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El cálculo de los opuestos

El cálculo de los opuestos

El cálculo de los opuestos

El desenvolvimiento espiritual tiene lugar mediante la experiencia de opuestos tales como el placer y el dolor, el éxito y el fracaso, o la virtud y el vicio. Ambos extremos son igualmente necesarios para la realización de la vida, aunque parezcan ser directamente opuestos unos con otros. En realidad, desde un punto de vista más amplio, los opuestos de la experiencia resultan ser más bien complementarios que contrarios. Parecen choques incompatibles sólo para la mente que no puede trascenderlos. Parecen puntos diametralmente opuestos en la circunferencia de un círculo. Si seguimos cualquier punto en la circunferencia, su senda nos conducirá necesariamente hacia su punto diametralmente opuesto. Y la senda desde este punto opuesto vuelve nuevamente hacia el punto de partida. El movimiento entre los opuestos es tan interminable como el movimiento en un círculo.

La ley de los opuestos no implica una polaridad exactamente matemática. Los opuestos no son antípodas que se contraríen punto por punto en cada detalle.

Tomemos por ejemplo a los primeros aviadores que sufrieron fracasos y muerte en lo que emprendieron. No podemos decir que este fracaso sea exactamente lo opuesto de sus anteriores éxitos al volar, pues nunca tuvieron éxito en sus vuelos. ¿Entonces qué es lo opuesto? Estos primeros aviadores pueden haber experimentado el éxito en alguna empresa similar de tipo ligeramente diferente, y sus fracasos al volar (que culminaron con la muerte) son cualitativamente lo opuesto de aquella experiencia exitosa.

Los opuestos del fracaso y del éxito se necesitan mutuamente. No puede haber éxito a menos que haya fracaso, y es igualmente cierto que no puede haber fracaso a menos que haya éxito. Si nunca tuvimos éxito en algo especial, no tiene sentido catalogar esos intentos o sus resultados como fracaso. Del mismo modo, el éxito es éxito sólo si anteriormente hubo fracasos, por parte de esa persona en particular, o por parte de otros que hicieron sus intentos en el mismo ámbito.

Por lo general, al éxito y al fracaso se los mide, aprecia o sufre más en relación con lo que otros lograron en ese mismo ámbito que en relación con un blanco al que se acertó o erró. Si una persona hace habitualmente una cosa en particular, el hecho de que lo haga no ha de considerarse como un éxito aunque lo sea en el sentido de haber logrado lo que programó. En todos los ámbitos del mundo existe lo malo, lo peor y lo pésimo, y también lo bueno, lo mejor y lo óptimo. Unos con otros están compitiendo consciente o inconscientemente, al igual que percibiendo lo que está más allá de esta competición. El éxito o el fracaso surgen de esta competición.

Si el éxito y el fracaso se tornan independientes de la acentuada dualidad que ellos sienten respecto de los demás, entonces llegan a ser algo enteramente diferente de lo que generalmente son. Sus severas oposiciones se mitigan muy considerablemente y se amalgaman gradualmente. Por ejemplo, en el caso de quienes no lograron llegar a la cima del Everest antes del primer montañista que la conquistó, no se considerará que fracasaron sino que lograron aproximarse a ella, a menos que no se denomine éxito a todo el proceso de escalamiento sino solamente al último paso dado por quien conquistó la cima por primera vez.

Cuanto más libre de opacidades está nuestra percepción y menos viciada por la dualidad que sentimos, menos oposición o incompatibilidad existe entre los extremos u opuestos de la experiencia. En la clara percepción final no hay éxito ni fracaso, pues no hay nada que ganar ni perder. Sin embargo, hasta que esta infalible seguridad personal se establezca de manera permanente, estamos inevitablemente enjaulados en la ilusión de la dualidad o de los valores relativamente falsos. Entonces nos aproximamos siempre a un blanco que retrocede, y a esas aproximaciones podemos llamarlas fracaso parcial o éxito parcial, de acuerdo con nuestro propio punto de vista. Esto también muestra cómo cada éxito implica un fracaso, y cada fracaso un éxito. Los dos opuestos conculcándose mutuamente en el mundo de la ilusión. Quien pueda resistir con ecuanimidad tanto al éxito como al fracaso está más cerca de apreciar verdaderamente a ambos, y la cuestión de resistir a uno u otro no surge en quien trasciende los extremos u opuestos.

Sin embargo, ambos opuestos son inevitables durante el proceso de la evolución. La ilusión evolutiva o la evolución ilusoria ha de pasar por opuestos aparentemente incompatibles, como lo son el placer y el dolor, el vicio y la virtud, o el éxito y el fracaso. De los muchos pares de opuestos, el par que es necesario mencionar y considerar especialmente es el del hombre y la mujer. Las formas humanas masculina y femenina se describen acertadamente como sexos opuestos. La progresiva realización de formas adecuadas, la continuación de la especie y el avance de la corriente de vida encarnada dependen de la oposición e interacción de los sexos, particularmente en las fases superiores de la evolución biológica. Esto es igualmente cierto respecto de la evolución psicológica y espiritual mientras se mantiene en el campo de la ilusión. La oposición de los sexos y los alternados intentos de superar o reconciliar esta oposición son aceptados como fuente de inspiración, sublimación y exasperación, que asedian la interacción de los sexos opuestos en el plano psíquico hasta que se los resiste o comprende plena y adecuadamente.

