toda oportunidad que tenía durante sus vacaciones lectivas. Y esta vez, sucedió que vino en abril, en el Día de los Tontos, y Baba decidió por su cuenta hacerle una broma. Alguien le había regalado a Baba una canasta de frutas o algo así, toda ella primorosamente envuelta y atada con una cinta. Entonces Baba me pidió que le alcanzara la canasta y el papel de envolver, la cinta y todo lo demás, pero, en lugar de la fruta, había metido en su interior una roca grande, que luego envolvió para que pareciera un regalo muy lujoso.

Baba nos dijo: “Cuando Deshmukh venga, yo le daré este regalo”. Y todos pensamos que era una buena idea. Aparentemente era una idea divertida, y todos esperamos ansiosamente que él viniera. Era así como nos entreteníamos. No mirábamos televisión ni videos como ustedes lo hacen. No íbamos al cine ni teníamos esos juegos ya hechos para entretenernos, y por eso solíamos divertirnos con una inocente travesura como esa. Por ejemplo, digamos que yo conozco la vehemencia de Aloba en lo que atañe a Irán; entonces yo podría deslizar, en su presencia, un pequeño comentario sobre Irán. Ustedes saben cómo es Aloba. Se pondría hecho una fiera: “¿Qué es eso que dices? ¿Qué es eso sobre Irán?”, y así nos divertíamos.

Entonces llega Deshmukh y saluda muy reverentemente a Baba, se inclina ante él, y luego se sienta a sus pies. Entonces Baba le entrega pomposamente el regalo, y éste lo recibe con una gran reverencia, lo pone a su lado, y después se sienta allí, mirando fijamente a Baba, con adoración. Baba le dice con ademanes: 

–¿No lo vas a abrir?

–Hay mucho tiempo para eso, Baba, después de que te hayas ido al sector de las mujeres –replicó Deshmukh y se quedó allí sentado, mirando fijamente a Baba. Ya ven que, durante todos esos meses que había estado ausente, él anhelaba estar con Baba y ahora que, al final, había tenido la oportunidad de venir, no quería perder un segundo de esa oportunidad mirando cualquier cosa que no fuera el rostro de Baba.

Entonces Baba no sabe qué hacer. Él es Dios, es omnisciente, pero no sabe cómo gastarle su broma a Deshmukh. ¿Dónde estará lo divertido si Deshmukh espera a que Baba se vaya y los mándalis se dispersen? Baba no quiere eso. Entonces me echa un vistazo y me hace un ademán para que yo empiece a provocarlo. 

Le digo:

–Doctor, ¿esta es la manera con la que usted honra el regalo de Baba, ignorándolo por completo?

 –No lo estoy ignorando ¿pero por qué prestar atención al regalo cuando quien lo da está aquí, ante mí? –me contesta.

Entonces los otros mándalis estaban también ansiosos por ver que Deshmukh lo abriera, y empiezan a presionarlo. Pero, aunque enseguida le rogaron que lo abriera, fue inflexible en eso de esperar. Alguien le dijo: 

–¿Doctor, no quiere que veamos qué es?

Entonces Deshmukh dice: 

–Es preciosísimo el mero hecho de que mi Amado me haya recordado. No importa cuál es el regalo.

Entonces noto que aquí está mi oportunidad y le digo: 

–¿Usted está diciendo que no le importa que Baba se haya tomado tanta molestia en elegir algo especialmente para usted? ¿Qué clase de descortesía es esta? ¿Esta es la manera con la que usted honra a su Amado, siendo tan indiferente a sus regalos? –etcétera, etcétera. Escuchen bien; Baba está todo el tiempo acicateándome secretamente y diciéndome con gestos que yo debería incitarlo una y otra vez hasta que, al final, Deshmukh cediera, y para alivio de todos, incluso de Baba, Deshmukh abre el paquete. Todos estamos parados alrededor esperando ansiosamente el momento en que descubra la roca y todos podamos reír. Los ojos de Baba centellean anticipándose a eso. Pero incluso en este caso Deshmukh nos tiene esperando porque desenvuelve muy lentamente el paquete, admirando la cinta, admirando la envoltura, y luego parece que no quiere desenvolverlo. Está tocando nerviosamente el papel y jugueteando con él, pero no avanza con eso para nada, y entonces Baba, desesperado, me señala pidiéndome ayuda, y yo me acerco, rompo el papel y entonces Deshmukh finalmente pone su mano adentro y saca la roca.

