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Contaminar el océano

Contaminar el océano

Contaminar el océano

El otro día les conté la anécdota de cuando alguien estaba difundiendo rumores, en la década del treinta, diciendo que Baba se había entregado a las bebidas alcohólicas y a las mujeres mientras vivía en la zona de Rishikesh y Haridwar. Baba emitió incluso una circular sobre esto en aquella época. Bien, esto me recuerda una historia que una vez Baba nos contó. Ahora no recuerdo qué la originó, pero la historia misma está muy fresca en mi mente. Baba estaba sentado con nosotros cuando nos la contó. 

Dijo que una vez había un gran yogi que vivía en la orilla de un río. Tenía muchos discípulos y todos los días solía pronunciar discursos a los que concurrían centenares de personas. Lo respetaban y honraban como un maestro. Ahora bien, un día este yogi y sus discípulos ven cierto movimiento en la otra margen del río, lo cual no es corriente. Se preguntan qué está ocurriendo y resulta que un pequeño grupo de personas está preparando un lugar para quedarse ahí. El yogi supuso que debían ser algunos sadhus que tal vez estaban armando un campamento, porque nadie más viviría allá afuera, y no les prestó atención.

Pero a medida que pasan los días, ese pequeño campamento parece ir en aumento y aparentemente todos los días se juntan más personas. Lo que el yogi no sabe es que no son sadhus los que se mudaron allá sino un Maestro y sus discípulos. Ahora bien, el Maestro no pronuncia discursos ni trata de proclamarse como tal, pero la gente se siente naturalmente atraída hacia él porque él es perfecto.

Cuando se corre la voz de que llegó, son cada vez más las personas atraídas hacia él. Así es como ocurre con los Maestros Perfectos. No tienen que hacer propaganda ni proclamarse con ningún título; esto lo proclama su propio ser y, lentamente, paso a paso, la humanidad es atraída hacia ellos.

Esto se parece a envolver una lamparita eléctrica en una tela oscura. Aunque no se pueda ver la luz, cuando se la enciende se puede sentir su calor, y entonces ellos se dejan atraer hacia los Maestros Perfectos.

Al principio, el yogi de la otra ribera no prestaba atención a esto. ¿Qué le importaba que alguien acampara en la margen de enfrente?  Pero pasó el tiempo y notó que eran menos las personas que acudían para escuchar sus discursos. Cuando preguntó a sus discípulos a qué se debía eso, entre tartamudeos y vacilaciones le dijeron: 

–¿Ah, recientemente ha habido menos? No lo habíamos notado.

–No, les aseguro, ya no hay tantos como antes. ¿Dónde están?

–Quizá se han ido al otro lado del río –finalmente le sugirió uno de los discípulos. 

–¿Por qué? ¿Qué hay allá para que deban ir?

–Allá hay alguien, y la gente ha pensado en visitarlo.

–¿Por qué? ¿Qué es lo que él enseña?

–Exactamente, no enseña nada.

–Bueno, ¿qué es lo que él dice en sus discursos?

–Exactamente, no pronuncia discursos.

–Bueno, ¿qué yoga practica?

–No practica ningún yoga.

–¡Qué raro! –dijo el yogi al oír esto–. ¿No practica ningún yoga? ¿Entonces por qué la gente va a verlo?

–No lo sabemos –le dijeron los discípulos–, pero parece que piensan que es alguien importante.

El yogi desechó esta idea con un ademán, y pensó:

–Después de todo, ¿cómo alguien que ni siquiera práctica yoga podría ser grande? Eso se debe solamente a que él es nuevo aquí. A la gente siempre le atrae algo que sea nuevo. Pero dentro de poco las personas verán que él no tiene nada que ofrecerles, y volverán conmigo. No solamente eso, sino que entonces empezarán a apreciar precisamente lo que yo soy.

Pero cuando pasaron los días, en lugar de que fueran menos quienes iban a ver al Maestro, eran aún más los que acudían. Y los grupos del yogi eran cada vez más reducidos.

–¿Quién es este hombre? ¿Qué se cree que es? –preguntó el yogi a los discípulos leales que aún estaban con él. 

–Parece que la gente lo considera un sadguru –le contestó uno de los discípulos.

–¡Un sadguru! ¿Tiene el descaro de llamarse así?

–No, él no dice eso ni afirma serlo, pero eso es lo que la gente está diciendo.

–¿Pero por qué la gente debería decir eso? ¿Qué es lo que enseña?

