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Servicio desinteresado

Servicio desinteresado

Servicio desinteresado

Lo que dices es verdad. Baba hizo hincapié en el servicio desinteresado, ¿pero quieres decir que no piensas en ti cuando prestas un servicio? Hermano, pensarás en ti, pensarás en ti. No te estoy diciendo esto porque te conozca sino porque yo me conozco. No importa con cuánto ahínco tratemos de no interesarnos en nosotros mismos, algún pensamiento sobre nosotros mismos se desliza “¡Ah, hoy he hecho esta buena acción!” y nos ufanamos al pensarlo. Los humanos somos así. Por esta razón le digo a la gente que no piense tanto en el servicio desinteresado: el verdadero servicio desinteresado es imposible hasta que te realices, pero concéntrate en hacer aquellas cosas que te permitan olvidarte de ti mismo. Cuando te abstraes en tu trabajo y te ocupas totalmente de tu trabajo de modo que te olvidas de ti mismo, eso es servicio desinteresado aunque el trabajo en sí no parezca serlo.

Pero esto tampoco es fácil. Hasta cuando despertamos de un sueño muy profundo, a veces tal vez nos olvidemos, un instante o dos, de dónde estamos, pero nunca nos olvidamos de quiénes somos. Cuando viajábamos con Baba, yo podría despertarme sólo por un instante sin darme cuenta de dónde estaba, pero nunca me desperté preguntándome quién era yo: el pensamiento “Yo soy Eruch” me acompañó siempre. Todavía me acompaña, o yo no estaría conversando así con ustedes. Cualquier cosa que hacemos y todas las cosas que hacemos, y todos nuestros intentos para olvidarnos de nosotros mismos y para no interesarnos en nosotros mismos, sólo logran crear impresiones que nos atan. Esto no tiene remedio.

Incluso hay personas que parecen ser grandes seres espirituales, o yogis, capaces de realizar toda clase de lo que llamaríamos milagros, pero no han logrado olvidarse de sí mismas. De hecho, a veces el avance mismo de esas personas es el que las hace acordarse al máximo de sí mismas. Por esta razón Baba nos decía que el verdadero avance espiritual consiste realmente en la eliminación del ego. Pero esto tampoco es fácil. Yo debería decir que es imposible, ¿y entonces, qué se puede hacer? Si todas las cosas que hacemos crean más ataduras, ¿cómo nos libraremos alguna vez de estas impresiones? ¿Por qué, como Sonia preguntó, hay algo característico en hacer buenas acciones en contraposición con las malas acciones, si ambas nos están atando? 

Es verdad que ambas nos están atando. Baba ha dicho que las malas acciones semejan cadenas de hierro que nos atan, mientras que las buenas acciones parecen cadenas de oro que nos atan. La diferencia consiste en que las cadenas de hierro son grilletes en nuestras manos y en nuestros pies, mientras que las cadenas de oro son solamente grilletes en nuestros pies, pues nuestras manos están libres. Y al final, con las manos podemos quitarnos las cadenas que tenemos en nuestros pies. Entonces existe una diferencia.

Debemos tratar de obrar bien, debemos acatar las órdenes que Baba estableció para nosotros. Eso es lo que podemos hacer, pero esto solo no nos liberará. Nos ayudará y hará que, al final, nos sea más fácil liberarnos, pero por sí solo no nos liberará. ¿Qué hay que hacer entonces?

Hay una solución, y consiste en pensar en Meher Baba, en recordarlo y amarlo. ¿Por qué? Porque él es quien carece de impresiones. Cualquier cosa que hacemos crea impresiones, y también las creamos cuando pensamos en él, pero estas impresiones son de quien carece de ellas y, como tales, no nos atan. Estas mismas impresiones nos ayudan a erradicar las impresiones de la mente sujeta a estas últimas.

Este es el remedio que Baba nos ha proporcionado. De cualquier otra manera esto es muy, muy difícil. Esto me hace acordar de una anécdota que muestra lo difícil que es realizar una acción desinteresada y cuán rara es. ¿Les gustaría escucharla?