¿Pero qué hace? Se inclina ante Baba y podemos ver que por su cara empiezan a deslizarse lágrimas de felicidad cuando exclama: 

–Baba, gracias, he aquí el regalo perfecto.

Todos estamos asombrados. ¿Qué clase de hombre es este? Recibe una roca y dice que es un regalo perfecto. Entonces uno de los mándalis le dice: 

–Doctor, aparentemente parecería que le acaban de dar una roca.

Y Deshmukh contesta: 

–Sí, pero piensa solamente que, si yo hubiera recibido otra cosa, al final ésta se hubiera desgastado, deteriorado o pulverizado, pero éste es un regalo eterno. Baba me ha dado algo que podré conservar siempre, y éste será mi más precioso tesoro de aquí en adelante –y una vez que dice esto, se pone la piedra sobre la cabeza y empieza a bailar extasiado.

¿Qué podemos decir ante esto? Lo único que Baba quería era que nos divirtiéramos a expensas de Deshmukh, pero el amor de éste era tan grande que él chiste se volvió en nuestra contra.

Sin embargo, Deshmukh tenía un lado flaco. Era muy tacaño en cuestión de dinero. Su amor a Baba era incuestionable, pero por alguna razón no podía soportar desprenderse de su dinero. Deshmukh venía de Nagpur, y Nagpur era famoso por sus naranjas, al menos lo era en aquellos días. Pero cuando Deshmukh venía, le traía a Baba de regalo las naranjas más chicas y duras que ustedes hayan visto alguna vez. Iba al mercado, escogía las mejores naranjas y preguntaba el precio. Y supongamos que le dijeran que la bolsa costaba seis rupias. Entonces Deshmukh vacilaba y decía: “¿Tanto? ¿No puede darme algo más barato?”. Y el vendedor le señalaba algunas naranjas que no eran tan grandes ni tan jugosas, pidiéndole solamente cinco rupias por ellas, pero aun así Deshmukh vacilaba, y regateaba y discutía el precio hasta que conseguía naranjas que, de naranjas, sólo tenían el nombre.

Y Baba disfrutaba esta excentricidad de Deshmukh y aparentaba estar muy impresionado por el regalo y se preguntaba en voz alta cuánto debía haberle costado éste a Deshmukh y cuán grande era su amor como para gastar esa suma de buena gana.

Era una broma que todos disfrutábamos, pero Deshmukh nunca parecía darse cuenta de lo que sucedía. Recuerdo la vez en la que Baba estaba dando darshan y hacía un tiempo que no visitaba Nagpur; entonces los amantes de Nagpur le estaban pidiendo que fuera a bendecirlos con su presencia. Si lo recuerdo correctamente, Baba había estado de acuerdo en visitar Delhi, y ahora sus amantes de Nagpur le estaban pidiendo que extendiera su itinerario y visitara Nagpur. Baba aceptó sonriendo y dijo: 

–Iré, pero sólo con la condición de que Deshmukh esté de acuerdo en pagar los gastos por mí y por los mándalis desde Delhi hasta Nagpur.

Deshmukh quedó desconcertado.

–Baba, ¿qué dirá mi esposa? –tartamudeó–. Tendré que consultarla –y empezó a poner una excusa tras otra. 

Entretanto, los otros amantes de Nagpur le gritaban: 

–Di solamente que sí, nosotros pagaremos el viaje, no te preocupes, no te costará un centavo, di solamente que sí –pero Deshmukh se espantó tanto de solo pensar en eso que se negó a comprometerse, y entonces la visita a Nagpur se postergó.

Por supuesto, en primer lugar era esto lo que Baba quería, pero de esta manera eso nos hizo reír mucho a todos. Pero en realidad, el amor que Deshmukh le tenía a Baba era maravilloso. Tal vez parezca que nos divertíamos a expensas de él, pero no es así. Era todo un personaje, nosotros disfrutábamos sus excentricidades, y Baba también las disfrutaba, pero eso no tenía nada que ver con el gran amor que Deshmukh le tenía. Y eso es lo que realmente importa y en qué medida se hacía querer por Baba.

