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De la eternidad a la eternidad

De la eternidad a la eternidad

De la eternidad a la eternidad

Dios, la única realidad, es comparable con un océano sin orillas. El más grande océano de la Tierra tiene orillas y, por consiguiente, es limitado. Pero el océano de la Vida Divina no tiene orillas. Sin embargo, hay otra diferencia importante entre el océano terreno y el océano de la Vida Divina. El océano terreno tiene superficie y fondo. El océano de la Vida Divina no tiene superficie ni fondo. Sin embargo, la analogía del océano es uno de los conceptos más aproximados a Dios si quitamos las limitaciones tridimensionales que prevalecen en el océano de la Tierra.

El océano sin orillas, el de la Vida Divina, tiene su existencia en la eternidad. No tiene principio ni fin; tampoco se halla entre las sombras del pasado y del futuro que se extienden eternamente. Sin embargo, un juego divino incomprensible precipita dentro de su ser una ilusión cósmica o trascendente. Esta ilusión es tan insustancial que no tiene justificación ni sustentación en la realidad indivisible y pura de Dios. Existe por una especie de pasiva aceptación o tolerancia; nace de la misma manera; y en última instancia se desvanece como una pesadilla, sin dejar vestigios una vez que el hombre despierta totalmente.

La eternidad se presenta mediante fugaces graduaciones del aspecto manifiesto de las formas evolutivas. La inconsciencia ilimitada las precipita tratando de captar la consciencia ilimitada de la divinidad sin orillas. La inconsciencia ilimitada desciende primeramente hasta ser atrapada por la ilusión en siete etapas. Para la inconsciencia como tal no puede haber conocimiento ni ilusión. Por lo tanto, tiene que desarrollar la consciencia mediante etapas extremadamente graduales, y este desarrollo de la consciencia comienza con el grado más diminuto de consciencia, que es característico en las formas más rudimentarias. Así como un hombre profundamente dormido puede despertar en etapas muy graduales, de igual manera la inconsciencia manifiesta alcanza la plena consciencia en siete importantes etapas. (Ver gráfico)

Pero llegar a la consciencia plena en la forma humana es la antítesis misma de llegar al conocimiento pleno de la Divinidad sin orillas. El descenso a lo largo de siete etapas (que consisten en abrir gradualmente el ojo de la consciencia) significa caer en las verdaderas profundidades del valle de la ilusión. Al final de esos siete escalones, la evolución sólo ha logrado encerrar a la consciencia en una ilusión sin fin. El hombre está en el fondo del abismo de la existencia ilusoria. Sigue adoptando millones de encarnaciones en este valle sombrío, sin ser capaz de hallar una salida a la ignorancia separatista que lo atrapa. Después de participar durante eones en esta vana pérdida de tiempo, empieza a internarse a tientas en los engañosos laberintos de los valores ilusorios.

Su extensa permanencia en el yermo de la existencia dual es una historia de repetidos yerros, mientras la ignorancia aferra cada vez más su consciencia. Fácil presa de los artificiosos espejismos de Maya, queda enredado en sus garras. Anda a la deriva en el febril sueño de su imaginación viciada, con pocas perspectivas de emprender su viaje de vuelta al hogar. Sin embargo, por una racha de buena suerte –la gracia de Dios– es probable que tropiece con una salida a lo largo de estos laberintos y vislumbre cuán ilimitado es lo real.

Pero precisamente en esta coyuntura demuestra ser vulnerable a la tentación de proclamarse de manera pretenciosa y absurda, navegando bajo falsas banderas y arrogándose la verdad de su débil percepción. Se trata de un intento que no logrará atrapar la Verdad. Lo único que él logra es ser una grandilocuente imitación henchida de nulos reclamos. Usurpa el campo de los verdaderos santos, engañando a todos y cada uno de aquéllos a los que encuentra. Pero de este modo sólo se está engañando y avanza para caer en las garras de lo falso. Solamente la intercesión de algún maestro compasivo podrá iniciarlo en el Sendero real y arduo. Este Sendero también consiste en siete estaciones o planos. (Ver el gráfico que describe las siete etapas o planos ascendentes que hay que escalar con el ojo de la consciencia, que ahora está totalmente abierto.)

La emanación del mundo es, por así decirlo, un descenso desde el ombligo de un hombre por una de sus piernas; las reencarnaciones del alma en forma humana son un deambular por el desierto de Maya (ilusión) entre las dos piernas de un hombre; y el ascenso de la consciencia por los planos hacia la realización del Más Allá infinito y original semeja el ascenso lento y gradual de una hormiga a lo largo de la otra pierna, de regreso al ombligo del que la Creación se inició. El ombligo representa al punto Om de la Creación. Después de trascender este punto, la dualidad del Creador y la Creación desaparecen. La parte superior al ombligo se parece al Más Allá, en el que hay un goce consciente del océano sin orillas de la Divinidad.

Tanto en el mundo denso como en los planos internos, los lugares, estados y experiencias están interconectados, pero se los ha de considerar separados unos de otros. Esto es especialmente cierto acerca de los planos inferiores. Todos los lugares, estados y experiencias tienden a fusionarse unos con otros en los planos superiores, y esa tríada desaparece como tal en la realización unitaria del séptimo plano.

