<>
Índice

La nueva vida

La nueva vida

La nueva vida

Durante la Vida de Desesperanza y Desamparo de Meher Baba, llamada la Nueva Vida, Baba decidió establecerse en Motichur, desde donde pudo asistir al Kumbha Mela en Hardwar. El Kumbha Mela se celebra en fechas vinculadas con determinadas posiciones astronómicas de los cuerpos celestes y a él concurren miles y miles de sadhus y centenares de mahatmas. Meher Baba tomó contacto con diez mil sadhus y sanyasis durante este período. Lo hacía tocándoles los pies con sus manos o, en algunos casos, poniendo su cabeza sobre los pies de ellos. Cada día él y sus compañeros caminaban desde Motichur hasta Hardwar, un viaje de alrededor de poco más de veinte kilómetros ida y vuelta, y luego recorrían esa zona a pie durante todo el día. Las tres anécdotas siguientes son de aquella época.

Baba representaba, durante Su Nueva Vida, el papel del buscador perfecto. Especialmente durante el tiempo del Mela, Baba se prosternaba ante todos y cada uno de los sadhus y les tocaba los pies, independientemente de que el individuo fuera un truhán o un santo. Tomaba contacto con esos santos a la vera del camino o en sus campamentos. Baba también se puso en contacto con muchos ashrams ubicados en las riberas del Ganges.

En una de sus visitas a un ashram, después de que Baba se inclinó ante el jefe del ashram, el Mahant (jefe de esa secta de sanyasis) convidó a Baba con prasad. Baba lo rechazó rápidamente, como lo hacía siempre después de hacer contacto. Al final del día, antes de regresar a Motichur, Baba dijo repentinamente que él debería haber aceptado el prasad que el Mahant le había ofrecido. Repliqué: 

–Sí, Baba. En ese momento pensé que no aceptarlo no coincidía con el espíritu de la Nueva Vida. –Baba me preguntó si yo podía encontrar el ashram y si reconocería otra vez al Mahant. Le dije que sí y Baba me dijo que regresara y aceptara el prasad en su nombre y le expresara sus disculpas porque no había aceptado el prasad ofrecido con tanto amor.

Encontré el ashram y tomé contacto con el Mahant, quien se puso contento por volver a convidarme con el prasad, que entonces yo se lo llevé a Baba, quien lo repartió muy feliz entre sus compañeros.

Otro episodio de esa época ilustra la manera con la que Baba podía utilizar los hechos más insignificantes de nuestra vida diaria para hacernos comprender el significado de la verdadera espiritualidad. Un día, mientras caminábamos entre Motichur y Hardwar, vimos dos cuervos apareándose. Ahora bien, este es un hecho raro. Es tan raro que, según la tradición, si alguien ve eso alguna vez, significa que morirá la persona más íntima y querida de quien lo observó.

Entonces, cuando vimos a los cuervos aparearse, Baba actuó como un hombre común y corriente, y se preguntó si se podía hacer algo para evitar la muerte de uno de nuestros seres queridos. Como ocurre con casi todas las supersticiones, habitualmente existe un antídoto tradicional y, en este caso, generalmente se acepta que, si se anunciara una “muerte”, se podría evitar que ocurriera una muerte real.

Hubo una animada discusión mientras tratábamos esto, con Baba provocándola y estimulándola. Él nos sugirió que le enviáramos un telegrama a Keki Desai, un devoto de Baba oriundo de Delhi, para que informara a quienes correspondía que él, Baba, había muerto.  Pero los compañeros pensamos que la conmoción al recibir esta noticia podría ponerlo a Keki demasiado a prueba. Conociendo su amor y su devoción a Baba, temimos que sufriera un ataque cardíaco al recibir ese telegrama. Tampoco sabíamos cómo su familia u otros amantes recibirían el telegrama o serían informados al respecto. ¿Tratarían las personas de ponerse en contacto con nosotros al enterarse de la noticia, lo cual iba en contra de las órdenes de la Nueva Vida? Aparentemente el telegrama podría producir graves repercusiones. Entretanto, durante toda esta discusión, parecía que Baba tomaba todo esto como un juego, pero al mismo tiempo estaba totalmente serio, representando al máximo el papel de un hombre común y corriente.

Finalmente se decidió que, en lugar de anunciar la muerte de Baba, enviaríamos un telegrama diciendo que Pendu, uno de los dilectos compañeros que estaba con nosotros, había muerto, y que una hora después enviaríamos otro telegrama anunciando que Pendu no había muerto. Los dos telegramas fueron enviados cuando llegamos a Hardwar.