–No lo sé.

–Bueno, visita el lugar y averigua exactamente qué está predicando para que yo pueda saber de qué se trata y mostrarles a todos la falacia que existe en sus enseñanzas.

Entonces el discípulo fue y se unió a la multitud que se había congregado alrededor del Maestro. Pero el discípulo quedó tan cautivado por el Maestro que nunca regresó. Entonces eso hizo que el yogi se enojara muchísimo y se diera cuenta de que, si no hacía algo y pronto, perdería a todos sus seguidores. Nunca se le ocurrió cruzar personalmente el río y visitar al Maestro. Era demasiado orgulloso y arrogante para hacerlo. Automáticamente sólo supuso que ese hombre debía ser un impostor, un farsante, y decidió desenmascararlo para que sus seguidores volvieran con él.

Una mañana, antes de retirarse por ese día, vinieron a visitar al yogi algunas bailarinas que eran seguidoras suyas, y al yogi se le ocurrió de repente cómo podía desenmascarar a este otro maestro como un impostor. Él ya ha oído muchos chismes sobre las actividades sospechosas en el campamento del Maestro y sabe que este no es de costumbres ortodoxas. Aparentemente no les inculca a sus seguidores que mediten en horarios regulares, que repitan el Nombre de Dios por día, ni que hagan yoga. Aparentemente no le importa que lo que coman se ajuste a lo prescripto en las antiguas escrituras, ni parece ser espiritual en su mínima expresión. Entonces el yogi les pregunta a las muchachas: 

–¿Han oído hablar de ese supuesto Maestro que se estableció en la orilla de enfrente? Quiero que esta noche vayan allá y lo entretengan. Les daré unas canastas de carne y vino para que también las lleven.

–¿Y luego?

–Entretengan tanto a él como a sus seguidores del modo que solamente ustedes pueden hacerlo, y a la mañana vuelvan aquí para informarme de todo lo que sucedió.

El yogi mandó a buscar a uno de sus discípulos para que comprara en el pueblo un poco de vino y unos bocadillos nada vegetarianos, como por ejemplo, pasteles de carne y chuletas, y esa noche, cuando vinieron las muchachas, llevaron esas provisiones hasta la orilla y las pusieron en un bote de remos; entonces las muchachas remaron hasta el campamento del Maestro. Era posible oír el ruido de los remos, y el Maestro envió hasta el río a uno de sus mándalis para ver quiénes venían. Cuando ellas llegaron a la costa y bajaron del bote, y el discípulo pudo oír el retintín de los brazaletes, se sorprendió y les preguntó: 

–¿Esta es hora de venir de visita? –pues en aquella época las mujeres no salían después de que oscurecía. Y una de las muchachas le contestó: 

–Sí, nuestro día empieza ahora.

Baba era muy bueno actuando. Mostraba la mirada de sorpresa en la cara del discípulo al ver que las muchachas bajaban del bote, y luego representaba el son de cencerros de los brazaletes y las miradas altivas de las bailarinas, las cuales dijeron: 

–Hemos venido a bailar para tu maestro. –Y entonces el discípulo las condujo hasta la vivienda del Maestro.

El Maestro las saludó efusivamente, las hizo sentir bienvenidas y les preguntó: 

–¿Qué las trae por aquí a esta hora?

Ellas replicaron:

–Queríamos verte.

–¿Pero no les preocupa estar afuera tan tarde?

Y ellas le contestaron: 

–Salimos frecuentemente después de que oscurece y eso no nos asusta.

–Lo lamento, no puedo ofrecerles mucho, pero si gustan beber o comer algo para recobrar sus fuerzas después de remar a través del río, me sentiría feliz compartiendo con ustedes lo que tengo. –Entonces el Maestro le dice a uno de los mándalis que les traiga a las muchachas un poco de limonada y un poco de arroz con dal caliente. Y ellas le dicen: 

–Ah, hemos traído algunas cosas con nosotras.

–¿Las trajeron? –le pregunta el Maestro–, porque yo no veo nada.

–Las dejamos en el bote –replica una de las muchachas, y el Maestro ordena a uno de sus mándalis que baje hasta la orilla del río y traiga las provisiones del bote. Un rato después de que el mándali trajera todo el vino y la carne, el Maestro exclama al ver eso: 

–¿Tanto? Esto es maravilloso. Podemos tener un picnic. –Y empieza a ordenarles a sus seguidores que deben venir a repartir la comida, y que tendrán una fiesta–. Traigan el armonio y las tablas, y tendremos ghazals –declara el Maestro–, y tendremos una verdadera fiesta. 