En la India, hace muchos años, hubo un largo período, pueden llamarlo años, en el que faltaron monzones. La gente cultivaba los campos cada vez menos, y comía cada vez menos. Yo diría que hubo una hambruna, y la gente se moría lentamente de hambre. Pero lo podía soportar. Esto es lo que los labriegos acostumbraban a hacer en la India. Ellos saben cómo subsistir con muy poco. No estoy diciendo que esto fuera fácil para ellos. Era muy difícil, pero si el año siguiente llegaran los monzones y ellos tuvieran buenas cosechas y pudieran volver a comer bien, podrían salir del apuro. Pero mientras tanto, lo que sucedía era que los pozos se estaban secando. Ahora bien, mientras podían pasar largo tiempo sin comida, la cosa era diferente con el agua. Si no hubiera agua para beber, morirían, y para el tiempo en el que volvieran los monzones, no importaría cuánto lloviese porque ninguno de ellos sobreviviría. Ellos lo sabían. Y estaban muy preocupados por lo que sobrevendría. Quedaba en la zona, con un poco de agua en su interior, un solo pozo que, en el fondo, tenía apenas un charquito embarrado. La gente podía ver cuánta agua quedaba, y calcular cuántas semanas faltaban hasta que murieran de sed, y sabían que la situación era sumamente grave.

Ahora bien, sucedió que en las cercanías se hallaba un Maestro Perfecto. Toda la gente lo reverenciaba, pero ustedes saben cómo es esto, las personas dicen que eso se debe a la gracia de él cuando las cosas marchan bien, pero no tomaban esto demasiado en serio, no lo visitaban ni le tributaban su respeto. Sólo lo hacían cuando alguien quería que lo bendijera para tener un hijo, o que su vaca tuviera terneritos sanos, o algo por el estilo. Pero ahora que sufrían esa calamidad, todos pensaron en este Maestro y decidieron ir como grupo, iría toda la aldea y le rogaría a este Maestro que intercediera en representación de ellos.

Y eso es lo que hicieron. Habían agotado todas las vías. Se habían reunido en el pueblo para orar, todos habían ayunado durante días y lo habían hecho, todo en vano. El Maestro era su última esperanza, el último recurso. Y es así siempre. Nosotros recurrimos a Dios solamente cuando nos damos cuenta y comprendemos que él es nuestra única salida. Y entonces todos los aldeanos fueron a ver al Maestro Perfecto para rogarle que intercediera ante el Señor por ellos para que hiciera llover o, de lo contrario, todos ellos morirían.

Pero el Maestro les dijo:

–Lo lamento, pero no puedo ayudarlos.

–¿Qué quieres decir? Eres uno con Dios, eres omnisciente y omnipotente, y con seguridad puedes hacer llover si lo deseas.

Pero el Maestro les dijo: 

–Aunque tengo el poder para hacerlo, porque soy omnisciente, no puedo usarlo.

–¿Qué quieres decir? –le preguntaron–. ¿Por qué no puedes ayudarnos? Si no haces nada, moriremos todos. Te lo suplicamos. ¿Qué es lo que quieres decir?, porque nosotros sabemos que tú puedes ayudarnos. Hemos venido a verte porque tú lo sabes todo.

–No, no puedo ayudarlos porque sé que Dios es compasivo. Sé lo que todos ustedes merecen. Sé que la justicia exige que se abra la tierra y los trague a todos ustedes, pero es Su compasión la que atempera esto y considera que lo único que ustedes deberían sufrir es esta falta de lluvias. Entonces, ¿puedo yo hacer algo? Yo no puedo ayudarlos.

–Entonces estamos condenados.

–No, yo no puedo ayudarlos, pero hay una persona que, si la fueran a ver y le suplicaran que rogara por ustedes al Señor, éste podría satisfacer su pedido.

–¿Quién es esa persona? ¿Dónde vive? –le preguntaron todos los aldeanos, pues aún existía una tenue luz de esperanza para todos ellos. Y el Maestro les dijo cómo se llamaba la mujer, cuál era la aldea en la que la podrían encontrarla, etcétera.

