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La divinidad de Meher Baba

La divinidad de Meher Baba

La divinidad de Meher Baba

Todos ustedes me han oído decir que, durante los muchos años que estuve con Meher Baba, viví aquí como un observador. Baba me había llamado junto con mi familia para que fuéramos con él, y nosotros fuimos. Hice todo lo posible para obedecer a Baba: de hecho, cuando yo era joven me ufanaba de hacer cuanto Baba me pidiera que hiciera. Pero no aceptaba a Baba como el Avatar.

En verdad, en la década del cincuenta, cuando él empezó por primera vez a proclamar al mundo: “Yo soy el Antiguo. Yo soy el Antiguo que ha venido una vez más a vivir entre ustedes. Yo soy el Avatar”, mi mente decía: “¿Él es eso?”. Lo irónico del caso se debía a que yo era el que acostumbraba a expresar en voz alta a las multitudes las palabras de Baba. Ante miles de amantes del Señor yo decía eso con autoridad porque esa era la manera con la que Baba quería que yo lo dijera (vean, no era suficiente que yo simplemente leyera la tabla alfabética de Baba o pusiera sus gestos en palabras; yo también tenía que aplicar a las palabras la inflexión y el énfasis apropiados), pero en el instante mismo en que yo estaba diciendo esas palabras por el micrófono, mi mente me susurraba: “¿Él es eso?”.

Esto continuó durante muchos años. Pero hubo dos episodios que finalmente ayudaron a convencer a mi mente que Baba era quien decía que era. Ya les conté una anécdota –e incluso aparece en el libro de Naosherwan– la que trata sobre el hombre que trabajaba para el ferrocarril. Él fue a ver a Baba y le dijo que lo acusaban de malversación de fondos, y Baba le aseguró esto: 

–No te preocupes. Prevalecerá la verdad. No dañarán ni un pelo de tu cabeza. –Yo estaba ahí. Estaba interpretando los gestos de Baba durante esa entrevista, y por eso recordé muy bien las palabras de Baba.

Después, cuando posteriormente hallaron culpable a este hombre y lo enviaron a la cárcel, mi mente dijo: “¿Qué es esto? Baba ha dicho: ‘Prevalecerá la verdad’ y ahora a este hombre lo envían a la cárcel”. Nunca le dije nada a Baba sobre esto, pero esto me disgustó. Vean, yo era solamente un observador. Miraba todo y pensaba al respecto, y me pareció que algo no andaba bien ahí. Baba había prometido que la Verdad prevalecería y que no dañarían ni un pelo de la cabeza de ese hombre, ¡pero lo habían encontrado culpable y enviado a la cárcel!

Baba dispuso que la familia del hombre fuera atendida mientras él estuviera en la cárcel, pero lo que me molestaba era el hecho de que lo enviaran a la cárcel. Ese hombre llegó al East-West Gathering en 1962. En esa época salió de la cárcel y ahora estaba parado en la cola del darshan esperando tener la oportunidad de pasar delante de Baba. Llegó su turno y Baba lo saludó con mucho amor cuando el hombre reclinó su frente sobre los pies de Baba y luego siguió su marcha. Baba me dijo con un ademán que lo hiciera volver. Lo hice. Baba me indicó que ayudara al hombre a subir al estrado.

Baba podía haberse limitado a hablar muy fácilmente con el hombre mientras éste estaba de pie en la cola, pero no lo hizo. El Dios-hecho-Hombre no vino a sacar a la luz nuestras debilidades frente a los demás. Había unas cinco mil personas sentadas allí frente a Baba, y entonces Baba lo hizo subir al estrado de modo que, aunque allí había miles de personas, pudo entablar una conversación íntima con este hombre. Baba está siempre deseoso de correr un telón en torno de nuestras debilidades, y de aceptarnos como somos, con infinito amor. Y ahora fue Baba quien le preguntó: 

–¿Ahora eres libre? –El hombre le dijo que sí. Baba le indicó que se acercara para que nadie más pudiera llegar a escuchar la conversación. Y entonces Baba gesticuló–: Ahora dime la verdad. ¿Tú lo hiciste? 

El hombre lo admitió: 

–Sí, Baba.

Baba hizo que el hombre se acercara todavía más, le retorció una oreja y luego gesticuló: 

–Nunca vuelvas a hacer semejante cosa. Ahora vete, yo te perdono.

Fue un suceso menor, inadvertido por los miles de personas que se habían reunido allí por el darshan de Baba, pero me impresionó mucho. La verdad había prevalecido. Las palabras de Baba no habían sido tan sólo meramente tranquilizadoras, sino que habían reflejado que Baba había comprendido verdaderamente la situación. Me conmovió hasta dónde llegaba la compasión de Baba, pues él había sabido todo el tiempo que el hombre era culpable, y sin embargo aún se había molestado en procurar que la familia del hombre fuera atendida y que los hijos recibieran una buena educación, y esto continuó durante un tiempo. Sabiendo que el hombre le había mentido y sabiendo que el hombre había cometido un delito, la compasión de Baba fue tan grande que había velado durante años por la familia del hombre y después él mismo lo recibió con gran amor. La que yo había presenciado no era una compasión común y corriente. Esta fue una compasión infinita. La compasión del Dios-hecho-Hombre.

