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El sectarismo espiritual

El sectarismo espiritual

El sectarismo espiritual

En ningún ámbito de la vida predomina más el sectarismo que en los campos de la espiritualidad. Así como sucede en el mercado económico, del mismo modo en el campo de la espiritualidad existe la inexorable ley de la oferta y la demanda. Todo el mundo aspira a la luz y a la libertad. Para satisfacer esta demanda recurrente e intensa, surge siempre una abundante oferta por parte de quienes afirman que cumplirán adecuadamente con esta demanda. Casi todos los que proclaman esto son impostores; y son muy pocos los que pueden satisfacer adecuadamente esta demanda.

También son muy pocas las personas que pueden reconocer o verse beneficiadas por quienes proclaman verdaderamente esto. Hay dos categorías de buscadores: los que sinceramente se debaten entre la espada y la pared, y los que fingen buscar. Los que fingen buscar y los que fingen dar, están estrechamente emparentados en el desconcertante reino del sectarismo espiritual.

Por supuesto, el pretendido buscador y el presunto santo pueden encerrarse en el anfiteatro de la vida y hacer su juego en la jungla del mundo por motivos egoístas. Entonces, como ha dicho Kabir, ambos se hunden en las aguas como un bote de piedra. Han producido juntos su tumba de agua valiéndose de aspiraciones egoístas.

En este mundo de incontables flaquezas, la más grande de todas es el común defecto de no ser capaz de afrontar, aceptar y reconocer nuestras propias debilidades. Ésta es el colmo de las flaquezas. Eso da lugar a la hipocresía. Se dice que la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud. En contraste con el mundo concreto, el hombre, con lo que su imaginación le inspira, construye otro mundo ideal. A veces se traslada imaginariamente hasta el mundo de los ideales, otras veces retorna al mundo de lo concreto, y en ocasiones trata de tender un puente entre ambos mundos atravesando real y laboriosamente el sendero con lentitud y desangrantes pasos. Es tan irresistible la tentación de apropiarse del ideal imaginario y aparentar que se lo realizó que son muy pocos los que no sucumben ante eso. Éste es el origen del santo falsario o del sectario espiritual que anda hablando por ahí con la nariz en alto y los brazos en jarras como si fuera alguien muy especial.

Entre los que pretenden ser espirituales, muy pocos creen sinceramente en lo que afirman y por lo que luego abogan. Casi todos ellos se engañan. Tales personas se engañan antes de engañar a los demás. Pero aunque se engañen a fondo, podrán librarse de los tentáculos del sectarismo espiritual tan pronto descubran que han sobrevalorado sus propios logros espirituales. Existe un débil rayo de esperanza de que estas personas se vuelvan hacia la Verdad porque no son conscientemente deshonestos. Por otra parte, los impostores conscientemente deliberados en el campo de la espiritualidad son a la vez los reos más inveterados y las víctimas más dignas de lástima. Se atascan cada vez más profundamente en el lodazal que ellos crearon hasta que todos, incluso ellos mismos, pierden toda esperanza de redimirse.

De nada vale atribuir motivaciones al impostor consciente o al deshonesto pregonero de la espiritualidad. El sendero espiritual interior es angosto y difícil. Hasta los buscadores sinceros pueden ser seducidos por los ardides del sectarismo espiritual antes de darse cuenta de que han caído. Pero pueden tener la ventaja de un oportuno faro luminoso encendido por algún Maestro Espiritual. La línea que divide lo verdadero de lo falso, en la escarpada senda hacia la Verdad, es tan angosta que casi no tiene dimensiones.

Interpretemos del modo más caritativo posible el sectarismo espiritual. Puede seducir incluso a las almas sinceras que no logren estar constantemente alertas en el Sendero. El proceso de la realización parece ser el de llegar a ser lo que aparentemente uno no es. Es como si uno se desplazara desde donde está hacia donde no está. A fin de encauzar conscientemente este proceso es necesario no sólo percibir la meta sino también representarnos que nos trasladamos hacia ella con nuestra imaginación. Por ejemplo, la persona que desea ir a Londres hace sus preparativos después de imaginar todas las vicisitudes del viaje. A este inevitable proceso debemos añadir el hecho de que esa persona piense que la verdadera ubicación en la que está es, en sí misma, una creación de su imaginación. Es muy natural que una persona considere que lo imaginario es real y crea que en su búsqueda realizó lo que solamente imaginó.

Hay algunas cosas que se dan por sentadas y se presumen, las cuales necesariamente están al servicio de la divina especulación, a la que cada buscador se siente inevitablemente atraído. Toda búsqueda es una lucha para elevarse de lo falso hacia lo real. Ninguna búsqueda es posible a menos que el buscador tenga alguna idea inicial, correcta o errónea, acerca de lo real. Además, lo falso no puede basarse eternamente en lo falso, ni aferrarse patente y caprichosamente a sí mismo, y seguir estando así interminablemente. Así surge la imperiosa necesidad de imaginar la Verdad, de tomar una postura sobre esta imaginada o percibida Verdad y actuar como si hubiéramos concretado la entrañable meta de nuestra búsqueda. Esto también implica creer que la concretamos aunque una y otra vez sacudan violentamente esto que creemos, teniendo que afrontar hechos incuestionables que nos alcanzan en nuestra imaginaria carrera.

Una creencia sincera, independientemente de lo falsa que sea, no encadena irredimiblemente al buscador, porque él está abierto a que se lo pueda corregir. Sin embargo, quien consciente y deliberadamente actúa con falsía está pretendiendo afirmar algo para lo cual carece de autoridad. Está produciendo su propia perdición espiritual al ceder a lo que es patentemente ilícito. Se abraza a su pretencioso sectarismo a fin de explotar la simple credulidad de los demás. La primera persona cree sincera aunque falsamente en sus propias cualidades espirituales. La otra aparenta ser, de manera fraudulenta y consciente, lo que interiormente sabe que no es: está lejos de la verdad. La diferencia es tremenda. La primera está confirmando que está en la Verdad percibida, mientras que la segunda está confirmando que está en la falsedad percibida.

Por lo tanto, el impostor consciente de su sectarismo espiritual se condena a sí mismo autocreando un tenebroso destino de un montón de pecados, y aun arrastrando a todos los demás crédulos e introduciéndolos en el resbaladizo lodazal que él mismo creó. Espiritualmente está sepultándose y sepultando a todos los que, en su infantilismo, le amaron y depositaron su fe en él. El sectario produce esta calamidad en sí mismo y la produce en quienes lo aman; no puede eludir esto, salvo mediante un acto de gracia especial de algún Maestro Perfecto. En esta situación, el hecho más trágico es que el impostor no merece esta gracia, que es la única capaz de salvarlo.

El mal como una reliquia