Es en ese preciso momento cuando uno de los mándalis se acerca al Maestro y le susurra al oído: 

–Maestro, ¿no sabes que estas son bailarinas ordinarias? No puedes dejar que se queden.

El Maestro se vuelve hacia las muchachas: 

–¿Es cierto eso? ¿Ustedes saben bailar?

–Sí –admiten ellas tímidamente, porque el honesto afecto del Maestro hacia ellas les ha dado cierta vergüenza. Han perdido la timidez que utilizan habitualmente al conversar con los hombres, y no están reaccionando como lo hacen con un cliente potencial sino como con un amigo. Así que ellas miran hacia abajo y dicen–: Sí, podemos bailar.

Esto le encanta al Maestro, quien bate palmas y anuncia: 

–Esta noche tendremos una fiesta. Vengan, traigan un poco de música para acompañar la danza. –Y empieza a preguntarles a las muchachas qué clase de acompañamiento les gustaría.

Se ultiman todos los detalles, las muchachas empiezan a bailar, y el Maestro está encantado con todo esto. De vez en cuando bate palmas o grita: “¡Wuh!” o “¡Shabash!” (¡Bravo! ¡Bravo!) para expresar su aprecio. Y las muchachas tienen la sensación de que nunca nadie apreció verdaderamente su arte como lo hizo este hombre. Se empeñan aún más en complacerlo y él parece saber exactamente cuándo ellas han hecho algo extraordinario, o cuando su gracia ha sido especialmente suave y fluida, y nunca deja de hacer comentarios y de felicitarlas.

Más o menos una hora después se detienen agotadas y el Maestro es pródigo en sus elogios. 

–Pero ahora ustedes seguramente deben tener hambre y sed –les comenta, y dispone que les den un poco de vino y comida–. Ahora descansen y nosotros las entretendremos –les dice y, con un ademán, le indica a uno de sus mándalis, que tenía buena voz, que cante un ghazal. Al promediar la canción, le indica a otro de los mándalis que traiga unas frazadas para dárselas a las bailarinas. Ellas se muestran sorprendidas–. Ustedes se han esforzado mucho, está haciendo frío y sus ropas no están diseñadas para el frío; por eso, pónganse encima las frazadas y abríguense.

Esta fue la única vez en la que el Maestro pareció fijarse en el hecho de que las muchachas tenían poca ropa. Estaban vestidas, pero con ropa transparente que supuestamente las volvían más seductoras. Pero la única preocupación del Maestro parecía ser el bienestar de ellas.

Y el Maestro les dice con gestos: 

–Escuchen, este es un verso muy bueno. –Y está sentado en su silla, meciéndose con la música y disfrutando todo. También las muchachas lo están disfrutando y, un rato después, se levantan y vuelven a bailar, y el Maestro dispone que les sigan sirviendo el vino y la carne a ellas y a los mándalis, de lo cual también participa personalmente el Maestro. En resumen, el Maestro procura que todos disfruten la fiesta que continúa durante toda la noche.

Finalmente amanece y el Maestro les agradece a las muchachas que hayan venido y les dice que, cuando quieran, podrán venir a verlo y serán bienvenidas, y él las acompaña personalmente hasta la orilla del río para asegurarse de que se marchen sin inconvenientes.

Tan pronto las muchachas llegan a la otra orilla, le informan al yogi que las ha estado esperando. 

–¿Les fue bien? –les pregunta–. ¿Fueron a verlo?

–Sí, acabamos de venir de allá.

–¿Y las recibió?

–Oh, sí, él fue muy cordial.

–¿Le dieron el vino y la carne?

–Sí, tuvimos una gran fiesta y se consumió todo.

–¿Y ustedes bailaron?

–Sí, bailamos. Bailamos sin cesar, todos la pasaron bien y ahora estamos agotadas, de modo que, por favor, déjanos ir.

–Ustedes lo oyeron –les dijo el yogi a sus discípulos–. Él aceptó el vino y la carne, y permitió que las bailarinas actuaran para él. Eso es un escándalo. ¿Cómo alguien puede pensar que él es un Maestro? Llamen a los ancianos, es hora de desenmascarar a este impostor y de obligarlo a que se marche antes de que corrompa con sus degeneradas costumbres a gente inocente.

