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Ginde

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Baba tiene su manera de atraer a sus amantes. Los médicos son un excelente ejemplo. Y puedo decir que el doctor Ginde es un notorio ejemplo de esto. Baba estaba sufriendo en su cara un dolor insoportable. Tenía lo que se denomina neuralgia del trigémino. Nuestro Feramji, que murió precisamente en junio pasado, también sufría eso y el dolor era tan intenso que solía salir de su habitación y golpearse la cabeza contra las columnas del balcón para aliviarse un poco. Baba no había podido comer durante varios días debido al dolor, y lógicamente todos nosotros estábamos preocupados por su salud. Nariman estaba viviendo en ese entonces en Bombay, y se puso en contacto con el doctor Ram Ginde.

En esa época el doctor Ginde era el principal neurólogo del país y un médico famoso, y Nariman fue al Hospital de Playa Candy para ver si el doctor Ginde viajaría a Ahmednagar para examinar a Baba, porque sabíamos que Baba no iría a Bombay para ser tratado. En un sentido la solicitud era absurda: esperar que un personaje tan famoso y ocupado viajara directamente hasta Ahmednagar; pero por supuesto, cuando se trataba de Baba, no había tarea que Nariman no emprendiera.

¿Cómo podré explicarles esto a todos ustedes? No se trataba de que no fuéramos conscientes de cuán absurdas eran algunas cosas que le pedíamos a la gente que hiciera: nosotros éramos personas inteligentes, Nariman era un hombre de mundo, y sabía muy bien con qué gente importante tenía que manejarse, pero en torno de Baba había una atmósfera de libertad. Baba era el Emperador, el mundo entero era Suyo, cada uno que estaba en el mundo era uno de Sus vasallos, de modo que no nos importaba si el mundo pensaba que éste era grande o aquel otro era una persona muy importante, o que este fuera un Maharajá: para nosotros ellos eran todos iguales. Nosotros estábamos en el mundo pero verdaderamente no le pertenecíamos. Éramos hombres libres que habíamos optado por convertirnos en esclavos de Él, y convirtiéndonos en Sus esclavos, nos librábamos totalmente de esclavizarnos con los valores de la gente mundana. Entonces Nariman no vaciló un segundo en ir a pedirle a este neurocirujano famoso que examinara a Baba.

Me acuerdo de Nariman contándonos esto después. Fue divertida la manera con que lo describió. En lugar de tener una entrevista con el doctor Ginde en su consultorio, como Nariman lo esperaba, se encontró con que el doctor Ginde estaba demasiado ocupado para eso. Nariman terminó siguiendo a Ginde por el hospital cuando éste hacía sus recorridas, conversando con él entre los pacientes. El doctor Ginde fue muy terminante y casi descortés, pero era precisamente porque no tenía tiempo para detalles sociales. De modo que Nariman anduvo detrás de él y le explicó la situación, y Ginde aceptó ir. El doctor nunca se había encontrado antes de eso con Baba y, por supuesto, al principio quiso que Baba fuera a verlo a Bombay, pero Nariman le dijo que Baba no podía ir a Bombay y que Ginde tendría que ir a Ahmednagar. “¿Cómo?”, le preguntó Ginde. Nariman le dijo que conseguiría un auto y un chofer y lo pondría a su disposición, y finalmente Ginde estuvo de acuerdo.

Fijaron determinada fecha, y ese día el auto con el doctor Ginde llegó a Meherazad y yo fui a recibirlo. Tan pronto bajó del auto me dijo muy secamente:

–¿Tiene un lugar para hacer pis?

–¿Qué? –le dije un poco desconcertado. Y la pregunta me sorprendió porque en aquel tiempo yo solía hacer pis en cualquier sitio que quisiera. No teníamos las letrinas de ahora. Aquí había muy pocos edificios y estábamos completamente rodeados de campos, de modo que siempre que teníamos que aliviar nuestras vejigas, rumbeábamos hacia uno de los campos e íbamos a hacerlo. Entonces le dije al doctor Ginde: 

–Sí, precisamente en este campo. 

Ginde se encaminó hacia el terreno en el que ahora está el rosedal de Falu, y yo le mostré la canilla y el jabón, y él me dijo: 

–¿Sabe usted lavarse las manos? 