Ustedes saben que había muchos personajes entre los mándalis –me incluyo en esta categoría de manera muy destacada– y a veces nos fastidiábamos unos a otros. En ocasiones había entre nosotros aquellos que no parecían enteramente escrupulosos. De hecho, a algunos que estuvieron un tiempo con Baba, éste les pidió finalmente que se fueran. Pero incluso entonces, en pocos casos, Baba nos recordaba el trabajo que aquellos habían hecho para él. Recuerdo una reunión que Baba celebró en Meherabad. Creo que fue poco antes de la Nueva Vida, y Baba por sí solo nos llamó la atención sobre dos hombres que estuvieron viviendo con nosotros. Baba nos dijo: “Sé que, si hubiera sido por ustedes, –refiriéndose a los mándalis– a estos dos los hubieran echado, pero ninguno de ustedes conoce el trabajo que han hecho para mí, y que sólo ellos pudieron hacer”.

Y esto es verdad. No podemos juzgar el amor que otro siente por Baba ni tener idea alguna de cómo Baba podría utilizar la debilidad de esa persona para su causa. Esto se aparta un poco del tema, pero el hecho de hablar sobre Nagpur y sobre no poder juzgar a otra persona, me hace acordar de un devoto de Baba, oriundo de Nagpur. Al menos este hombre se proclamaba devoto de Baba, aunque todos los que lo conocíamos sabíamos que esto era estirar un poco la verdad, pues yo diría que era un sinvergüenza y un bribón. Siempre que estaba en su casa no pensaba en Baba para nada. En pocas palabras, aparentemente pensaba las cosas que él vacilaría en pensar en presencia de Baba, fingía ser muy piadoso y trataba de hacer creer que era un gran devoto del Señor.

Ahora bien, yo sabía todo esto. Escuchaba historias sobre este hombre de gente a la que yo conocía. Después de todo, era oriundo de nuestro pueblo natal, e incluso yo había tenido algunas experiencias directas con él, por lo que no me embaucaba, pero parecía hacerlo con Baba. Todas las veces que este hombre venía, Baba daba muestras de estimarlo mucho, lo elogiaba ante nosotros, y lo ponía como ejemplo de lo que sus amantes debían parecer, lo hacía sentar siempre a sus pies, le palmeaba la espalda, le tocaba el mentón y actuaba como si este hombre fuera sumamente precioso para él.

Finalmente, un día no pude aguantar eso. Ustedes saben que tengo un carácter fuerte, y una vez que el hombre se marchó, le dije bruscamente a Baba que ese hombre era un hipócrita, que Baba no debería aceptar sus piadosos modales, que yo conocía bien a ese hombre y sabía que era un sinvergüenza.

Baba se volvió inmediatamente hacia mí y pude ver que estaba muy disgustado por lo que yo había dicho. 

–¡Parece que tú sabes más que yo! –me dijo Baba con gestos, y luego agregó con gran autoridad– No conoces para nada a ese hombre.

Entonces Baba sostuvo su mano frente a la pared para proyectar una sombra y me preguntó: 

–¿Qué ves?

–Veo la sombra de Tu mano en la pared –le dije.

Baba continuó diciendo: 

–Eso es lo que tú ves, sólo ves la sombra del hombre, pero yo veo directamente dentro de su corazón, y te digo que él es un gran devoto mío.

¿Qué podía decir yo? Me di cuenta de que eso era verdad: que yo no conocía a ese hombre, y no podía presumir que lo conocía como Baba lo conocía, por lo que me quedé callado. Y con el paso de los años aquel hombre cambió. Hasta que, con sólo juzgar su comportamiento, cualquiera que lo miraba decía: sí, realmente él ama muchísimo a Baba. Pero nunca he olvidado la lección que Baba me dio ese día: la de no juzgar a nadie porque no podemos ver su corazón. Solamente Baba conoce el verdadero valor de una persona.


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