Ahora bien, como esta aldea era un tanto remota, decidieron disponer que sólo viajara un grupo de ancianos, pues era demasiado lejos como para que fuera toda la aldea. Y así fue que, sin más ni más, porque la situación era realmente desesperante, el grupo de ancianos se puso en camino. Y caminaron hasta ese otro pueblo y las personas parecían sorprenderse cuando preguntaban por esa mujer, y les decían: 

–¿Están seguros de que esa es la mujer que ustedes buscan?

–Sí, sí.

–Pero todos ustedes son ancianos, y no deberían buscar a esa mujer.

–¿Qué quieres decir? Nosotros queremos verla. ¿Qué importa que nosotros seamos los ancianos de nuestra aldea? –Y así sucesivamente. Y para abreviar esta larga historia, resulta que esta mujer era una prostituta famosa en el pueblo.

 Los ancianos se sintieron muy molestos al enterarse de eso. Seguramente debía haber un error. Pero el Maestro había sido muy específico en sus instrucciones, de modo que los ancianos fueron a ver a la prostituta y le preguntaron si ella era fulana de tal, nacida en esa aldea, a la que regresó años más tarde, y cuyos padres eran oriundos de ese lugar; y por así decirlo, dieron cuenta de todo el árbol genealógico de la mujer que el Maestro Perfecto les había dado para que no hubiera errores de identidad. Y ella les dijo: 

–Sí, yo soy esa persona. ¿Qué es lo que ustedes quieren?

–Hemos venido hasta aquí en una misión muy seria. Nos gustaría que rezaras a Dios por nosotros para que llegue el monzón; así nuestra aldea se salvará. De no ser así, todos moriremos porque nos quedamos sin agua, y no solamente no podemos regar nuestros campos, sino que tampoco nos queda agua para beber.

Sorprendida, la mujer piensa que se están burlando de ella: 

–¿Quieren que yo le rece a Dios en nombre de ustedes? ¿Pero no saben quién soy? Todos ustedes son ancianos venerables, y es mucho más probable que Dios escuche las plegarias de ustedes que las mías.

Pero ellos le cuentan que visitaron al Maestro y que éste les había dicho que su única esperanza radicaba en que persuadieran a esta mujer para que rezara, ya que Dios escucharía sus plegarias.

Bueno, si el Maestro dijo eso, entonces la mujer deberá honrar su pedido. Seguramente es un extraño pedido para hacerle a alguien como ella, pero qué daño puede hacer. Entonces la prostituta le reza a Dios, implorándole que les dé lluvia a aquellos aldeanos, y puede decirse que incluso antes de que terminara de rezar, las nubes empezaron a oscurecerse y pronto hubo un aguacero torrencial. 

Por supuesto, los ancianos de la aldea estaban extasiados, pues habían sido salvados. Pero éste no es solamente un chaparrón local, sino que parece estar claro que se trata de un monzón total. Ahora los pozos se llenan hasta el tope, habrá suficiente agua para beber y la vida continuará. Pero la prostituta está muy molesta. ¿Qué quiso decir el Maestro al enviar a estas personas para que la vieran? ¿Se estaban burlando de su manera de vivir? Pues ella sabe muy bien que es enteramente indigna. ¿Qué significa ser una prostituta? Después de todo, su vida está saturada de pecados. Nunca ha pensado en Dios. ¿Entonces por qué el Maestro debía decir que Dios escuchará las oraciones de ella y las de nadie más? Con seguridad es verdad lo contrario: que es menos probable que Dios escuche las plegarias de ella que las de cualquier otra persona. Y cuanto más piensa en esto, más molesta se siente, hasta que, al final, no puede contenerse más y va a visitar al Maestro Perfecto.

Y ella pasa por la misma situación que la de los ancianos de la aldea: 

–¿Estás seguro de que no te equivocaste, soy yo la persona a la que te referías? ¿Cómo puede ser esto?, porque ellos no sólo eran más dignos que yo, sino que tú eres el más digno. ¿Por qué no pudiste tú rezar simplemente para que lloviera?