No recuerdo qué le contesté, pero él siguió diciendo: 

–La mayoría no tiene idea de cómo usar apropiadamente el jabón para lavarse las manos. No se trata sólo de fregarse un poco con jabón y después lavarse enseguida –y estuvo todo el tiempo diciendo que se fregaba las manos con jabón, haciendo mucha espuma. Y me dio una conferencia sobre el modo adecuado con que debíamos lavarnos las manos. Ahora no me acuerdo, pero tenía algo que ver con hacer mucha espuma y dejar que las burbujas del jabón permanecieran un rato en las manos para que el agente catalítico tuviera tiempo para operar, y que era la reacción causada por este agente la que realmente limpiaba las manos.

No recuerdo exactamente lo que me dijo, pero nunca olvidaré la manera con que inmediatamente empezó a darme una lección sobre el modo adecuado de lavarse las manos. Parecía un general de ejército dando órdenes a sus tropas y mostrándoles cómo debían hacer esto o aquello. Después de ponerse en contacto con Baba, él se convirtió en una persona completamente diferente, pero al comienzo fue con nosotros de esta manera: muy cortante y seco. Entretanto la doctora Goher había venido a decirle al doctor Ginde que podía ver a Baba. Entonces la doctora Goher lo condujo hasta la habitación de Baba, y Ginde inició su examen y diagnosticó rápidamente que el problema era una neuralgia del trigémino.

–Puedo darle algún medicamento para el dolor, pero no puedo hacer nada más –dijo Ginde.

–¿No hay cura? –preguntó Baba.

–Sí, hay una cura, pero es peor que la enfermedad.

–¿Cuál es la cura? –le preguntó Baba.

–Puedo aplicarle una inyección que aliviará el dolor en un instante, pero no la recomiendo.

Tan pronto Baba escuchó esto, quiso que le aplicara la inyección, diciendo que el dolor era intolerable, pero Ginde siguió insistiendo en que no podía recomendarla. Recuerdo que, en un momento dado, Ginde dijo: 

–Si mi propio padre estuviera sufriendo así como usted, no recomendaría que se la aplicaran.

Pero Baba no se desanimaba, por lo que finalmente Ginde le dijo: 

–Está bien, si usted quiere que se le haga eso, habrá que llevarlo al hospital.

–¿Al hospital? –Baba frunció el ceño para mostrar que esa idea no le gustaba–. ¿Por qué no hacerlo aquí?

–Pero Baba, es una operación delicada. Hay que hacerla en un hospital –le dijo el doctor Ginde.

–Hágala aquí –le dijo Baba con un ademán.

–Baba, es imposible. En primer lugar, la habitación debe estar completamente desinfectada y…

Baba se dirigió a la doctora Goher: 

–¿No puedes desinfectar la habitación?

–Sí, Baba. Podemos hacerlo, y mientras tanto el doctor Ginde puede desayunar un poco. Para cuando él termine, tendremos aquí todo preparado.

–No, no es posible. Es una operación muy delicada, complicada y difícil. Se necesita un monitor especial para tomar las medidas necesarias.

Y Ginde le explicó que había que insertar una aguja en el cerebro a través de la sien. Había que tomar las medidas más exactas para saber dónde introducir la aguja y cuán profundamente ubicarla para que se sitúe en el extremo mismo del nervio trigémino. Después se descarga una gota de alcohol en el nervio y se lo amortigua para que no haya dolor.

–Hágalo –le dijo Baba con un ademán.

–Pero Baba, aunque yo pudiera hacerlo aquí, lo cual no puedo, no lo recomiendo. El dolor cesará, pero todo ese lado de su cara quedará insensibilizado y dormido permanentemente. No podrá sentir ninguna de las sensaciones normales como el calor y el frío. Es mejor vivir con dolor, el cual es solamente periódico, que la pérdida de las sensaciones, la cual será permanente. Esa mitad de su cara quedará insensible –creo que era el lado derecho de la cara–. Usted no sentirá sus lágrimas, babeará y el ojo le quedará entornado. Es mejor vivir con dolor, el cual es intermitente. Le recetaré algún medicamento para hacer que eso sea más tolerable. 

Sepan que el doctor Ginde ya sentía aprecio por Baba. No quería ver que Baba tuviera ese aspecto. Por ese motivo le había suplicado que, aunque se tratara de su propio padre, él no querría eso.

Baba se mantuvo inflexible: 

–No, quiero que usted efectúe esa operación. Me haré totalmente responsable de ella –le indicó.

–Pero Baba, sin un monitor no es posible tomar las medidas exactas. No hay manera de saber si la aguja está en la posición correcta.

