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Plegarias

Plegarias

Plegarias

Meher Baba nos dio las plegarias que llegaron a conocerse como “El Parvardigar” o la Plegaria del Maestro, y la Plegaria del Arrepentimiento. A veces Baba nos pedía que recitáramos estas plegarias, pero cuando estábamos con él no nos surgían ganas de decirlas. La presencia de Baba, como les he dicho, es algo muy diferente del concepto de Dios. Baba nos dijo: “Mi trabajo es más grande que Dios” y, aunque no podamos entender esto, y además yo no sé qué es Dios, su presencia era realmente abrumadora y todo –las plegarias, Dios, todo– se volvía insignificante ante él.

Pero a veces Baba quería que recitáramos las plegarias, y me pedía que las dijera. Baba se paraba como uno de nosotros, en medio de nosotros. Primeramente se lavaba las manos y la cara, y luego juntaba sus manos en señal de rezo; su aspecto y su mirada eran de profundo acto de adoración, totalmente absorto participando en los rezos.

Porque Baba me pedía que recitara las plegarias, yo trataba de aprenderlas de memoria. Pero ni bien empezaba a rezar, las olvidaba por completo. Me quedaba tan absorto con la primera línea: “Oh Parvardigar, el Preservador y Protector de todo”, que después de eso, mi mente se ponía completamente en blanco. Baba me miraba con disgusto y con un ademán me indicaba que tomara el libro en el que estaban escritas las plegarias. Entonces, después de eso, dejé de tratar de decir las plegarias de memoria, y cada vez que Baba quería que yo las recitara, tomaba el libro y simplemente las leía en voz alta.

Baba se lavaba la cara y las manos usando aquella palangana azul y aquella pequeña vasija que ustedes ven junto a su silla. Con esa vasija derramábamos el agua en sus manos; él se lavaba la cara, después se secaba, y se levantaba y rendía el culto con nosotros que lo rodeábamos de pie.

Pasaba el tiempo, el trabajo que Baba hacía recluido aumentaba, y él se debilitaba cada vez más, y quería que las plegarias se recitaran cada vez con más frecuencia. Eso se convirtió en un asunto cotidiano durante la reclusión, y Baba, especialmente en el último año, no podía estar parado sin dificultad. Al final llegó la etapa en la que necesitó que dos de nosotros lo sostuviéramos de cada lado, y él estaba ahí de pie como un adorador. El Señor Mismo oraba.

Pero debido al esfuerzo que eso significaba para él, Baba hacía que yo leyera las plegarias cada vez más rápidamente. Yo ya les conté la anécdota de la época en la que leía tan rápidamente las plegarias que empezaba a reírme porque las plegarias me sonaban como si fueran un tren expreso retumbando al pasar por la estación sin tiempo para detenerse. Yo no podía entender por qué Baba se estaba sometiendo a semejante esfuerzo físico. Finalmente le dije: 

–¿Baba, por qué haces esto? ¿No puedes sentarte?

Me dijo con gestos: 

–¿Por qué debería yo sentarme? ¿Sabes lo que estoy haciendo? 

“Mi participación en estas plegarias ayudará a cada individuo que recite las oraciones luego de que yo haya dejado este cuerpo. Mi cuerpo está tan débil que no puedo estar de pie. No es importante cómo uno las rece, lo importante es mi participación en ellas. Luego de que yo haya dejado este cuerpo todo aquel que recite estas plegarias recibirá mi ayuda debido a mi participación ahora. Cuando alguien repita las plegarias, yo estaré allí con él. Mi presencia está en ellas.”

Ahora bien, esto me recuerda un episodio muy bueno relacionado con el doctor Deshmukh. Deshmukh era profesor de filosofía, doctor en filosofía y brillante erudito. También estaba completamente consagrado a Baba, y todas las veces que estaba de vacaciones, iba a pasar el tiempo con él. En los primeros años Baba no nos hacía repetir regularmente las plegarias como lo hizo en los últimos años. A veces le gustaba y me pedía que las recitara, pero esto no era algo que sucediera todos los días. De modo que Deshmukh, que era uno de los allegados de Baba, no sabía nada de esta práctica. Él no sabía que de vez en cuando Baba pedía que las plegarias fueran leídas en voz alta. O que a continuación Baba hiciera que los mándalis desfilaran y se pararan en una banqueta, y él se inclinara ante nosotros, tocándonos los pies con su cabeza. Mientras él lo hacía, nosotros teníamos que gritar determinado Nombre de Dios, un Nombre que uno estimaba según su propia religión.

De manera que algunos de nosotros decíamos: “Ya Yezdan,” otros: “Ahuramazda” o “Parabrahma Paramatma”, o “Allah-Hu”, o “Dios Omnipotente”, dependiendo de la religión en la que hubiéramos sido criados. Pero no se nos permitía decir “Baba”. Recuerdo que, cuando Baba nos dijo por primera vez que repitiéramos el Nombre de Dios que más estimáramos, uno de los mándalis le dijo: 

–Baba, el tuyo es el Nombre de Dios que más estimo. –Pero Baba nos ordenó que no usáramos su nombre, y que repitiéramos uno de los nombres tradicionales de Dios.

