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El Avatar - La conexión continua del Avatar con Su Creación

El Avatar - La conexión continua del Avatar con Su Creación

El Avatar

Parte 6

La conexión continua del Avatar con Su Creación

El trabajo espiritual y los mensajes del Avatar para la Humanidad tendrían reducido valor si el Avatar cesase de funcionar, después de Su muerte, como un guía espiritual. Baba recalca que el Avatar no se identifica con Su cuerpo, y que Su cuerpo semeja una mero ropaje que Él usa para visitarnos y después se lo quita cuando no está más en la forma física. “El Avatar nunca pierde la conexión después de que abandona el cuerpo, sino que mantiene Su conexión con toda la Creación por medio de los cinco Sadgurus vivientes”.68  El secretario personal de Meher Baba dio una aclaración más amplia:

Ya sea en un cuerpo, o con o sin un cuerpo, Él está siempre conectado con la Ilusión. Cuando Él está sin el cuerpo, necesita un poco de descanso, y se toma un descanso. Un hombre común y corriente se toma un descanso después de su día de trabajo. Se trata de un hombre pequeño y de un trabajo pequeño: de unas pocas horas de trabajo y unas pocas horas de sueño. El Dios Hecho Hombre efectúa el trabajo universal: es Dios en persona efectuando el trabajo para la Creación. Él sufre durante esta existencia y trabaja intensamente. Después sólo se toma un pequeño descanso. Observen la vastedad de su ser y su trabajo. Su descanso es de 700 años: de 700 ó 1.400 años. Él regresa otra vez. Esto es lo que ocurre con el Avatar, cuando los Maestros Perfectos abandonan el cuerpo después de efectuar el trabajo durante su vida, ingresan en el Infinito. Están totalmente desconectados de la Ilusión. No saben nada de nada acerca de esta Ilusión. Una vez Baba dijo: “El trabajo del Avatar sigue eternamente”.69

El lector deseoso de más detalles sobre el Avatar hallará un sinfín de ellos en los libros de y sobre Meher Baba. Este capítulo concluye con un discurso deslumbrante titulado “El Más Alto de los Altos”, que Baba pronunció en 1953 con motivo del cumpleaños de Zoroastro. Ese sublime debate se incluye en su totalidad porque cualquier supresión editorial sería inaceptable:

Consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, todas y cada una de las criaturas, y todos y cada uno de los seres humanos –en una forma u otra– se empeñan en afirmar su individualidad. Pero al final, cuando el hombre experimenta conscientemente que es Infinito, Eterno e Indivisible, entonces es plenamente consciente de su individualidad como Dios, y como tal experimenta el Conocimiento Infinito, el Poder Infinito y la Dicha Infinita. Así el Hombre deviene Dios y es reconocido como Maestro Perfecto, Sadguru o Qutub. Adorar a este hombre es adorar a Dios.

Cuando Dios se manifiesta sobre la Tierra en forma de hombre y da a conocer Su divinidad al género humano, es reconocido como el Avatar: como el Mesías, como el Profeta. Así Dios deviene Hombre. 

Y así Dios Infinito, era tras era, a lo largo de todos los ciclos, por Su Infinita Misericordia quiere hacer efectiva Su presencia en medio del género humano bajando hasta el nivel humano en forma humana. Pero como Su presencia física en medio del género humano no es percibida, lo consideran un hombre corriente del mundo. Sin embargo, cuando en la Tierra Él afirma Su divinidad proclamándose el Avatar de la Era, es adorado por algunos que lo aceptan como Dios, y glorificado por unos pocos que lo conocen como Dios sobre la Tierra. Pero al resto de la Humanidad le cae invariablemente en suerte condenarlo mientras está físicamente en medio de ellos.

De manera que Dios como hombre, proclamándose el Avatar, sufre que la Humanidad lo persiga y torture, humille y condene, en bien de la cual Su Amor Infinito le indujo a rebajarse tanto a fin de que la Humanidad, por su misma acción de condenar la manifestación de Dios en forma de Avatar, deba sin embargo afirmar indirectamente la existencia de Dios en su estado Eterno e Infinito.