Veamos cómo los lugares, estados y experiencias se interconectan unos con otros tanto en el mundo denso como en los planos internos. Supongamos que vamos por un tiempo a Pratapgarh. Este cambio de lugar implica un cambio de estado en nosotros. En general, nuestra disposición mental es diferente. En Pratapgarh también tenemos experiencias que no tenemos en otro lugar. El cambio de lugar tiene como secuela un cambio de estado mental, y estos dos cambios tienen por resultado un cambio en la naturaleza de las experiencias que tenemos en este nuevo lugar.

Así como un cambio de lugar en el mundo físico está ligado con cambios de estado mental y experiencias acumuladas, el ascenso a un plano también produce cambios en las etapas y experiencias. El ascenso a un plano significa un cambio en el plano de sustentación de la consciencia. Es un cambio de lugar. Por lo tanto, implica cambios de estados y experiencias. Pero esos estados y experiencias que cambian y derivan del cambio de plano, son radicalmente diferentes de los estados y experiencias que cambian y derivan de deambular por el mundo denso. La diferencia cualitativa es enorme. Sin embargo, también en los planos tenemos lugares, estados y experiencias interconectados, permaneciendo todos ellos separados unos de otros solamente hasta determinado punto.

Cómo los lugares, los estados y las experiencias tienden a fusionarse unos con otros, y cómo su separación inicial gradualmente se elimina, puede ilustrarse con un ejemplo, que no implica un cambio de plano sino que consiste meramente en un cambio de estado, dentro de los alcances normales de las almas conscientes en el plano denso. Cuando una persona consciente en el plano denso tiene un sueño, tiene la experiencia –como en su estado vigil– de un lugar y de un estado mental y experiencia asociados con ese sueño. Pero el lugar, el estado mental y la experiencia que la persona afronta en su sueño no tienen el mismo carácter externo y separado que es propio del estado de vigilia. Será muy artificial e incluso engañoso si tratamos de separar el lugar existente en el sueño del estado y la experiencia conectados con ese sueño, aunque esta separación no nos ofrezca dificultad alguna cuando lo que nos preocupa es el lugar, el estado y la experiencia en el estado de vigilia consciente en el plano denso.

El ejemplo del sueño es meramente una sugerencia de cómo un lugar no necesita invariablemente hallarse fuera del estado y de sus experiencias. Sin embargo, lo que sucede en la transición a otro plano de consciencia es muy diferente de lo que sucede en el sueño. En las alucinaciones divinas de los planos sutiles, al igual que en el desgarro espiritual del plano mental, existe una tendencia cada vez mayor a la fusión de experiencias que normalmente están separadas unas de otras en el estado de vigilia en el plano denso.

De hecho, la fusión integral en el séptimo plano es tan completa que no puede haber lugares, estados o experiencias. Allí la vida se vive solamente en su indivisibilidad. La ilusión que da cabida a lugares, estados y experiencias que cambian ha desaparecido en el séptimo plano de realización.

Pero mientras la mente existe, la ilusión también existe, incluso hasta el sexto plano mismo, aunque sea diferente el tipo de ilusión que existe en cada plano. La mente está sujeta a la imaginación. Imagina y experimenta la imaginación por medio de lugares y estados creados por la imaginación. Mientras la mente existe, la imaginación también persiste; y los lugares, planos, estados y experiencias imaginarios también continúan ocupando a la mente. Así como en el mundo denso hay lugares, estados y experiencias, de igual manera hay lugares, estados y experiencias imaginarios en los planos sutil y mental. Pero en ambos casos pertenecen a la ilusión creada por la imaginación.

Sin embargo, cuando la ilusión existe, ella contiene seis ingredientes, a saber, tiempo, espacio, ley, naturaleza, causa y efecto. De estos seis factores los más importantes son la ley y la naturaleza. La evolución depende de estos seis factores, y su accionar es como el de un reloj, sin desviaciones, debido a la indefectible interacción de estos seis factores. Aunque la ilusión es producto de la imaginación, el accionar evolutivo dentro de esa ilusión prosigue exactamente como debe. El determinismo es completo.

La mente no existe en el séptimo plano. De ahí que no haya lugares, estados ni experiencias en la realización de Dios, tal como esos lugares, estados y experiencias están ausentes en la inconsciencia infinita. Lo que existe en la realización de Dios, correspondiente al séptimo plano, es sólo consciencia ininterrumpida e indivisible, sin forma alguna de carga o limitación.

Dando la espalda a lo falso y fugaz, y contemplando fijamente la meta de la Divinidad sin orillas, el aspirante atraviesa el Sendero a lo largo de los planos espirituales con seguridad, si cuenta con el auxilio de un maestro de la sabiduría. Y cuando se despoja completamente de su ilusión, descubre que su misterioso recorrido ha sido de la eternidad a la eternidad, de Dios a Él Mismo. Pero no se trata de que se llegue al mismo punto. En la Divinidad sin orillas de la realidad eterna no hay puntos ni líneas divisorias. Entonces a esto no se lo puede llamar ‘regreso’. Es un regreso solamente en el sentido de que el aspirante realizó su inicial ilimitación, pero no un regreso a un punto o final imaginado.

Ha sido un vuelo de la eternidad a la eternidad, de la Divinidad sin orillas a la Divinidad sin orillas, de lo interminable a lo interminable. Es una realización que jamás podrá perecer. Nadie puede poner punto final a esta historia de lo invenciblemente eterno, pero cada uno puede desaparecer en ello y compartir su gloria sin fin e inefable. Mediante este hecho creado imaginariamente, Dios se alcanza a Sí Mismo para descubrir que Él es ilimitado en todas las dimensiones.