–He oído que usted es el mejor neurocirujano del país, ¿y no puede tomar las medidas adecuadamente sin un monitor? –le dijo Baba con gestos.

–Eso tiene que ser exacto, Baba. No queremos desconectar el nervio equivocado.

–Pero seguramente, con su experiencia, usted podrá tomar las medidas.

Ustedes advierten cómo fue el giro de la conversación. Baba empezó a jugar con el orgullo del doctor Ginde. Por así decirlo, adulándolo y recalcando cuán hábil se lo consideraba. Y aunque se suponía que Baba era el paciente, vean cómo es quien dirige al médico en la conversación. Baba lo conduce todo.

El doctor Ginde admitió que podía tomar las medidas sin el monitor: 

–¿Pero cómo podré efectuar la operación aquí? Usted tendrá que ser anestesiado.

–¿Por qué?

–Baba, usted no deberá moverse. Se trata de una operación muy delicada. El más leve movimiento de su cabeza podría tener como resultado que yo alcance al nervio equivocado.

–Estaré sentado muy quieto. No me moveré.

–Pero tengo que introducirle la aguja precisamente en la profundidad correcta y luego descargar una gota de alcohol. ¿Cómo sabré si he hallado el sitio correcto y cómo sabré si el dolor ha menguado?

–Levantaré un dedo.

–¿Cómo? –le preguntó Ginde

Y Baba gesticuló: 

–Haré esto –y le mostró cómo levantaría su dedo sin mover para nada la cabeza.

–¿Pero será usted capaz de soportar el dolor sin moverse para nada?

–Lo soportaré.

–No deberá sacudir la cabeza para nada.

–No la sacudiré.

Y Baba le indicó esto con tanta calma y autoridad que el doctor Ginde lo creyó y finalmente se persuadió de que podía efectuar la operación aquí.

Baba fue a tomar su desayuno, que las mujeres le hicieron llegar mientras la doctora Goher supervisaba la higiene de la habitación de Baba. Ella la convirtió en un quirófano. Y cuando estuvo lista, el doctor Ginde volvió a entrar y empezó a tomar las medidas más exactas de la cabeza y de la frente de Baba. Pasó largo tiempo tomando medidas desde todos los ángulos valiéndose de calibradores. Finalmente estuvo preparado e insertó una gran aguja en la cabeza de Baba, aquí, en la sien. Se podía oír cómo la aguja perforaba el cráneo de Baba: se la puede denominar un clavo largo y delgado, no una aguja. Según recuerdo, dentro de ésta había otra aguja, con una gota de alcohol puro. El doctor Ginde insertó esta aguja en el orificio efectuado con la aguja más grande.

–En el momento en que usted sienta alivio, levante su dedo –el doctor Ginde le indicó a Baba. Baba permaneció absolutamente inmóvil. Y cuando el doctor encontró el sitio correcto y descargó el alcohol, Baba levantó su dedo así, sin moverse para nada.

El doctor Ginde retiró la aguja y luego le vendó la sien. Baba estaba muy contento porque el dolor había desaparecido por completo, y el doctor Ginde estaba muy contento y ufano porque, a decir verdad, la operación no debía haberse hecho así y se requería mucha habilidad de parte del doctor para poder efectuarla.

Ginde le pidió a Baba que caminara. Quería ver si su equilibrio había sido afectado, pero aún recuerdo esa imagen: Baba le dio la mano a Ginde y ambos, tomados de las manos, se pasearon por la habitación. Baba se volvió hacia la doctora Goher y le dijo con gestos que debían darle al doctor algo de comer.

–Tráiganle un poco de arroz con dal –ordenó Baba, y cuando llegó la comida, Baba personalmente le sirvió el primer bocado.

Ginde le dijo: 

–Pero Baba, usted no ha comido desde hace unos días, sería mejor que comiera un poco –y Ginde trató de persuadir a Baba para que comiera. 

–Estoy muy feliz –declaró Baba.

–Pero yo no –le contestó Ginde.

–¿Por qué no?

–No está bien, Baba. No debía haberlo hecho 

Estaba contento porque el dolor había desaparecido, pero estaba triste porque un lado de la cara de Baba quedaría ahora permanentemente insensible.

