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La Búsqueda de Dios

La Búsqueda de Dios

La Búsqueda de Dios

Los distintos grados de la fe en Dios

La  mayoría de la gente ni siquiera sospecha que Dios existe, por lo tanto no se preocupan por esta cuestión. Hay otras que, por influencia de la tradición, pertenecen a una fe u otra, y adquieren por su entorno la creencia en la existencia de Dios. Su fe es suficientemente fuerte como para mantenerlas ligadas a ciertos rituales, ceremonias o creencias, y raras veces posee la vitalidad necesaria para que cambien radicalmente de actitud respecto de la vida. E incluso hay otras personas de mentalidad filosófica e inclinadas a creer en la existencia de Dios debido a sus propias especulaciones o afirmaciones de otros; en el mejor de los casos, Dios es para ellas, una hipótesis o una idea que es producto del intelecto. Esta tibia creencia nunca podrá ser en sí misma suficiente incentivo para lanzarse a buscar seriamente a Dios. Estas personas, no saben de Dios a través de un conocimiento personal, y Dios no es para estas personas objeto de un intenso deseo o esfuerzo. Dios por lo tanto, nunca podrá ser para estas personas un objeto de deseo o un objeto que se anhela fuertemente.

El verdadero buscador busca el conocimiento directo de las realidades espirituales

Un verdadero buscador, un verdadero aspirante no se contenta con conocer realidades espirituales que están basadas en lo que otros dicen, no les satisface conocer meramente por inferencia o especulaciones espirituales. Para él, las realidades espirituales no son objeto de vagos pensamientos, y su aceptación o rechazo implican trascendentales consecuencias para la vida interior. Por ende, el aspirante lógicamente insiste en el conocimiento directo de esas realidades. Un ejemplo de esto es un hecho que ocurrió en la vida de un gran sabio. Un día, él estaba conversando sobre hechos espirituales con un amigo muy adelantado en el sendero. Mientras dialogaban, su atención se desvió hacia el ataúd  que transportaba el cuerpo de un hombre muerto  frente a ellos. “He aquí el final del cuerpo, pero no del alma”, observó el amigo. “¿Has visto al alma?,” preguntó el sabio. “No,” le contestó el amigo. Y el sabio siguió siendo escéptico acerca del alma, pues persistió en su conocimiento personal.

El buscador tiene una mente abierta

Aunque el aspirante no pueda contentarse con conocimientos de segunda mano ni con suposiciones, él no se cierra mentalmente ante la posibilidad de la existencia de realidades espirituales que no han llegado aún a ser parte de su experiencia. En otras palabras, es consciente de las limitaciones de su propia experiencia individual y se abstiene de convertir a esta última experiencia en el criterio de toda posibilidad. Su mente está abierta a todas las cosas que puede hallar más allá del alcance de su  propia experiencia. Si bien no hay una aceptación inmediata, superficial, por el solo hecho de  escucharlo, tampoco se precipita a negarlas, tiene una actitud equilibrada. La limitación de la experiencia tiende frecuentemente a reducir el alcance de la imaginación, de manera que el individuo llega a creer que no existen otras realidades que aquéllas que se han formado debido a  sus experiencias pasadas que son conocidas. Sin embargo, habitualmente algunos episodios o sucesos de su propia vida harán que el buscador, el aspirante se escape de su dogmático encierro y obtenga una mente realmente abierta.