–Yo no podía hacer nada para ayudarlos porque sabía lo que la justicia les reclamaba. Pero también sabía que tenías registrada una buena acción, y esta única acción espléndida te hacía tan merecedora que Dios escucharía tu plegaria si tú lo hicieras.

–¿Una buena acción? Pero yo no soy consciente de haber efectuado esa buena acción. Por el contrario, siempre me jacté de no haber efectuado esas acciones, y que mi belleza era tal que los hombres siempre me perdonaban, sin importarles lo que yo hiciera o cómo tratara yo a cualquiera.

–Sí, eso lo sé –le dijo el Maestro–. Pero también sé que una vez le salvaste la vida a un ternerito que se moría de hambre, y que, habiendo salvado una vida, la recompensa de Dios fue que tuvieras la oportunidad para salvar las vidas de toda la aldea, y también supe eso, y es por eso que envié a los ancianos para que te vieran.

–¿Salvé la vida de un ternerito? No recuerdo haber hecho eso alguna vez.

–Fue hace años, no mucho después de que habías descubierto el poder que tu belleza te daba sobre los demás. Eras joven, orgullosa y arrogante con tu belleza, y te complacías en hacer que todos y cada uno hicieran lo que les ordenaras. ¿Te acuerdas?

–Sí, eso me describe hasta el día de hoy. Pero todavía no recuerdo el episodio al que te refieres.

–Un día estabas paseando. Ibas a encontrarte con un hombre que te había prometido unos dijes de oro si lo visitabas, y te encaminaste fuera de la aldea para dejarlo esperando y demostrar que eras independiente. Y entonces sucedió que, mientras caminabas, te encontraste con un ternerito que habían atado a una estaca que había en el suelo. Pero la cuerda se había enroscado alrededor de la estaca y el heno del ternerito se hallaba fuera del alcance del animal. Los dueños se habían ido y no había nadie que viera en qué apuro estaba el animal. Sin pensar en eso, le diste un puntapié, hacia el animal, a ese montón de heno, y seguiste tu camino.

–Sí, sí –le dijo la mujer, emocionada–, ahora lo recuerdo. Fue tal como tú lo dices. Pero, pero… –vaciló–, no me doy cuenta de qué tiene que ver esta buena acción con eso. Yo no estaba tratando de ayudar al ternerito; simplemente le di un puntapié al heno sin pensar en eso.

–Sí, y eso es lo que convierte a ésta en una acción espléndida, porque lo hiciste sin darte cuenta de que habías hecho una buena acción. La hiciste sin esperar recompensa, sin pensar en que lo habías hecho ni en qué mérito podrías ganar haciéndolo. Y como tal, esa fue una acción desinteresada, y esto es lo que te hizo posible salvar a la aldea.

¿Se dan cuenta de lo raro que es efectuar una acción desinteresada? Pero hablando de esto, esto me recuerda otra anécdota que uno de ustedes me contó. Ahora no recuerdo quién fue, pero recuerdo que esa persona vino por primera vez y yo le estaba haciendo mis preguntas habituales: “¿Cómo llegaste a enterarte de Meher Baba? ¿Qué es lo que te trajo hasta aquí?, etcétera, y esta es la anécdota que me contó.

Me dijo que había ido de vacaciones a Myrtle Beach. Me dijo que era la temporada. ¿Ustedes también acostumbran a pasar temporadas ahí? Sé que hay una temporada para que los visitantes vayan a Mahabaleshwar, y él me dijo que ocurría lo mismo con Myrtle Beach. Sea como fuere, él me dijo: 

–Yo estaba ahí paseando por todos lados, divirtiéndome y disfrutando. Un día, mientras paseaba, veo un cartel que dice: “Meher Spiritual Center”. Entonces pienso: ¿Un Centro Espiritual en esta zona? Porque usted sabe que Myrtle Beach es un sitio para fiestas, diversiones y toda clase de entretenimientos mundanos. En primer lugar, yo había ido allí por esa razón. Intrigado por el cartel, entré. No tenía idea de adónde iba. Simplemente empecé a caminar. Pero no había andado mucho cuando alguien se encontró conmigo y me preguntó por qué había venido. 