El Avatar es siempre uno y el mismo porque Dios es siempre Uno y el Mismo, el Uno Eterno, Indivisible e Infinito que se manifiesta en forma de hombre como el Avatar, como el Mesías, como el Profeta, como el Antiguo: como el Más Alto de los Altos. Este Avatar que es eternamente Uno y el Mismo repite su manifestación de tiempo en tiempo, en diferentes ciclos, adoptando diferentes formas humanas y diferentes nombres, en diferentes lugares, para revelar la Verdad con diferentes atuendos y diferentes idiomas, a fin de elevar a la Humanidad del pozo de la ignorancia y ayudar a liberarla de la esclavitud de las ilusiones.

De las más reconocidas y muy adoradas manifestaciones de Dios como Avatar, la de Zoroastro es la primera por antonomasia, habiendo sido anterior a Rama, Krishna, Buda, Jesús y Mahoma. Hace miles de años él dio al mundo la esencia de la Verdad en forma de tres preceptos fundamentales: Buenos Pensamientos, Buenas Palabras y Buenas Acciones. Estos preceptos fueron y son constantemente desplegados para la Humanidad en una forma u otra, directa o indirectamente en cada ciclo, por el Avatar de la era cuando Éste conduce imperceptiblemente a la Humanidad hacia la Verdad. Poner en práctica estos preceptos de Buenos Pensamientos, Buenas Palabras y Buenas Acciones no resulta tan fácil como parecería aunque no es imposible. Pero vivir de acuerdo con estos preceptos de manera sincera y al pie de la letra es aparentemente tan imposible como practicar la muerte en plena vida.

En el mundo hay incontables sadhus, mahatmas, mahapurushas, santos,  yoguis y walis, aunque el número de los auténticos es muy, muy limitado. Los pocos auténticos según su jerarquía espiritual, se hallan dentro de su propia categoría que no está en el plano del ser humano común y corriente ni en el plano del estado propio del Más Alto de los Altos. 

No soy ni mahatma, ni mahapurusha, ni un sadhu, ni santo, ni yogui ni wali. Quienes se acercan a mí deseando ganar riqueza o retener sus bienes materiales, quienes procuran por mi intermedio aliviar sus aflicciones y sufrimientos, y quienes me piden que los ayude a cumplir y satisfacer sus deseos mundanos, a ellos les vuelvo a declarar que, como no soy sadhu, santo ni mahatma, ni mahapurusha ni yogui, buscar estas cosas por mi intermedio no es más que exponerse a una total decepción, aunque sólo aparentemente, pues al final esta misma decepción es un eficaz instrumento que invariablemente produce la completa transformación de los requerimientos y deseos mundanos.

Los sadhus, santos, yoguis y walis, y estos otros que se hallan en la vía media, pueden realizar milagros y lo hacen, y satisfacen las transitorias necesidades de los individuos que se les acercan en procura de ayuda y alivio.

Por lo tanto surge esta pregunta: si no soy sadhu, santo, yogui, mahapurusha ni wali, ¿entonces qué soy? La suposición lógica sería que solamente soy un ser humano corriente o soy el Más Alto de los Altos. Pero yo digo claramente una cosa y es que nunca puedo ser incluido entre quienes tienen la jerarquía intermedia de los verdaderos sadhus, santos, yoguis y demás.

Ahora bien, si soy solamente un hombre corriente, mis capacidades y poderes son limitados; no soy mejor que un ser humano corriente ni difiero de éste. Si las personas me consideran de esta manera, entonces no han de esperar auxilio sobrenatural alguno de mi parte en forma de milagros o guía espiritual, y también sería completamente en vano que se acercaran a mí para satisfacer lo que ellos desean.

Por otra parte, si estoy más allá del nivel de un ser humano corriente, y mucho más allá del nivel de los santos y yoguis, entonces debo ser el Más Alto de los Altos. En este caso, juzgarme con el intelecto humano y la limitada mente de ustedes, y acercarse a mí con deseos mundanos sería no sólo el colmo de la locura sino también absoluta ignorancia porque por más gimnasia intelectual que se haga no se podrían entender mis métodos o juzgar mi Estado Infinito.

Si soy el Más Alto de los Altos, mi Voluntad es Ley, mi Deseo gobierna la Ley, y mi Amor sostiene al Universo. Cualesquiera que sean sus calamidades aparentes y sus transitorios sufrimientos, éstos son solamente la consecuencia de mi Amor al bien último. Por lo tanto, acercarse a mí para librarse de sus situaciones difíciles y esperar que yo satisfaga sus mundanales deseos, sería pedirme que yo haga lo imposible: sería deshacer lo que ya he ordenado.