Un episodio ilustrativo

Un ejemplo de esta etapa de transición se puede ilustrar con una anécdota de la vida del mismo sabio, el cual resultó ser un príncipe. Unos días después del episodio ya mencionado, iba a caballo cuando apareció un caminante que avanzaba hacia él. Puesto que su presencia impedía el paso del caballo, el sabio le ordenó arrogantemente al hombre que saliera del camino. Éste se negó, por lo que el sabio desmontó y ambos tuvieron la siguiente conversación: “¿Quién eres?,” preguntó el caminante. “Soy el príncipe,” contestó el sabio. “Pero yo no sé que tú eres el príncipe,” dijo el caminante y continuó: “Te aceptaré como príncipe solamente cuando yo sepa que lo eres, y no de otra forma”. Este encuentro hizo que el sabio se diera cuenta de la potencial existencia de Dios aunque él no lo conociera por experiencia personal, así como él era realmente un príncipe, aunque el caminante no lo supiera por su propia experiencia personal. Entonces, al abrirse su mente a la posible existencia de Dios, se abocó a resolver esa cuestión con intensidad.

Indiferencia acerca de la existencia de Dios

Dios existe o Dios no existe. Si existe, su búsqueda se halla ampliamente justificada. Si no existe, no se pierde nada buscándolo. Sin embargo, el hombre no suele dedicarse a buscar realmente a Dios como si se tratara de una iniciativa voluntaria, una iniciativa alegre. Él es impulsado a esta búsqueda al desilusionarse con las cosas de este mundo que lo seducen y de las que no puede desviar su atención, no puede desviar su mente. La persona corriente se enfrasca por completo en sus actividades del mundo cotidiano, del mundo  ordinario, del mundo  físico. Vive sus múltiples experiencias alegres, dolorosas sin siquiera sospechar que existe una Realidad más profunda. Él procura por todos los medios tener placeres sensuales y evitar todas clases de diferentes dolores y  sufrimientos.

Ocasiones que hacen pensar

Ésta es la filosofía del individuo común, del individuo corriente: “Come, bebe y diviértete”. Sin embargo, a pesar de su incesante búsqueda del placer, de ninguna manera puede evitar enteramente el sufrimiento, y aunque logre complacer sus sentidos, a menudo sus sentidos lo llevan al hartazgo, al cansancio. De manera que, mientras atraviesa la ronda diaria de variadas experiencias, suele surgir una ocasión en la que él empieza a preguntarse: “¿Cuál es el fin de todo esto?”. Este pensamiento puede surgir de algún episodio desafortunado, doloroso  y para el que no está mentalmente preparado. Puede tratarse de la frustración de algo que esperaba y de lo que estaba seguro, o de un importante cambio en su situación que exigía un reajuste de base, radical y renunciar a modos de pensar y comportarse ya establecidos. Normalmente esta ocasión surge como consecuencia de la frustración de un deseo intenso. Si por casualidad, algo que él desea profundamente se frustra de tal manera que no existe la más leve posibilidad de que alguna vez se concrete, la mente experimenta un shock tal que no acepta más el tipo de vida que hasta entonces podría haber aceptado sin cuestionarla.

La  fuerza descontrolada de la desesperación es destructiva

Es probable que, en estas circunstancias, la persona sienta forzosamente una desesperación total. Y si la formidable fuerza generada por esta alteración de su mente sigue careciendo de control y sigue careciendo de dirección, puede incluso desembocar en un grave trastorno mental o incluso en tentativas de suicidio. Esta catástrofe vence a aquéllos en quienes la desesperación se une con la incapacidad de reflexionar, con la irreflexión, pues permiten predominio libre y total del impulso destructivo. Lo único que esta fuerza descontrolada de la desesperación puede hacer es destruir. La desesperación de una persona reflexiva es, en similares circunstancias, totalmente distinta,  diferente en cuanto a sus resultados porque la energía liberada puede ser controlada y dirigida inteligentemente hacia un propósito. La persona toma una importante decisión para descubrir y concretar el objetivo de su vida en el momento de esta divina desesperación. Así nace una verdadera búsqueda de bases firmes, de  valores duraderos. De ahí en adelante surge la intensa pregunta que no puede silenciarse: “¿A qué conduce todo esto?”