Ahora bien, un año Deshmukh llegó durante sus vacaciones cuando Baba acababa de pedir que se leyeran las plegarias en voz alta. Baba se había lavado la cara y las manos, y todos estábamos de pie y atentos, y yo estaba a punto de leerlas cuando oímos que alguien estaba moviendo el pestillo de la puerta. Era Deshmukh tratando de hacer girar el pestillo para entrar. Ni bien entró en el Mándali Hall, Baba gesticuló: 

–Es bueno que hayas venido. Eres afortunado, eres bendito porque estás conmigo ahora. Adelante, párate ahí con los demás, y guarda silencio.

El pobre Deshmukh no sabía lo que estaba sucediendo, pero se acercó y paró con el resto de nosotros, y yo empecé a leer las plegarias. Durante la Plegaria del Arrepentimiento, Baba se atenía a la práctica oriental corriente del tasubah, que significa hacer el gesto de arrepentirse, golpeándose suavemente las mejillas con las palmas de las manos, y queriendo decir: “Oh Dios, no haré eso” o “Me arrepiento, me arrepiento”.

Todo esto dejó perplejo a Deshmukh. En su corazón siempre había entronizado a Baba como el Señor de los Señores, como el Más Alto de los Altos, al que se le reza y el que nos redime cuando nos arrepentimos, no el que se reza a sí mismo y se arrepiente como un hombre común y corriente. Esto era muy confuso para Deshmukh. Su mente filosófica no podía conciliar la jerarquía de Baba como el Más Alto de los Altos con su modo de comportarse rezando como un hombre común y corriente. Deshmukh pensó: “Yo considero que Baba es Dios encarnado, ¿pero entonces a quién está Baba rezando? Si Baba está rezando, ¿entonces no se infiere de esto que existe un Dios que es superior a Baba? Deshmukh estaba muy perturbado y confundido, pero nunca nos dijo nada. Notamos que se hallaba más retraído que de costumbre, pero ninguno de nosotros tenía idea de lo que pasaba por su cabeza.

Bueno, la madre de Deshmukh murió no mucho después de eso. En la India tenemos la costumbre de que cuando alguien muere, la familia toma sus pertenencias y las envuelve. Entonces, en el aniversario de la muerte, un año después, el hijo mayor abre ese atado. Así que fue un año después que Deshmukh abrió el atado y encontró un libro que recordó que a su madre le gustaba leer. Era un libro sobre Krishna.

Como Deshmukh era un filósofo y un erudito, era natural que ese libro atrajera su atención. Entonces lo recogió y decidió ver qué era lo que había interesado tanto a su madre, y lo abrió al azar. Miró y vio el capítulo cuyo título era: “El Señor reza”. ¿El Señor reza? Esto le llamó inmediatamente la atención, y Deshmukh empezó a leerlo.

El sereno replicó: 

–Él dijo que quería rezar.

–¿Rezar? ¿Mi Señor está rezando? ¿A quién le reza? ¿Quién es más grande que el Señor? –Narada inquirió acusando al sereno de blasfemia. Pero el sereno insistió en que Narada no interfiriera, diciéndole: 

–Lo único que te estoy diciendo es lo que Él me dijo. Me dijo que quería rezar y que no debía permitir que persona alguna entrara porque no quería que lo molestaran mientras estuviera rezando. –Narada no pudo hacer otra cosa que esperar mientras por su cabeza pasaban pensamientos confusos de toda clase, lo cual era muy parecido a los pensamientos que habían pasado por la cabeza de Deshmukh cuando vio por primera vez que Baba rezaba. Deshmukh siguió leyendo con muchísimo interés: ¿cómo terminaba eso, y a quién Krishna estaba rezando?

Más o menos media hora después, Krishna salió de su habitación y vio a Narada que lo estaba esperando afuera, junto a la puerta. Saludó cariñosamente a Narada, pero éste estaba tan inquieto que sólo le efectuó el más superficial de los saludos. 

–¿Qué te pasa? –le preguntó Krishna–. Pareces disgustado. –Narada estaba tan disgustado que, de hecho, había olvidado completamente el mensaje que tenía que entregar en primer lugar, y le dijo bruscamente: 

–El sereno dijo que Tú estabas rezando.

–Sí, es así –afirmó Krishna. 

–¿Pero a quién rezas? –le preguntó Narada, cuya confianza con el Señor había flaqueado con lo que Krishna había admitido. Krishna se rió: 

–¿En verdad quieres ver a quién le rezo? Ven conmigo. –Y Krishna condujo a Narada hasta su cuarto de oración–. Aquí, aquí está Mi Dios –le dijo Krishna.

¿Y qué fue lo que Narada vio? Vio pequeñas figuras, pequeñas imágenes de los mándalis de Krishna. Había una figurita de Narada, de Arjuna y de todos los allegados. 

–Estos son los seres a los que rezo –le explicó Krishna–. Rezo a mis amantes. Mira, todo el propósito de la Creación consistió en que mi amor fluyera. Yo amo eternamente a mi Creación, pero nazco periódicamente para recibir el amor de mis amantes. Mis amantes me adoran y yo adoro el amor de ellos hacia mí.

Deshmukh se sintió muy aliviado cuando leyó esto. Ahora sabía por qué Baba rezaba. Se desvaneció toda su confusión. La siguiente vez que vino a ver a Baba, le confesó todo lo que le había sucedido, cómo se habían iniciado las dudas en su mente y cómo se habían disipado, y fue así cómo nos enteramos.


El remanso del amor
Pizarras