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El episodio de Guruprasad

El episodio de Guruprasad

El episodio de Guruprasad

Hablando de Guruprasad, nunca olvidaré algo que ocurrió el último verano que fuimos allá. Era 1968 y Baba no estaba viendo a nadie. Desde 1965 en adelante Baba siguió yendo cada verano a Pune durante tres meses, pero eran cada vez menos las personas que tenían permitido verlo. Y ese último verano se suponía que nadie vendría a verle. Por supuesto, quienes vivíamos con Baba lo veíamos, aunque podría decirse que había veces en las que Baba “se recluía dentro de su propia reclusión”, y ni siquiera nosotros lo podíamos ver. Esto ocurría cuando Baba se absorbía en su trabajo universal.

¿Cómo podré explicar esto? Había diferentes niveles en la reclusión de Baba. A veces Baba estaba “en reclusión”, pero estaba con nosotros e incluso a veces permitía que alguien de afuera lo viera. Estas eran etapas generales de reclusión, en las que Baba salía para estar con la gente. A veces estaba “en reclusión”, lo cual significaba que a los de afuera no se les permitía verlo, pero con nosotros era casi como en cualquier otra época. Baba se sentaba con nosotros, jugaba a las cartas con nosotros y bromeaba con nosotros. No había tanta diferencia respecto de lo habitual. Luego nuevamente había etapas de reclusión durante las cuales Baba nombraba a uno o dos de los mándalis para que atendieran sus necesidades personales, y se suponía que ninguno del resto de nosotros debía verlo o molestarlo bajo cualquier circunstancia. 

En la época de la que estoy hablando se nos permitía estar con Baba como de costumbre, pero se suponía que nadie que no viviera allí podría verlo. Baba era muy estricto en esto, y si venían personas a verlo, teníamos que echarlas. Por supuesto, casi todos los amantes de Baba sabían que no deseaba verlos ese verano de 1968 como venía sucediendo más o menos durante varios años en ese sitio. Ellos esperaban pacientemente que Baba los llamara y él les seguía prometiendo que muy pronto lo haría. Ya se estaban delineando, en 1968, los planes para el programa de darshan de la primavera de 1969, pues en el último año Baba había anticipado que su reclusión terminaría pronto y que estaría dando darshan a sus amantes cuando eso sucediera. La fecha del esperado programa de darshan siguió sufriendo modificaciones, postergándose, pero al final se aclaró que sería en marzo o abril de 1969.  

Sin embargo, todo esto es sólo el marco de mi anécdota, pues ahora no nos interesa el programa de darshan de 1969. Lo único que nos interesa es la permanencia de Baba en Guruprasad durante el verano de 1968. Yo acostumbraba a estar en un extremo de la galería, que era mi “oficina”, y solía sentarme allí y trabajar con la correspondencia y con otras obligaciones cuando no estaba con Baba. Guruprasad era un enorme palacio y tenía una galería sobre dos costados. Yo estaba en un extremo, y la habitación de Baba se hallaba cerca de la esquina cerca del otro extremo. Desde donde yo estaba sentado no podía ver la habitación de Baba, pero sí el camino de acceso que conducía hasta Guruprasad, de modo que podía ver si alguien venía. Y un día, una vez que Baba se retiró hacia su habitación después de almorzar, me sorprendió ver que un hombre se encaminaba con muletas hacia Guruprasad. Baba nos había dicho que estaría un rato en su habitación, que no quería ser molestado y que saldría más o menos una hora después.

Nana Kher acostumbraba a sentarse en el otro lado de la galería, como guardián, para fijarse que nadie molestara a Baba, y yo llamé a Nana en voz baja para advertirle que venía alguien. Y entonces fui a ver qué quería ese hombre. Resultó ser un capitán retirado del ejército, el cual tenía una pierna amputada. Se estaba acercando con muletas y vestía una túnica de color ocre. Le susurré que se detuviera y se marchara, pues no se le permitía a nadie ver a Baba.

–Por favor, sólo quiero verlo un poco –me dijo.