Tal como resultó, aunque no nos enteramos de esto hasta un tiempo después, los telegramas llegaron en orden inverso. Primeramente Keki recibió el telegrama anunciando que Pendu no había muerto, en desmedro del primer telegrama. Keki estaba todavía perplejo por esto cuando llegó el telegrama diciendo que Pendu había muerto. Entonces no se produjo ninguna alarma o confusión grave.

Todo lo que Baba hace, no importa lo trivial que parezca, tiene una importancia inmensa. No puedo decir qué profundo significado interior se ocultaba detrás de este episodio de los telegramas, pero en un plano material común y corriente, la conversación sobre lo que entonces haríamos porque habíamos visto a dos cuervos apareándose nos ayudó a pasar el tiempo en nuestro largo viaje a pie hacia Hardwar. Fue una diversión para todos nosotros, lo gracioso de eso nos entretuvo y, quién sabe, tal vez la recepción de esos dos telegramas en esa rápida sucesión (alterada en su orden) ayudó a Keki y a su familia a comprender lo efímero de la vida en la Ilusión y los ayudó a afirmarse en la inmutable Verdad de Dios como la única Realidad.

Esta etapa de contactos con sadhus en el Khumba Mela fue ardua y agotadora para nosotros y especialmente para Baba. Era una larga caminata, y luego Baba pasaba horas cada día prosternándose ante centenares de sadhus y después emprendía la larga caminata de vuelta, a pie, al caer la tarde. Nuestras comidas durante esta época, como de costumbre en la Nueva Vida, eran muy escasas. Comíamos solamente una vez por día y apenas dal y chapatis por entonces. Pero como pasábamos todo el día con Baba, al llegar de vuelta al campamento tardábamos un poco en poder organizarnos con el fin de cocinar siquiera esa comida sencilla. Se sugirió que un muchacho del lugar vigilara nuestro campamento durante el día y nos cocinara la comida a la noche.

Baba estuvo de acuerdo en esto y se requirieron los servicios de un jovencito sencillo y de buen corazón, oriundo de las colinas, que se llamaba Satpal. Pero cuando éste vio lo limitado de nuestra dieta y el gran esfuerzo físico que hacíamos cada día, empezó a preocuparse porque no estábamos nutriéndonos suficientemente. Nos sugirió que compráramos un poco de aceite y lo agregáramos a nuestro dal para volverlo más nutritivo. Baba pensó que esta era una buena idea, por lo que compramos una lata de aceite.

La noche siguiente, cuando regresamos, el dal estaba cocinado. Nos preguntamos por qué era eso, y Satpal nos explicó que había querido asegurarse de que la comida estuviera recién hecha, de modo que esperó hasta que nos vio venir antes de empezar a cocinar. Nadie podía criticar semejante consideración, pero, aunque el dal fue finalmente servido, no estaba cocido del todo. No era blando y su gusto era diferente del habitual. Pero de todas maneras lo comimos, y después de la cena Baba me envió a una granja cercana para que consiguiera un poco de pasto para los bueyes.

En el camino tuve una fuerte diarrea, pero no pensé mucho en eso hasta que regresé y vi que todo el campamento estaba afectado. Todos los compañeros estaban sufriendo ataques de diarrea y Baba se quejaba de dolores de estómago. Fui a ver a Satpal y le pregunté cómo había preparado la cena. Resultó que en lugar de cocinar el dal como de costumbre y agregarle luego un poco de aceite, había empapado el dal en aceite antes de cocinarlo, en lugar de empaparlo en agua. Cuando fui a examinar la lata de aceite, vi que había utilizado tres cuartas partes de ella. ¡Era lógico que nos descompusiéramos tanto!

Después de este episodio, volvimos a discutir la situación de la comida, y se decidió que, en lugar de aceite, compráramos un poco de ghee (manteca clarificada). Baba nunca decía que no a estas ideas. Se interesaba siempre en estas discusiones y aparentemente le gustó la idea. Entonces, al día siguiente, trajimos de Hardwar una gran lata de ghee. Fue un trabajo de más transportar toda esa distancia semejante lata pesada, pero la comida de esa noche valió la pena. Satpat agregó al dal solamente un poquito de ghee al cocinarlo y su gusto fue delicioso para todos nosotros. Todos estábamos complacidos con este experimento que parecía haber resultado tan bien. Esa noche Baba advirtió a Satpal que vigilara bien el ghee.

Al día siguiente, como de costumbre, caminamos con Baba hacía Hardwar para que pudiera ponerse en contacto con los sadhus. En el camino reflexionamos naturalmente sobre la deliciosa comida que pronto tendríamos. Recibimos nuestro dal antes de lo previsto, pero cuando empezamos a comerlo nos encontramos con que el extraordinario sabor del dal estaba ausente. Le preguntamos a Satpal y nos dijo que no quedaba más ghee. Sabíamos que eso no podía ser porque el día anterior habíamos traído una lata entera, y entonces le preguntamos a Satpal qué había sucedido y, apenado, nos contó la triste historia.