Si verdaderamente y con fe total aceptan a su Baba como el Más Alto de los Altos, a ustedes les incumbe ofrendar sus vidas a los pies de Él en lugar de ansiar satisfacer sus propios deseos. No una vida de ustedes sino millones de sus vidas serían tan sólo un pequeño sacrificio para que lo pongan a los pies de este Ser Único que es Baba, el cual es el Más Alto de los Altos; pues el amor ilimitado de Baba es la guía única e infalible que los conducirá a salvo atravesando los innumerables callejones sin salida de sus transitorias vidas.

No puedo sentirme obligado con quienes renuncian a todo lo que tienen –a sus cuerpos, sus mentes y sus bienes materiales– que un día deberán desechar forzosamente, motivados por algo: por una renuncia causada porque comprenden que para ganar el eterno tesoro del Gozo deberán abandonar los efímeros bienes materiales. Este deseo de una ganancia mayor está aún condicionando esta renuncia, y como tal, la renuncia no puede ser completa.

Sepan todos ustedes que si yo soy el Más Alto de los Altos, el papel que desempeño exige que los despoje de todos sus bienes materiales y requerimientos, que consuma todos sus deseos y que, más que satisfacerlos, los deje sin ellos. Los sadhus, santos, yoguis y walis pueden darles lo que ustedes quieren; pero yo les quito lo que ustedes quieren y los libro de apegos y los libero de la esclavitud de la ignorancia. Yo soy Aquel que quita, no Quien les da lo que ustedes quieren o cómo ustedes lo quieren.

Los meros intelectuales nunca podrán entenderme con su intelecto. Si soy el Más Alto de los Altos, al intelecto le resulta imposible medirme y tampoco es posible que la limitada mente humana sondee mis métodos.

Soy inalcanzable para quienes, amándome, permanecen reverenciándome en absorta admiración, y también para quienes me ridiculizan y señalan con desprecio. No estoy aquí para disponer de una muchedumbre de decenas de millones de personas congregándose alrededor de mí. Estoy aquí para los pocos escogidos que, dispersos entre la muchedumbre, renuncian calladamente y sin ostentación, para mí,  a todo lo que tienen –a sus cuerpos, mentes y bienes materiales. Estoy aquí, aún más, por los que, después de renunciar a todo, nunca vuelven a pensar en esa renuncia. Son totalmente míos los que están dispuestos a renunciar incluso a pensar tan sólo en su renunciamiento, y los que, manteniéndose en constante vigilia en medio de una intensa actividad, esperan su turno para ofrendar sus vidas, ante una mirada o una señal de mi parte, a la causa de la Verdad. En realidad, me aman de verdad los que tienen una indomable valentía para afrontar con buena voluntad y alegría las peores calamidades, y los que, creyendo inquebrantablemente en mí, ansían cumplir el mínimo deseo mío al precio de su felicidad y comodidad. 

Desde mi punto de vista, es muchísimo más bienaventurado el ateo que cumple confiadamente sus deberes para con el mundo, aceptándolos como su honorable deber, que el hombre que actúa como si fuera un piadoso creyente en Dios pero elude las responsabilidades que la Ley Divina les fija y corre detrás de sadhus, santos y yoguis procurando aligerar el sufrimiento que, en última instancia, habría dictado su Liberación Eterna. No solamente es imposible sino también el colmo de la hipocresía fijar un ojo en los encantadores placeres de la carne y esperar ver con el otro la chispa de la Dicha Eterna.

No puedo esperar que ustedes entiendan totalmente y de una vez lo que yo quiero que sepan. Me corresponde despertarlos cada tanto, a lo largo de los siglos, sembrando la semillas en sus mentes limitadas, y, a su debido tiempo  y con atención y cuidados adecuados de parte de ustedes, estas semillas deberán germinar, florecer y dar el fruto del verdadero conocimiento que, por derecho propio, ustedes han de obtener.