Un rasgo especial de los sexos opuestos es que, mientras siguen estando en una oposición recíprocamente equilibrada, se atan más patente y firmemente que muchos otros opuestos. El hombre consciente de sí como varón es, al mismo tiempo, consciente de la mujer como mujer, y la tensión de la dualidad que siente sobre sí es una carga constante que él a menudo pasa invisiblemente a un miembro del sexo opuesto. Lo mismo es verdad respecto de una mujer particularmente consciente de sí misma como mujer. Los opuestos crean y sostienen una pesada ilusión que se transfieren unos a otros. Y si esta ilusión es compartida por ambos, aumenta en proporción geométrica en lugar de mitigarse de algún modo. Por otra parte, descargarse de la dualidad ilusoria de los sexos opuestos constituye también un modo de comprensión autocomunicativa. Entonces el amor se libra poco a poco de cierta consciencia sexual diferenciadora, y el entendimiento se quita de encima una de las más obsesivas y opresivas formas de la dualidad.

Si una experiencia es la antítesis exacta de otra, ambas se equilibran mutuamente. Pero muy a menudo no se necesita una antítesis exacta para que se equilibren. Supongamos que ‘B’ es directamente lo contrario de ‘A’ en todos sus detalles. En este caso ‘B’ puede equilibrarse con ‘A’. Pero la evolución del propósito de la vida también se cumple si algo parecido a ‘A’ equilibra a su vez a ‘B’, o algo parecido a ‘B’ equilibra a ‘A’, o algo parecido a ‘A’ equilibra a algo parecido a ‘B’ y viceversa. En otras palabras, la ley de los opuestos no es una ley mecánica de acción y reacción sino una importante búsqueda mediante fraccionadas experiencias que se complementan.

La manera complicada con la que un opuesto invita y atrae a su opuesto complementario puede ilustrarse con otro ejemplo. Supongamos que una persona se ve obligada a matar a otras, como sucede a menudo en las guerras. En este caso, su destructividad se libera y acentúa sin la aprobación de su ser más recóndito. Un día esta persona se rebela interiormente contra una acción como ésa y trata de reprimir su destructividad asesina. Sin embargo, no puede detenerla tan fácilmente, puesto que se ha acentuado demasiado al practicarla reiteradamente. Entonces esta disposición se vuelve contra sí mismo y se suicida. Él mismo generó esta oposición, la cual consistió en que se hizo matar. Esto se debe en parte a que quiso evitar tener que matar a otros contra su propia voluntad, y en parte a que quiso expiar el haber matado a otros contra su propia voluntad. Sin embargo, eso se debe principalmente a que se sintió desvalido en medio de ese impulso destructivo que exige expresarse en algún objeto, que puede ser otra persona o él mismo. La ley de los opuestos opera más allá de los alcances del limitado intelecto.

En el ejemplo anterior se aclara otra cuestión. Una acción produce rápidamente otra acción opuesta si carece del entrañable apoyo de lo más recóndito de la persona. Sin embargo, si ha tenido el entrañable apoyo de lo más recóndito del ser, entonces la acción podrá evitar desviarse mientras no entrañe algunas otras cosas que hagan sonar una nota discordante dentro de lo más íntimo de ese ser. El modo de trascender la alternancia entre los opuestos fraccionados consiste en manejar nuestra propia vida para hacer que exprese verdadera y plenamente lo más recóndito de nuestro ser.

No obstante, hasta que todo el yo acumulado de una persona se armonice completamente con el Ser Divino y Único en su interior, la ley de los opuestos acude en su ayuda inevitablemente ya sea que la persona conscientemente lo quiera o no. Supongamos que alguien mata animales enfermos por lo que considera compasión hacia ellos, o sea, con la intención de aliviarles el sufrimiento. Su ser más recóndito no aprueba este acto de compasión, puesto que no le gustaría que esa clase de compasión se expresase con él si él estuviese enfermo. Este reconocimiento implícito de la crueldad que implica matar animales enfermos es suficiente para que le sea preciso tener que convertirse en alguna vida en pastor, vaquero o cuidador en el reino animal. Muy similar es el caso de quien mantiene a las gallinas despiertas toda la noche para que pongan más huevos, sin darse cuenta de la crueldad que eso implica. También en el mundo vegetal podemos causar inadvertida o deliberadamente una destrucción injustificada, y así tener que asumir después el papel de hortelano o jardinero. Tenemos que enmendar el daño que hayamos causado inadvertida o deliberadamente a cualquier ser vivo. En una encarnación futura tenemos que alimentar y proteger a esas mismas almas (en alguna otra forma) como bondadosos jefes de familia o sabios gobernantes.

La ley de los opuestos no funciona mediante cálculo aritmético o matemático sino cumpliendo los requisitos de los ajustes kármicos y con una necesidad suprema de que la vida se manifieste plena y libremente en todas las formas. La alternancia entre los opuestos que gustan y disgustan es un juego de subibaja que debe continuar hasta que se llegue a un equilibrio dinámico, el cual trasciende los opuestos y es libre expresión de lo puramente eterno.

El mal como una reliquia
La interacción de las almas