Pero, como de costumbre, Ginde estaba apurado y quería marcharse ya, ahora que la operación había terminado. Y el auto se alejó un minuto o dos después. Estaba en el extremo de la entrada, o se puede decir que en lo alto de la colina, cuando el dolor volvió. Baba nos dijo que llamáramos inmediatamente por teléfono a Adi, que estaba en Ahmednagar y le dijéramos que detuviera el auto del doctor Ginde y le contara la novedad de que el dolor había vuelto. Entonces lo hicimos. Aquí no teníamos teléfono, pero bajamos en bicicleta hasta la estación de bombeo de agua, llamamos a Adi y le dijimos que detuviera el auto cuando atravesara el pueblo. Y Adi lo detuvo.

–¿Qué ocurre? –le preguntó Ginde.

–Acabo de recibir una llamada telefónica –le dijo Adi–, el dolor ha vuelto. ¿Qué deberíamos hacer ahora?

Ginde replicó: 

–Dígale a Baba que estoy muy contento al oír que el dolor ha regresado.

Y es así como el doctor Ginde fue atrapado. Es como si Baba hubiese sufrido ese intolerable dolor neurálgico solamente para tener la excusa de atraer al doctor Ginde. Y una vez establecido el contacto, que era lo importante, el dolor volvió y la cara de Baba no se vio afectada. Y Baba también dejó de quejarse del dolor.

En los años que siguieron, el doctor Ginde vio muchas veces a Baba, pero no como médico, y llegó a amarlo muy profundamente. Ustedes saben que, precisamente al final, el 31 de enero, el doctor Ginde fue la última persona que Baba recordó. Había llamado y dado instrucciones al doctor Ginde para que fuera a verlo a Meherazad antes del mediodía del 31, y durante toda esa mañana Baba preguntaba si el doctor Ginde ya había llegado. Finalmente, antes del mediodía, Baba nos dijo que llamáramos a Adi y le dijéramos que, ni bien llegara el doctor Ginde, deberían traerlo en seguida a Meherazad sin darle té o refrescos primeramente.

Y Ginde llegó poco después de que Baba abandonara su cuerpo. Pero ustedes conocen esa historia, ¿no es cierto? ¿Y saben por qué Ginde llegó tarde? Como les conté, él era un hombre muy ocupado. Estaba siempre apurado, de modo que cuando venía a visitar a Baba, viajaba desde Bombay, pasaba unas pocas horas con Baba y luego regresaba de prisa a Bombay. Pero durante todo el trayecto hasta aquí le indicaba a su chofer que acelerara.  “¿No puedes ir más rápido? ¿Por qué estás tardando tanto? No pierdas tiempo.” E indicaba al chofer que pasara a los autos sin prestar atención a si las condiciones de la carretera lo permitían.  Él solía aterrorizar a su esposa, y ella se quejaba con Baba: “¡Con cuánta frecuencia le he estado diciendo que no moleste al chofer cuando éste maneja, pero no me escucha! Pero si tú se lo dijeras, Baba, él te escucharía”.

Baba estuvo de acuerdo y le dijo al doctor Ginde que, de ahí en adelante, le estaba vedado decirle algo a su chofer. Tenía que dejar que su chofer manejara a la velocidad que quisiera, sin insistirle en que tratara de pasar a todos los vehículos en el camino. Esto no le gustó al doctor Ginde, pero amaba tanto a Baba que lo obedeció. Pero veamos ahora cómo fueron las cosas. El 31 Baba lo había llamado para que fuera a Meherazad, y le había recalcado que, a más tardar, debía estar ahí a las doce del mediodía. Entonces el doctor Ginde salió a la mañana temprano, con tiempo de sobra. Pero por alguna razón su chofer manejó incluso más lentamente que de costumbre. Por supuesto, el doctor Ginde no estaba al tanto del estado crítico de Baba, pero estaba fuera de sí y sin embargo no podía decirle ni una sola palabra a su chofer. Y luego, para empeorar las cosas, el chofer se aparta repentinamente a un costado del camino y baja del auto. El doctor Ginde pensó que iba a orinar o hacer algo por el estilo, pero el chofer se quedó parado allí durante un rato, descansando, y el doctor Ginde, obligado a obedecer a Su señor, tuvo que permanecer en silencio. Y fue por este motivo que llegó tarde. Llegó a la oficina de Adi justo a tiempo para enterarse de que Baba había abandonado el cuerpo. Fue tan grande el shock que ahí mismo, en la oficina de Adi, tuvo un ataque cardíaco.

Sin embargo, sólo un minuto después, él y Adi viajaron hasta Meherazad y pudo darle su último adiós a Baba. 

–¿Dónde estaba usted? –le preguntamos–. Baba quería que usted estuviera a las doce y seguía preguntando por usted.