–Imposible –repliqué–. Estas son órdenes de Baba. No puedo hacer nada, debe irse. –Presten atención que todo esto fue mediante susurros para no molestar a Baba. El hombre me suplicó que se lo permitiera, pero nosotros teníamos que endurecer nuestros corazones, no había nada que pudiéramos hacer, pues las órdenes de Baba eran que nadie debía verlo. Al final el hombre me rogó: 

–Por lo menos deja que me siente aquí un rato para poder meditar sobre él cuando él esté cerca. Sólo unos pocos minutos.

Yo sabía que eso era un riesgo, pero no pude negárselo. Entonces le dije: 

–Solamente cinco minutos, y después deberás irte. –Hasta en eso yo estaba arriesgando mucho porque Baba podría salir pronto de su habitación y, si ese hombre estaba todavía ahí, se habría disgustado. Entonces le dije–: Solamente cinco minutos. –Y el hombre estuvo de acuerdo, se sentó y empezó a meditar.

Me pareció sincero. No pensé que tan pronto yo le diera la espalda se pondría de pie de un salto y entraría, de modo que volví a mi rincón y seguí con mi trabajo. Un rato después miré mi reloj y vi que los cinco minutos habían pasado. Pero decidí dejarlo otros cinco minutos. Y entonces fui hasta el frente para asegurarme de que se había ido, pero descubrí que aún estaba sentado allí, en meditación profunda. ¿Y qué iba a hacer yo entonces? No quise molestarlo, pero no podía dejarlo ahí sentado eternamente, y cuanto más tiempo estuviera sentado, era más probable que Baba saliera de su habitación. Decidí dejarlo cinco minutos más.

Esto lo digo ahora muy naturalmente, pero entonces yo no estaba tranquilo. Mi corazón latía rápidamente porque tenía miedo de lo que podía suceder si Baba salía de su habitación. El hombre tenía los ojos cerrados y no se iba a dar cuenta si Baba salía, pero Baba no caminaba con los ojos cerrados. Baba lo iba a ver allí en el suelo meditando e iba a querer saber qué estaba haciendo, quien le había dado permiso y demás, y entonces yo estaba nervioso por permitirle que se quedara tanto tiempo. Sin embargo me arriesgué y lo dejé otros cinco minutos.

Regresé a mi rincón, pero ahora yo estaba demasiado inquieto como para hacer mi trabajo. Seguí mirando mi reloj, aguzando los oídos para escuchar cualquier sonido que viniera de la habitación de Baba. Por supuesto, de cualquier manera la habitación estaba demasiado lejos de mí para oír algo, pero yo estaba alerta en caso de que Baba batiera palmas. Yo miraba mi reloj a cada segundo y, pasados otros cinco minutos, pensé: “Esto ya es demasiado. Me lo pidió por cinco minutos y ya pasaron veinte. Ahora deberá irse”.

Entonces regresé hasta el frente, me acerqué al hombre y le palmeé la espalda suavemente. No reaccionó. Le susurré: 

–Señor, tiene que irse ahora. Su tiempo terminó. –Pero no hubo reacción. Estaba muy absorto en la meditación. No era consciente de lo que lo rodeaba ni de que yo le estaba hablando. Ni siquiera se dio cuenta cuando le palmeé la espalda.

¿Y qué había que hacer entonces? Era un hombre corpulento. Yo no podía cargarlo solo. No podía despertarlo de su meditación y sabía que Baba aparecería en cualquier momento. Entonces fui de vuelta a la galería, llegué hasta donde estaba Nana, y tal vez Bhau, y agarré al hombre debajo de las axilas y ellos lo agarraron por las piernas. Lo levantamos en vilo, sumido todavía profundamente en la meditación, y lo llevamos junto con sus muletas de regreso al camino de acceso.

–¿Dónde deberíamos ponerlo? me preguntaron. 

–Afuera, a la vera del camino –les contesté. 

–El ruido de los vehículos lo despertará. –Y eso fue lo que hicimos. Lo llevamos fuera del portal y hasta la calle misma, y lo dejamos al lado de la calle. Cuando regresamos a Guruprasad me di vuelta y vi que, por supuesto, el hombre se había sobresaltado y dejado de meditar, y se alejaba caminando. Respiré aliviado. Fue precisamente unos minutos después de eso que Baba llamó.


Viajando con Baba
Baidul