Había entrado un perro en el campamento y consiguió llevarse la lata de ghee arrastrándola. Satpal había estado buscando la lata que faltaba pero no la encontró en seguida. Entretanto el perro había volcado la lata y, bajo el sol ardiente, el ghee se había derretido y derramado de la lata mientras el perro la lamía a más no poder. Pero la lata estaba vacía cuando Satpal la encontró.

Después de esto Baba sugirió que nos limitáramos a atenernos a nuestras viejas rutinas. Parecía que en la Nueva Vida, aunque lo intentábamos, las austeridades no podían evitarse. Pero esta era la manera de Baba. Lo típico era que Baba no se negara a algún pedido de un confort adicional por parte de sus compañeros, pero luego las circunstancias se sucedían de tal manera que al final era simplemente más fácil prescindir de lo acordado.

Por ejemplo, cuando Elizabeth Patterson conducía a Baba durante las giras con el Blue Bus, a ella le resultaba muy difícil levantarse tan temprano por la mañana. Pero no solamente tenía que levantarse sino que también tenía que manejar, lo cual le demandaba mucha concentración. Elizabeth nunca se quejaba, pero lo que la preocupaba era que con su somnolencia pudiera tener un accidente; entonces le preguntó a Baba si no podría permitirle que tomara un poco de café por la mañana, que la ayudara a mantenerse despierta.

Baba pensó que esa era una buena idea, y en el primer pueblo grande por el que pasaron él hizo comprar un buen termo que ella llenaría con café cada mañana. Luego Baba le ordenó que en cualquier momento que se sintiera somnolienta, tenía que detenerse a la vera del camino y servirse el café. Ahora bien, Elizabeth sabía que a Baba no le gustaba detenerse sin necesidad durante sus giras, pero por otra parte la orden de Baba era que cuando se sintiera somnolienta ella tenía que detenerse para tomar un poco de café; entonces el primer día que ella tuvo el termo, cuando se sintió somnolienta, se detuvo para tomar un poco de café.

Elizabeth puso el termo en el piso del auto, cerca de sus pies, y cuando abrió la puerta del auto para bajar, el termo rodó hasta el suelo y se hizo pedazos. Elizabeth se disgustó porque pensó que no había tenido cuidado, y sabía que Baba se había tomado la molestia de conseguirle el termo. Pero Baba le aseguró que no había problema y que no se preocupara, y que la primera vez que pasaran por un pueblo bastante grande conseguiríamos otro. Y lo conseguimos.

Pero la siguiente vez que Elizabeth se detuvo y abrió la puerta del auto, sucedió lo mismo. No recuerdo cuántos termos compramos, pero cada vez sucedió lo mismo hasta que Elizabeth estuvo de acuerdo en que era más sencillo no preocuparse por eso y no comprar ningún termo más. Y así fue. Baba no nos decía que no, pero al final nosotros decidíamos, por nuestra cuenta, prescindir.

Esto también sucedió en la Nueva Vida, pero si ustedes me permiten una digresión, esto me recuerda un hecho que ocurrió con Shireenmai, la madre de Baba. Una vez estábamos viviendo en Lonavala, que no está lejos de Pune. Como siempre, nuestra dieta era muy sencilla y podría decirse que escasa, y Shireenmai, que era muy buena cocinera, según dice Mani, descubrió que la comida era insuficiente.

Ahora bien, sucedió que a Shireenmai le encantaba el pomfret (pescado palomita), que es una clase de pescado. Mi madre sabía esto, y entonces consiguió que nos enviaran un poco de pomfret a Lonavala. Lo hizo sin decírselo a Baba porque sabía que Baba no aprobaría ese derroche, pero consiguió por su cuenta que enviaran un poco de pomfret. Llegó el pescado, y mi madre y Shireenmai estaban muy contentas. Lo cocinaron y pusieron sobre la mesa para que Shireenmai lo comiera, pero antes de que siquiera probara un bocado, un gato saltó por la ventana y huyó con el pescado. Por supuesto, Shireenmai le echó la culpa de esto a Baba.

Pero fue por medio de estos sucesos menores que aprendimos a aceptar nuestra situación, a no apegarnos a nuestros deseos e incluso a encontrar lo humorístico en la manera misma con la que nuestros deseos se frustraban. La espiritualidad verdadera no consiste en ir al Himalaya a meditar sino en contentarnos con lo que la vida nos da a cada instante.


Pensar con rapidez
La divinidad de Meher Baba