«–He venido de vacaciones –le dije. 

«–Bueno, este no es un sitio de veraneo. Este no es lugar para eso –me contestó.

«–¿Qué lugar es este? –le pregunté.

«–Es un centro espiritual.

«Entonces le dije: 

«–Bueno, ¿puedo echar un vistazo?

«La persona me dijo:

«–Sí, pero es mejor que primero hables con quien está a cargo porque la gente no está autorizada a entrar en el Centro sin permiso. –Me estaba diciendo eso, y yo ni siquiera lo sabía.

«Entonces fuimos hasta una cabaña cercana en la que había un teléfono, llamaron a alguien llamado Kitty o algo así, a una mujer llamada Kitty, y resultó que no nos podría recibir hasta dentro de tres cuartos de hora, pero dijo que podían llevarme a dar una vuelta y mostrarme el lugar durante un rato, y que después ella estaría libre y yo podría verla.

«Entonces mi guía empieza llevarme de visita y me dice que Meher Baba se sentaba aquí y Meher Baba hacía esto, y yo no sé nada sobre este Meher Baba. Eso no me interesa, pero como soy cortés, entonces me lleva hasta una cabaña y me dice: 

«–Esta es la Cabaña de la Laguna. Es aquí donde Meher Baba acostumbraba a entrevistarse privadamente con la gente. ¿Te gustaría verla?

«Entonces me pregunto: ¿por qué no? Puesto que estoy viendo todo, ¿por qué no ver esto también? Entonces me saco los zapatos porque mi guía me dice que yo debería hacerlo, y entramos. Y ahí hay una silla y un silloncito, y el guía me explica todo, me dice que es ahí donde Baba solía sentarse, y que la gente se paraba frente a él, etcétera; yo no le estoy prestando mucha atención, y entonces me dice: ‘Tal vez quieras quedarte solo, aquí, un rato. De todas maneras tenemos que esperar hasta que podamos ver a Kitty,’ y se va y me deja solo.

«Entonces me siento ahí y echo un vistazo. No hay mucho que ver, se trata de un cuartito sin que haya mucho en él, pero de alguna manera mi atención se concentra en la silla. Me pongo a mirarla fijamente. No puedo quitarle los ojos de encima, y veo olas de amor que emanan de ella. No sé cómo describirlo, pero eso parecía ser una ola tras otra, lo cual me dio tal paz mental que me sentí muy feliz de estar ahí sentado, a tal extremo que, al rato, me sentí tan agradecido por lo que estaba experimentando que se me ocurrió que yo debía darle a este lugar algo a cambio. Pero yo no tenía nada. Había venido directamente de la playa. No llevaba nada, pero tenía un anillo en un dedo y, sin pensarlo, se me ocurrió esto: ‘Oh, ofrendaré esto’. Me saco el anillo, allí había una mesita, al lado de la silla de Baba, y pongo ahí el anillo como una ofrenda, y me sentí muy satisfecho y feliz porque pude dar algo.

«Un rato después, se me ocurrió que mi guía debía estar esperando y que yo no debía hacerlo esperar; entonces me puse de pie y salí.»

Y según me contó, ahí viene lo peor; los zapatos. Sus zapatos le apretaban muchísimo, y no era fácil volver a ponérselos sin un calzador. Pero se debate hasta ponérselos y todavía hay tiempo para la cita, de modo que el guía lo lleva a través del puente y ven el lago. El guía le señala la góndola y después no queda nada más que ver y todavía faltan diez o quince minutos. ¿Entonces qué hacer? Y el muchacho le pregunta: 

–¿Puedo volver a entrar en la cabaña?

El guía le dice que sí. Entonces él vuelve a sacarse los zapatos y entra muy animado porque espera tener la misma experiencia que la primera vez, y ni bien entra en la cabaña, sus ojos se fijan en la mesa y el anillo no está allí.