Entonces los discípulos salen a decirles a todos que su maestro los llama para una reunión importante y que todos deben concurrir. Cuando llegan, el yogi denuncia que el Maestro es un farsante y se apoya como prueba en lo de las bailarinas, el vino y la carne para demostrar que ese hombre es un impostor.

Al escuchar esto la gente se disgusta y muchos juran que dejarán de ir a verlo. –Pero eso no basta –les dice el yogi-, ahora tenemos el deber de desenmascararlo públicamente y expulsarlo de aquí.

–Sí, sí –la gente está de acuerdo, y hace planes para ir en una gran procesión encabezada por el yogi, cruzar el río, enfrentarse con ese hombre y exigirle que se marche inmediatamente.

Pero entonces se dan cuenta de que hay un problema. ¿Cómo van a cruzar el río? Aunque el río es ancho y caudaloso, no es muy profundo y ellos lo podrán vadear fácilmente, pero piensan que eso no es lo adecuado para la dignidad de su Maestro. Y no sería muy imponente que sentaran al yogi en un bote mientras ellos remaban para cruzar el río. Entonces al final deciden que, mientras ellos vadean el río, su maestro debería ir delante de ellos montado en un caballo de gran porte. Piensan que eso será lo adecuado, y entonces él podrá denunciar como es debido a este advenedizo, y obligarlo a marcharse.

Entonces traen un caballo excelente y de gran porte, y le ponen una montura fantástica, hacen sentar en ella al yogi y entonces comienza la procesión para el cruce del río y la confrontación. Pero todo este alboroto, toda esta barahúnda llega a la otra orilla y el Maestro les pide a sus discípulos que vean lo que está ocurriendo. Ellos regresan para informarle que una gran procesión está cruzando el río para verlo. Entonces el Maestro baja hasta la orilla para ver personalmente el espectáculo.

Mientras tanto, el yogi encabeza orgullosamente la procesión montado en su caballo y ya se halla en la mitad del río. En ese preciso momento su caballo se detiene repentinamente y empieza a orinar. ¿Ustedes sabían que los caballos tienen que quedarse quietos para orinar? Yo nunca lo supe hasta que Baba me contó esta historia. 

–A diferencia de los bueyes y las vacas, los caballos no pueden orinar mientras se mueven –nos dijo Baba, y yo nunca había escuchado eso. Al pensarlo, me di cuenta de que nunca había visto que un caballo orinara mientras estuviera andando, pero nunca se me había ocurrido que ellos no podían hacerlo; el caballo se detendrá siempre. Ustedes verán a los bueyes orinando mientras tiran de las carretas, pero no verán un caballo hacerlo.

De modo que el caballo tuvo que orinar y vino a detenerse en la mitad del río. El Maestro sabía lo que el caballo estaba haciendo, y súbitamente grita con voz tronante:

–¡Eh ustedes!, ¿qué están haciendo? Su caballo está contaminando el río. –El yogi se vuelve hacia los aldeanos allí agolpados y sonríe ante ese absurdo, como si eso sólo indicara que aquel hombre no estaba en su sano juicio en lo material y mucho menos en cuanto a conocimiento espiritual. Y le contesta gritando con mucha arrogancia: 

–¿Quién oyó alguna vez que un caballo es capaz de contaminar un río ancho como éste?

–¿Quién oyó alguna vez que unas pocas botellas de vino, algunos pasteles de carne y unas pocas bailarinas pueden contaminar todo el Océano? –le retrucó el Maestro. Y entonces el yogi comprendió cabalmente cómo es la verdadera Perfección, y se dio cuenta de que sus métodos eran erróneos.

Baba solía decir a quienes vacilaban en ir a verlo porque se sentían indignos: “Yo soy el Océano. Simplemente denme todo, nada podrá contaminarme”. Y esto es verdad. Tenemos que darle a Baba no solamente nuestras supuestas fuerzas sino también nuestras debilidades. Tenemos que darle todo a Baba. Hasta nuestros más oscuros pecados son como la orina del caballo en el río; no pueden contaminar el Océano. 

Por eso nunca vacilen en acudir a Baba. Nunca se consideren indignos. ¿Quién de nosotros es digno? Si fuera así, ninguno de nosotros sería digno de él, pero ninguno de nosotros tiene jamás vedada su compañía debido a nuestra indignidad; he ahí su compasión. Y solamente dándole nuestra indignidad nos dignificamos para permanecer en su compañía. Pues eso es lo que él quiere. Quiere que le demos nuestras debilidades, nuestras faltas y nuestros supuestos pecados.


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