La desesperación divina es el comienzo del despertar espiritual

Cuando la energía mental del individuo se concentra, pues, en descubrir la meta de la vida, utiliza creativamente la fuerza que nace de esta desesperación. Las cosas superficiales,  efímeras de la existencia no le satisfacen más, y es totalmente escéptico acerca de los valores comunes, corrientes y ordinarios que hasta entonces había aceptado sin dudar. Su único deseo es encontrar la Verdad a toda costa, y no se contenta con cualquier cosa en la que la Verdad esté ausente. Esta desesperación divina es el comienzo del despertar espiritual porque da lugar a que la persona aspire realmente  a realizar a Dios. En el momento en que esta  desesperación  divina surge , y surge exactamente cuando todo parece hundirse, la persona decide correr cualquier riesgo e indagar el significado de su vida, el cual está detrás del velo.

Dios o nada

Falló todo lo que le servía de consuelo, pero al mismo tiempo su voz interior rehúsa reconciliarse por completo con la posición de que la vida carece de todo sentido. Si él no postula aún alguna realidad oculta que hasta ese momento no conoció, entonces no hay nada por lo que valga la pena vivir. Hay  dos opciones: o existe una Realidad espiritual oculta, que los profetas han descrito como Dios, o todo carece de sentido. La segunda opción es cabalmente inaceptable para la personalidad total del hombre, entonces deberá necesariamente ensayar la primera opción. De manera que el individuo se vuelve hacia Dios cuando la realidad ordinaria, los asuntos de este mundo lo acorralan.

Reevaluar las experiencias a la luz de la Realidad percibida

Ahora bien, puesto que no existe un acceso directo a esta realidad oculta que él propone, que él postula, inspecciona sus experiencias habituales en procura de vías posibles que conduzcan hacia un más allá significativo. Así retorna a sus experiencias habituales con el propósito de recoger un poco de luz, un poco de claridad en el sendero. Esto implica mirar todo desde un nuevo ángulo y supone una reinterpretación de cada experiencia. Ahora tiene no solamente experiencia, sino que también trata de sondear su significado espiritual. No le interesa solamente lo que es, sino también lo que significa en la marcha hacia esta meta oculta de la existencia. Toda esta cuidadosa reevaluación de la experiencia tiene como resultado el logro de una percepción que no le sucedía antes de iniciar esta nueva búsqueda. La reevaluación de  la experiencia equivale a una nueva porción de sabiduría, de conocimiento y cada complemento de esta sabiduría espiritual produce necesariamente una modificación de nuestra actitud general hacia la vida, de nuestra postura general ante la vida. De modo que la búsqueda puramente intelectual de Dios o de la Realidad espiritual oculta, repercute en la vida práctica, en la vida cotidiana de la persona. Ahora su vida se convierte en un experimento real con los valores espirituales percibidos.

Encontrar a Dios es volver hacia nuestro propio Ser

Cuanto más continua experimentando inteligente y decididamente con su propia vida, más profundamente se comprende el verdadero significado de la vida. Hasta que finalmente se descubre que se  está experimentando una completa transformación de su ser, llegando a percibir de verdad el significado real de la vida  como es. Con una visión clara, serena  y tranquila de la verdadera naturaleza y valor de la vida, se comprende que Dios, a quien ha estado buscando con tanta desesperación, no es un ser extraño, oculto o externo. Porque Él es la Realidad misma y no es una hipótesis. Es la Realidad vista con una visión no empañada, con una visión clara: la Realidad misma de la que él es una parte, en la que había tenido todo su ser y a la que de hecho él es exactamente idéntico.

De manera que, aunque empieza a buscar algo totalmente nuevo, en realidad llega a una nueva comprensión de algo que es antiguo. La travesía espiritual no consiste en llegar a un nuevo destino en el que la persona obtiene lo que tenía o se convierte en lo que no era. Consiste en que se disipa la ignorancia respecto de sí mismo, respecto de la vida, y crece gradualmente esa comprensión que empieza con el despertar espiritual. Encontrar a Dios es volver hacia nuestro propio Ser.

Las Etapas del Sendero