Y pobre Ginde, no fue por su culpa que llegó tarde, ¡pero cómo se debía sentir! Ya les conté, el shock fue tan grande que tuvo un ataque cardíaco ni bien llegó y se enteró de la noticia.

Pero después se quedó y estuvo con nosotros mientras el cuerpo de Baba yacía en la cripta de Meherabad. Fue el doctor Ginde quien nos instó a enterrar el cuerpo de Baba. Nosotros no habíamos planeado tener el cuerpo de Baba durante siete días en el Samadhi. No teníamos ningún plan. No podíamos anticiparnos en ese sentido. Sencillamente estábamos cumpliendo las órdenes de Baba. Llevamos el cuerpo de Baba a la cripta de Meherabad porque él nos había dicho a todos lo importante que era que pusieran allí su cuerpo después de que lo abandonara. Y pusimos el “Begin the Beguine” (canción compuesta por Cole Porter) porque Baba nos dijo también que hiciéramos eso. Pero no teníamos idea de que vendrían tantos amantes a rendirle su último homenaje y ver su rostro por última vez. ¿Y con tantos amantes que venían, y de lejanos lugares, cómo podíamos privarlos de su último darshan? Nosotros no podíamos hacerlo, y entonces conseguimos barras de hielo con las que rodeamos el cuerpo de Baba.

Aun así, el doctor Ginde estaba trastornado. 

–Eruch –me decía–, Baba es Dios, pero su cuerpo es humano. Se descompondrá como cualquier otro cuerpo; debes enterrarlo. 

Ya lo ven: Ginde tenía miedo de que el cuerpo de Baba se hinchara y reventara. 

–No puedes conservar su cuerpo indefinidamente. Este es un clima del desierto, y deben enterrarlo lo más pronto posible.

Y nosotros le decíamos que lo haríamos tan pronto hubiera un primer indicio de que el cuerpo de Baba empezaba a deteriorarse, pero pasaban los días y todavía no habíamos enterrado el cuerpo y el doctor Ginde no pudo soportarlo más y decidió regresar a Bombay. Pero antes de irse le pidió a Don Stevens, que estaba allí, que fuera a verlo a Bombay en su viaje de regreso a los Estados Unidos para que le contara exactamente lo que había ocurrido durante los pocos días siguientes.

Como ustedes saben, el cuerpo de Baba se conservó incorrupto durante siete días corridos. Pero una semana después se decidió que ya era hora de enterrar el cuerpo de Baba y entonces, el 7 de febrero, día de su cumpleaños según el calendario zoroastriano, se retiró el hielo y el cuerpo de Baba fue tapado por completo. Habían fabricado un ataúd con tapa, al que cubrieron con tierra y luego con una tela encima. La lápida de mármol no se instaló hasta un tiempo después.

Don Stevens se fue y regresó a los Estados Unidos. Pero recordó el pedido del doctor Ginde y fue a visitarlo. Fue al departamento del doctor y abrió sus brazos para abrazarlo, pero quedó totalmente atónito y sorprendido cuando el doctor Ginde se prosternó y reclinó su cabeza en los zapatos de Don. Don no supo qué decir, pues esto lo desconcertó. Ahí estaba ese hombre, ese médico famoso, postrado a sus pies, quitando el polvo de los zapatos de Don y poniéndolo sobre su cabeza. 

–Acabas de llegar de Meherabad –le explicó Ginde –, de modo que el polvo de tus zapatos es sagrado.

He ahí en qué medida este famoso neurocirujano llegó a amar a Meher Baba como el Señor. El doctor Ram Ginde fue verdaderamente un gran amante.

Y para atrapar a este amante Baba utilizó la excusa de la neuralgia del trigémino. Creo que, en una u otra época, el cuerpo de Baba sufrió alguna dolencia. Y en cada una de ellas buscábamos a un especialista diferente, y cualquier que viniera a ver a Baba, terminaba entregándose a su amor. El Avatar sufre, pero sus amantes son atraídos hacia él. Y mediante nuestro sufrimiento por él, no por nosotros mismos, nuestro amor a él se acrecienta. Y cuanto más lo amamos, más sentimos que no lo amamos y más sufrimos por él, hasta que ese amor y ese sufrimiento cobran tal altura que el Amado se enamora de su amante y el juego termina. El Amado se convierte en el amante y el amante se convierte en el Amado. Esto se llama realización.


Einstein
Gustadji