Por otra parte, si inducidos por su ignorancia, ustedes insisten en seguir a su manera, nadie podrá detenerlos en el modo de avanzar que elijan; pues eso es también progreso que, por más lento y doloroso que sea, al final y después de innumerables encarnaciones, está destinado a hacerles realizar aquello que quiero que ustedes sepan ahora. ¡Despierten ahora para dejar de embrollarse más en el laberinto de la ilusión y del sufrimiento creados por ustedes mismos, cuya magnitud se debe a la dimensión de lo que ustedes ignoran sobre el verdadero Objetivo! Presten atención y pugnen por la libertad experimentando la ignorancia en su verdadera perspectiva. Sean sinceros con ustedes mismos y con Dios. Es posible engañar al mundo y al vecino, pero uno nunca podrá evitar conocer al Omnisciente: esta es la Ley Divina.

A todos ustedes que se acercan a mí, y a aquellos de ustedes que desean acercarse a mí aceptándome como el Más Alto de los Altos, les declaro que nunca deberán venir deseando y ansiando, en sus corazones, riquezas y ganancias materiales, sino solamente con el fervoroso anhelo de dar todo lo que tienen –sus cuerpos, sus mentes y sus bienes materiales– junto con todos sus apegos. No busquen que yo los libre de sus aprietos pero encuéntrenme a fin de entregarse de todo corazón a mi voluntad. No adhieran a mí en procura de felicidad mundana y de comodidades efímeras, pero adhieran a mí, contra viento y marea, ofrendando a mis pies su felicidad y sus comodidades. Que mi felicidad sea la alegría de ustedes y mis comodidades su descanso. No me pidan que los bendiga con un buen trabajo pero deseen servirme más diligente y sinceramente, sin esperar recompensa. Nunca me supliquen que salve sus vidas o las de sus seres queridos, pero ruéguenme que los acepte y les permita ofrendar sus vidas por mí. Nunca esperen de mí que les cure sus aflicciones corporales pero suplíquenme que los cure de su ignorancia. Nunca me tiendan las manos para recibir de mí algo, pero ténganlas en alto en alabanza a Mí, a quien se acercaron considerándome como el Más Alto de los Altos.

Si yo soy el Más Alto de los Altos, entonces nada me es imposible, y aunque no realizo milagros para satisfacer las necesidades individuales –cuya satisfacción tendría como resultado enmarañar más y más al individuo en la red de la efímera existencia– sin embargo, una y otra vez, en determinados períodos, pongo de manifiesto infinitos poderes en forma de milagros pero solamente con el fin de elevar y beneficiar espiritualmente a la Humanidad y a todas las criaturas.

Sin embargo, los individuos que me aman y creen totalmente en mí suelen haber tenido milagrosas experiencias que han sido atribuidas a que mi nazar o gracia pesaron sobre ellas. Pero quiero que todos ustedes sepan que no conviene que mis devotos atribuyan estas milagrosas experiencias individuales a mi estado de Más Alto de los Altos. Si soy el Más Alto de los Altos, estoy por encima de estos ilusorios juegos de maya en el transcurso de la Ley Divina. Por lo tanto, cualesquiera que sean las experiencias milagrosas experimentadas por mis amantes que me reconocen como tal, o por los que me aman sin saberlo por otros medios, tales experiencias son solamente consecuencia de la fe firme que ellos tienen en mí. La inquebrantable fe de ellos reemplazan el curso del juego de maya, dándoles aquellas experiencias que ellos llaman milagros. Estas experiencias originadas en una fe firme al final hacen bien, sin enmarañar ulteriormente con más ataduras ilusorias a los individuos que tienen esas experiencias. 

Si yo soy el Más Alto de los Altos, entonces un deseo de mi Voluntad Universal es suficiente para dar, en un instante, la Realización de Dios a uno y a todos, y librar así a todas las criaturas de la Creación de las cadenas de la ignorancia. Pero bendito es el Conocimiento que se logra mediante la experiencia de la ignorancia de acuerdo con la Ley Divina. Este Conocimiento les es posible alcanzarlo en medio de la ignorancia mediante la guía de los Maestros Perfectos y la entrega al Más Alto de los Altos.70
68. The Nothing and The Everything, 113.

69. De una plática de Adi K. Irani, en 1970, como se la cita en How a Master Works, 430-431.

70. Lord Meher, 4215-4220, se omite nota final.