–Cómo quedé impactado –me dijo–. ¿Qué clase de centro espiritual es éste? Nos hemos ido sólo por unos minutos y ya lo robaron –y al pensar en esto se desvaneció la alegría que él sentía. Me dice que todo ese optimismo y todo ese embeleso acababan de derrumbarse y quedó completamente desilusionado. Salió de la cabaña, pugnó por calzarse de nuevo, y cuando iban a ver a Kitty, no tuvo corazón para eso. Ni siquiera se animó a mencionarle a su guía lo del anillo. Estaba demasiado abatido y deprimido para decir algo. De hecho, ahora no quiere ver a Kitty, pero piensa que se había fijado la cita, y entonces él va.

Y cuando Kitty conversa con él, empieza a volver algo de lo que había sentido, un poco de aquella felicidad, y ella termina de hablarle contándole sobre la Cabaña de la Laguna, de cómo Baba acostumbraba a ver allí a las personas, y aquella sensación de optimismo reaparece. Entonces Kitty le dice: 

–Es bueno de tu parte que hayas venido; estamos muy felices por haberte conocido –todas esas cosas que ella dice cuando se encuentra con alguien, y entonces se vuelve hacia el guía y le dice–: Bueno, ya le has hecho recorrer el lugar, de modo que él puede irse ya. Llévalo hasta la salida.

Y ambos se despiden de Kitty, pero él se vuelve hacia el guía y le dice:

–¿Puedo ir una vez más a la Cabaña del Lago antes de retirarme? –El guía le dice que sí, de modo que caminan de regreso y él vuelve a sacarse los zapatos y entra; entonces, para su sorpresa y asombro, encuentra el anillo sobre la mesa. Se sobresalta. “¿Qué es esto?”, piensa. Y no puede entender cómo pudo haber sucedido esto. No pudo haber pasado antes por alto el anillo, la mesa es demasiado chica, allí no hay nada más, y es imposible que él no lo hubiera visto. Entonces se sienta como si estuviera aturdido, mira alrededor y sus ojos se fijan en el cartel que dice: “Lo real y verdadero se da y se recibe en silencio”. Y él se inclina hacia delante, toma nuevamente el anillo y se retira de la cabaña.

Mientras pugna por ponerse otra vez los zapatos que le aprietan, sigue atravesando su mente esa frase: ”Lo real y verdadero se da y se recibe en silencio”, y está pensando en ella, cuando de repente se le ocurre esto: “Ah sí, cuando di el anillo, no pensé en él, lo di en silencio y Baba lo recibió en silencio, pero cuando regresé y había desaparecido, recelé, mi mente se perturbó y empecé a pensar muchas cosas; entonces se interrumpió el silencio del amor y el anillo me fue devuelto. ¡Oh, Dios!, ¿por qué hice eso? ¿Por qué pensé todas esas cosas e hice que Baba me devolviera el anillo? De no haber sido así, él se lo habría guardado. Y seguí preguntándome: ¿Por qué hice eso? Y este pensamiento me trajo hasta aquí. Empecé a leer los libros de Baba y vine aquí para averiguar esto: ¿Por qué hice eso?

Pero ustedes ven cómo son las cosas. Él hizo un obsequio sin pensar en sí mismo, pero no pudo seguir haciendo eso porque su mente empezó a funcionar y lo desnaturalizó. 

Entonces ustedes se dan cuenta a qué me refiero cuando les digo que es tan difícil ser verdaderamente desinteresado. En el instante en el que ustedes se dan cuenta de que hicieron una buena acción, en el instante en el que el pensamiento entra en la mente de ustedes: “¡Ah, esa fue la buena acción que hice!,” le quitaron validez. No se trata de que ustedes deban abstenerse de efectuar esas acciones. De ninguna manera. Todavía son buenas acciones, pero son acciones desinteresadas que aún los atan.

Entonces, la única solución consiste en crear impresiones de Aquel que carece de impresiones, porque éstas son las únicas que no los atarán. No solamente no nos atarán, sino que nos ayudarán a liberarnos de nuestras ataduras.

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Sueño