El otro episodio que me impresionó mucho fue también algo que mantuve en secreto respecto de todos, salvo de aquellos a quienes más concernía. Baba estaba viviendo en Bombay y fueron a verlo un hombre y una mujer jóvenes. El hombre me dijo: 

–He recorrido un largo camino para tener el darshan de Baba. –Le dije que yo averiguaría si Baba lo vería, y fui a decirle a Baba que había venido ese joven para verlo. Baba lo hizo entrar.

El joven estaba bien vestido y trajeado, y parecía bien educado y de buena familia. Pero ni bien entró, cayó a los pies de Baba y empezó a sollozar:

–¿Qué quieres? –le preguntó Baba. 

–Quiero tu ayuda –replicó el hombre, y continuó relatando su historia. Se había involucrado con una mujer, ahora ella estaba embarazada, y él no sabía qué hacer.

–¿Eres casado? –le preguntó Baba. 

–Sí.

–¿Y la mujer?

–No, ella era virgen. Pertenece también a una buena familia. Ni mi familia ni la de ella lo saben. Eso será nuestra perdición, y el embarazo ya está muy avanzado. 

–¿Dónde está la mujer?

–Afuera.

–Llámala para que entre.

Cuando la mujer entró, Baba les preguntó a los dos si harían exactamente lo que él les dijera. Ellos juntaron sus manos y le dijeron que sí. Entonces Baba se volvió hacia el hombre y le indicó que se retirara, fuera a su casa, se quedara con su familia y se olvidara de todo. 

–Déjala y vete –le ordenó Baba–. Nunca hagas esto otra vez. –El hombre se lo prometió y luego se marchó para volver a estar con su familia.

Entonces Baba se dirigió a la mujer y empezó a consolarla. 

–No te preocupes –le dijo–. ¿Me obedecerás? 

–Sí, lo haré –le contestó la mujer. 

–Entonces haz una cosa. Escribe una carta a tus padres diciéndoles que estás aquí y que te sientes feliz. Diles a tus padres que deseas quedarte un tiempo aquí. –Como Baba le indicó, la mujer escribió la carta, la cual fue enviada a su familia. Luego Baba llamó a uno de los mándalis y dispuso que la mujer fuera a una institución en la que pudiera dar a luz. Baba organizó su estancia allí y que el bebé fuera adoptado después del parto. Todo esto se hizo muy calladamente. Nadie lo supo.

Una vez que la mujer dio a luz, regresó y Baba le dijo: 

–Recuerda lo que he hecho por ti. Recuérdame, ámame y nunca hagas algo así otra vez. –La familia de la mujer nunca lo supo, y tampoco lo supieron sus amigos o allegados. De hecho, hasta el día de hoy, el hombre y la mujer viven honradamente, dedicados totalmente a Baba, y ninguno dentro de la comunidad de Baba tiene idea de lo que sucedió en el pasado. Esto me causó una gran impresión. Fue otro ejemplo de la infinita compasión de Baba. No se trataba de que Baba solamente perdonara y olvidara sino de la manera con la que él atendía a cada detalle: se ocupaba hasta de los aspectos más minúsculos.

Vean, yo fui el que estuvo con Baba. Él me dio la oportunidad de observarlo, no solamente durante los programas de darshan colectivo sino en todo momento, y nunca vi la vez en la que Baba no manifestara este amor, esta compasión y este interés. Al principio yo podría haber pensado: Meher Baba es realmente una persona extraordinaria para expresar semejantes atributos. Pero a medida que pasaba el tiempo comprendí que esos no eran los atributos de una persona extraordinaria, sino los atributos del Señor Mismo. Y me conmovieron la pasión y la paciencia de Baba que me permitió a mí, que no creía, estar cerca de él todos esos años. Él conocía las dudas que yo tenía, pero nunca me despidió. Nunca insistió en que creyera, y me dio la oportunidad de estar con él día y noche hasta que sus atributos finalmente me convencieron. No fue que él dijera que era el mismo Antiguo que había venido nuevamente lo que me convenció; los que me convencieron fueron los atributos que él ponía de manifiesto. Ningún otro que no fuera el Dios-hecho-Hombre pudo haber tenido semejante paciencia y pudo demostrar un amor, un perdón y una compasión semejantes.

Y así es cómo pasé de ser un observador que pensaba: “¿Él es eso?” a quien ahora puede declarar con plena convicción: “Él es el Avatar. Él es el mismo Antiguo que vino para estar entre nosotros”.


La nueva vida
El remanso del amor